miércoles, 31 de diciembre de 2008

Fotos movidas

Sí, creo que hay en El Salvador, todavía, grupos de individuos que se creen salvadores de la revolución y entrenan -con fusiles de verdad o de mentiras, dependiendo del caso- para estar listos el día de la supuesta vuelta a las armas “si fuera necesaria”. Y sé, porque me lo han confesado a lo largo de los años un buen número de ex guerrilleros sin nostalgia alguna, que abundan los buzones caseros en los que por si acaso más de uno guardó en el 92 su aka y algunos tiritos, y los más precavidos incluso pequeños arsenales en previsión de que aquello de la paz no fuera más que una estrategia de su enemigo.

 

También sé, porque les he escuchado, y porque no se esconden, que hay en la Fuerza Armada un número indeterminado de mandos con ideas predemocráticas, que añoran los días de pólvora y desconfían de las intenciones de un posible gobierno del FMLN no porque haya motivos, que los hay y muchos, sino porque así les educaron y ellos fueron alumnos aplicados de la escuela de odiar al otro. Y es evidente, salta a la vista, que hay políticos de poco sentido común dando palmaditas en la espalda al ala más reaccionaria del ejército, para que opine, agite, reviva... para que aliente el miedo.

 

A mí, qué les voy a decir, miedo me dan tanto los descerebrados de un lado como los del otro. Pero lo que más me preocupa no son los juegos de guerra de estos y aquellos, sino la falta de rigor y de profesionalidad con que las autoridades administran estos días la grave denuncia hecha pública por el Ministerio de Defensa.

 

Confío en la Fuerza Armada. Las encuestas dicen que la mayoría de la población, convencida por su desempeño y proceso después de los acuerdos, también lo hace. Y si me lo preguntan creo –o quiero creer; voto de confianza- que el ministro castrense difundió parte de sus informes de inteligencia sobre supuestos grupos armados como una medida de presión para que la Fiscalía hiciera de una vez por todas las investigaciones pertinentes, que tenía relegadas, y a fin de que el candidato del FMLN definiera claramente su postura y pusiera ciertas bridas a los delirios guerreristas de parte de ciertos efemelenistas.

 

Sin embargo, la actuación posterior del futuro ministro saliente de Seguridad y del futuro presidente saliente, obcecados en convertir en pruebas lo que el fiscal considera indicios, y en culpar al FMLN mientras Policía y Ejército dicen que no se conoce la naturaleza de estos grupos, desvirtúa cualquier rasgo de verdad que haya en los archivos militares y convierte en pantomima electorera lo que debería ser un serio debate nacional sobre la memoria histórica y el fin de una vez por todas de toda apología de la violencia como instrumento político.

 

Es triste verles aferrarse a unas fotos pendientes de peritaje mientras cae la tierra de la desconfianza sobre el informe de la Fuerza Armada. Probablemente lo hacen porque tienen una visión medieval del mundo, según la cual todavía se educa o maleduca con la imagen mientras se engaveta para disfrute privado u olvido la palabra escrita. Tal vez sea porque no saben que la patria, si es que existe, en el mundo moderno se cimenta en instituciones y no en discursos.

 

Ya en los últimos dos años asuntos delicados y de indiscutible importancia como el trasfondo del ataque del 5J frente a la Universidad Nacional, o los posibles vínculos entre las FARC y dirigentes del FMLN se manejaron con grave irresponsabilidad y se trivializaron hasta el ridículo. Ahora el asunto de los grupos armados nos recuerda que el mayor desafío del próximo presidente, sea del partido que sea, no será enfrentar la crisis económica ni encauzar la solución a los niveles de violencia. Más sencillo y más simple, como decía el tío Mario: será alejarse de la enfermiza adicción a las cámaras desenfocadas que sufre la administración Saca, e inyectar a las instituciones un poquito de decencia.