La PNC tiene nuevo director general. Bueno, no tan nuevo. Alguien desde adentro de la cadena de mando: el comisionado José Luís Tobar Prieto, subdirector desde el 2004, subdirector general desde el 2006.
Hasta ahora, la experiencia con un director general que asciende a este cargo desde las filas de los oficiales de la PNC ha sido pésima. El comisionado Ricardo Meneses logró en tres años casi destruir la cohesión del cuerpo policial. Cuando en 2006 lo sustituyó Rodrigo Ávila, encontró la PNC dividida como nunca: entre evangélicos y no evangélicos, con privilegios inéditos para los oficiales evangélicos; entre derecha e izquierda, con los oficiales y agentes provenientes de la insurgencia marginados; entre hombres y mujeres, con las mujeres vetadas de mandos y ascensos. Además divisiones entre grupúsculos, círculos, cabecillas...
Rodrigo Ávila, a quien todo el mundo reconoce como alguien que había logrado darle cohesión a una masa de policías provenientes de tradiciones e ideologías no sólo diferentes sino al principio excluyentes y adversarias, se asustó del nivel de descomposición y división en que encontró la policía, cuando por segunda vez asumió su dirección. La PNC estaba en peligro, por una dirección que no supo ponerse encima de los intereses sectoriales a su interior. Por esto es que apartaron a Meneses y volvieron a llamar a Rodrigo Ávila, una de las decisiones más acertadas del gobierno de Tony Saca.
Hay muchos policías que manifiestan que a la PNC conviene tener un director meramente civil, un experto que proviene de afuera de la carrera policial. Alguien que esté encima de las competencias entre los distintos grupos dentro de la policía.
Hay que aclarar una cosa: Es positivo, es un logro que dentro de la policía haya pluralismo, que existan grupos con diferentes visiones ideológicas, religiosas, políticas, filosóficas. Negativo es cuando la dirección cae en manos de un grupo, en detrimento de los demás y del interés común.
El gobierno Saca estaba claro de esto. Es por eso que cuando Rodrigo Ávila renuncia a la PNC para buscar la candidatura presidencial, toman nuevamente la decisión de buscar a un director que no provenga de las filas de la PNC. El problema era que nadie quería asumir este cargo tan cerca de las elecciones. Varias personalidades calificadas rechazaron la oferta. Al fin escogieron al ingeniero Francisco Rovira, con los resultados desastrosos que conocemos.
Claro, el carácter civil del director general no es garantía de nada. Ya el período de Mauricio Sandoval había mostrado que un director no solo tiene que ser civil y capacitado (exigencias que cumplió el ex-director de inteligencia), sino además independiente de amarras partidarias, concertador, abierto al pluralismo, pero firme en exigir profesionalismo, disciplina, cohesión alrededor de la misión de la policía. Sandoval y Rovira, aunque vinieron desde afuera, crearon divisiones dentro de la PNC.
Hace falta una dirección fuerte que sepa crear equilibrios en la policía. Sobre todo que sepa poner a cada oficial en el lugar donde más puede aportar, sin discriminaciones ni privilegios, ni argollas. La PNC, a pesar de todos los altibajos en su dirección, ha logrado consolidar un cuerpo de oficiales con mucha capacidad, incluso mucho mística. La PNC, por supuesto, no es inmune a la corrupción, a la infiltración del crimen organizado, pero como institución ha logrado tener muchos anticuerpos, mucha capacidad de depuración.
Precisamente esto está en juego cuando los gobiernos se equivocan con los criterios para escoger directores de policía. No pueden se criterios partidarios, sino hay que buscar quien más entiende y cuide el pluralismo dentro de la policía. No pueden escogerse directores que representan grupos e intereses mezquinos dentro de la policía, tienen que ser personajes cuya autoridad no reside en “su grupo”, sino en la manera justa y firme de sobreponerse a grupos.
Ojala que el comisionado Tobar Prieto, como nuevo director general de la PNC, sorprenda por este tipo de autoridad y espíritu. Lo que menos necesita la PNC es arreglo de cuentas, exclusiones, marginaciones, revanchismo, depuraciones que correspondan a intereses sectoriales.
Ojala que el presidente de la República que salga electo no cometa el error de poner a la cabeza de la PNC a quien más le convenga, sino a quien más le convenga a la PNC y al país. La PNC ya no refleja la polarización que vive la sociedad, sino ha logrado reflejar su pluralidad. Es uno de los logros más valiosos de los Acuerdos de Paz y de la posguerra. Hay que cuidarlo.
