Estimados amigos que mantienen viva la llama de lo positivo: Su
principal y muy sabio vocero escribió la semana pasada, en una de sus
habituales columnas, tres frases claves que quiero compartir y comentar:
-“Si el desaliento asoma, hay que desplegar los carteles de la esperanza.”
-“Aunque tenga tantos argumentos en contra, el optimismo es un elíxir sanador de la mejor calidad.”
-“Lo positivo es lo único que construye.“
Cada
una de estas frases, yo las suscribo. Soy parte de su corriente de
optimistas. Sin embargo, algo en esta columna me molestaba. Tan así que,
sin buscar pleito con el reconocido escritor, puse un comentario en las
redes que ahora ya no lo encuentro, pero que decía, palabra más,
palabra menos, esto: “De acuerdo. Pero sería mejor fundamentar esto con
una o dos razones para ser optimista, más allá de constatar que es
necesario para la salud mental del país.”
O
sea, si alguien quiere hacer un alegato a favor del optimismo y un
llamado en contra el negativismo, no es suficiente constatar que es
necesario rescatar lo positivo para alimentar la esperanza. Hay que dar,
por lo menos, algunas pistas por dónde encontrar razones para
optimismo.
Nada de esto encontré en la columna de nuestra estimado
letrado. No quiero criticar al distinguido autor, pero si me atrevo a
tratar de complementarlo. Porque, como dije, estoy de acuerdo con su
ferviente alegato en defensa del optimismo. Aunque mucho critico -y para
hacerlo, tengo que escribir de lo malo en nuestro país-, soy uno de
ustedes. Soy optimista incurable.
Voy a nombrar tres razones de peso para “desplegar los carteles de la esperanza.”
Primero:
El país no está en quiebra. El gobierno está al punto de quebrar y a
hundir al Estado - pero el país, su economía, su energía social son
suficiente robustos para sobrevivir tres gobiernos populistas y sin
responsabilidad fiscal. La empresa privada sigue siendo fuerte y
relativamente unida, a pesar de muchos esfuerzos del gobierno de
debilitar y dividirla. Bastante inversiones han ida al extranjero, pero
esta diversificación ha fortalecido la empresa privada salvadoreña – y
hay suficiente capital retenido como para crear un boom de inversión
cuando se anuncie el cambio de las políticas públicas.
Segundo:
Las instituciones democráticas funcionan mucho mejor de lo que todos
nos imaginábamos. En vez de dejarse manipular e intimidar por un
ejecutivo que no cree en la independencia de los órganos del Estado,
algunos de ellos se han fortalecido, han asumido su responsabilidad
constitucional – y por primera vez hacen funcionar el esquema
republicano de pesos y contrapesos. Estoy hablando de la Sala de lo
Constitucional, ahora también de Corte Plena y su Sección Probidad, del
Instituto de Acceso a la Información Pública, que ejercen sus funciones
de control con independencia, profesionalismo y valentía. Hay tendencias
positivas también en el órgano legislativo y la Fiscalía General, que
hay que cuidar y consolidar – pero que también dan pie a cierto
optimismo. No así en cuanto a La Corte de Cuentas, el Tribunal
Electoral, el Tribunal Ético, el Consejo Nacional de Judicatura… Pero
una cosa es obvia: A pesar de condiciones adversas y muchos ataques, la
institucionalidad democrática ahora es más sólida que hace 10 o 15 años.
Parece que la alternabilidad en el poder, con la inversión de papeles
de oposición y gobierno entre los dos partidos grandes le hizo bien al
sistema republicano.
Tercero:
En los últimos años de crisis ha nacido una sociedad civil mucho más
empoderada, crítica, independiente y vigilante. Los populismos de
izquierda y derecha ahora tienen quienes los cuestionan y exigen
rendición de cuentas desde el seno de la sociedad. La antes
desenfrenadas tentaciones de corrupción y engaño han encontrado frenos
cada vez más eficientes, desde instituciones que funcionan y la opinión
pública que exige y cuestiona.
Son tres razones para ser optimista. Así tiene sentido decir “el optimismo es un elíxir sanador de la mejor calidad”. Sin desarrollar estas razones, sería otro discurso engañador.
Saludos,