Hasta ahora, la experiencia con un director general que asciende a este cargo desde las filas de los oficiales de la PNC ha sido pésima. El comisionado Ricardo Meneses logró en tres años casi destruir la cohesión del cuerpo policial. Cuando en 2006 lo sustituyó Rodrigo Ávila, encontró la PNC dividida como nunca: entre evangélicos y no evangélicos, con privilegios inéditos para los oficiales evangélicos; entre derecha e izquierda, con los oficiales y agentes provenientes de la insurgencia marginados; entre hombres y mujeres, con las mujeres vetadas de mandos y ascensos. Además divisiones entre grupúsculos, círculos, cabecillas...
Rodrigo Ávila, a quien todo el mundo reconoce como alguien que había logrado darle cohesión a una masa de policías provenientes de tradiciones e ideologías no sólo diferentes sino al principio excluyentes y adversarias, se asustó del nivel de descomposición y división en que encontró la policía, cuando por segunda vez asumió su dirección. La PNC estaba en peligro, por una dirección que no supo ponerse encima de los intereses sectoriales a su interior. Por esto es que apartaron a Meneses y volvieron a llamar a Rodrigo Ávila, una de las decisiones más acertadas del gobierno de Tony Saca.
Hay muchos policías que manifiestan que a la PNC conviene tener un director meramente civil, un experto que proviene de afuera de la carrera policial. Alguien que esté encima de las competencias entre los distintos grupos dentro de la policía.
Hay que aclarar una cosa: Es positivo, es un logro que dentro de la policía haya pluralismo, que existan grupos con diferentes visiones ideológicas, religiosas, políticas, filosóficas. Negativo es cuando la dirección cae en manos de un grupo, en detrimento de los demás y del interés común.
El gobierno Saca estaba claro de esto. Es por eso que cuando Rodrigo Ávila renuncia a la PNC para buscar la candidatura presidencial, toman nuevamente la decisión de buscar a un director que no provenga de las filas de la PNC. El problema era que nadie quería asumir este cargo tan cerca de las elecciones. Varias personalidades calificadas rechazaron la oferta. Al fin escogieron al ingeniero Francisco Rovira, con los resultados desastrosos que conocemos.
Claro, el carácter civil del director general no es garantía de nada. Ya el período de Mauricio Sandoval había mostrado que un director no solo tiene que ser civil y capacitado (exigencias que cumplió el ex-director de inteligencia), sino además independiente de amarras partidarias, concertador, abierto al pluralismo, pero firme en exigir profesionalismo, disciplina, cohesión alrededor de la misión de la policía. Sandoval y Rovira, aunque vinieron desde afuera, crearon divisiones dentro de la PNC.
Hace falta una dirección fuerte que sepa crear equilibrios en la policía. Sobre todo que sepa poner a cada oficial en el lugar donde más puede aportar, sin discriminaciones ni privilegios, ni argollas. La PNC, a pesar de todos los altibajos en su dirección, ha logrado consolidar un cuerpo de oficiales con mucha capacidad, incluso mucho mística. La PNC, por supuesto, no es inmune a la corrupción, a la infiltración del crimen organizado, pero como institución ha logrado tener muchos anticuerpos, mucha capacidad de depuración.
Precisamente esto está en juego cuando los gobiernos se equivocan con los criterios para escoger directores de policía. No pueden se criterios partidarios, sino hay que buscar quien más entiende y cuide el pluralismo dentro de la policía. No pueden escogerse directores que representan grupos e intereses mezquinos dentro de la policía, tienen que ser personajes cuya autoridad no reside en “su grupo”, sino en la manera justa y firme de sobreponerse a grupos.
Ojala que el comisionado Tobar Prieto, como nuevo director general de la PNC, sorprenda por este tipo de autoridad y espíritu. Lo que menos necesita la PNC es arreglo de cuentas, exclusiones, marginaciones, revanchismo, depuraciones que correspondan a intereses sectoriales.
Ojala que el presidente de la República que salga electo no cometa el error de poner a la cabeza de la PNC a quien más le convenga, sino a quien más le convenga a la PNC y al país. La PNC ya no refleja la polarización que vive la sociedad, sino ha logrado reflejar su pluralidad. Es uno de los logros más valiosos de los Acuerdos de Paz y de la posguerra. Hay que cuidarlo.