Usualmente no hago esto, pero
esta vez voy a publicar una carta de un ciudadano que me solicitó publicar en este espacio. Me lo pide, no
porque quiera quedar anónimo (se
llama Kenni Bolaños y trabaja en Radio Cadena Mi Gente), sino me lo explica así: “Te suplico que dediques una carta con este
contenido al reelecto viceministro de Transporte, quien te juro que jamás se ha
subido a un bus ni le importa en lo más mínimo la pesadilla que sufre el pueblo
a bordo de los miserables buses. Se dice de izquierda, pero demuestra no tener
la mínima conciencia social. Tal vez a vos te escuchen...”
Carta al viceministro de Transporte
Nelson García
Nada más triste en el
mundo que viajar en los buses y microbuses salvadoreños.
Cuantas veces los aguantalotodo nos hemos quejado sin que
exista un gobierno que nos escuche. Cuantas veces hemos sido víctimas del
vejamen por parte de quien se le de la gana, sin que quienes administran el
Estado les importe un bledo.
Cada mañana, cada noche a
bordo de un bus, el bulevar del ejército, o en cualquier calle del
subdesarrollo, uno se da cuenta donde terminan los mil discursos, y
“buenas intenciones” de quienes deberían asumir con mucho más honor el
mandato que se les asigna cuando se les nombra como funcionarios. El trayecto
que debo atravesar cada día de ida y regreso es de apenas unos 5 kilómetros,
que deberían recorrerse en no más de 20 minutos a una velocidad moderada, pero
en la vida real es una hora. Soy de los miles y miles que dependemos del
transporte que venden los buses y microbuses urbanos, pero soy de los que no se
tragan que esto es irremediable y que nada se puede hacer.
No se ni cómo describir lo
que veo y siento en cada viaje. Es una triste historia que comienza desde antes
de abordar, pues casi siempre hay que esperar mucho, pues pasan volando, dándose
verga entre ellos, o si paran van repletos a más no poder, y no cabe un
alma más. Cuando por fin logro subir a uno, debo viajar en la puerta o abrirme
camino a la fuerza entre los otros infortunados, que ni siquiera parecen darse
cuenta que eso no debería ser normal, tanto, que viajan con las ventanas
cerradas, e indiferentes a la martillante estridencia del perreo que escupen
las enormes bocinas instaladas en varios puntos del triste tren. Es amargamente
triste sentir en la gente la resignación; nadie se da cuenta tampoco del espeso
humo que se encierra debido al fatídico embotellamiento permanente, sin que
existan un departamento de tránsito ni sistemas viales, o control
semaforización moderno. Nada, no existe el Estado, porque sus funcionarios -que
no funciona, como diría Benedetti- viajan en naves polarizadas, con aire
acondicionado, y en otras calles, lejanas del pueblo y la pobrería.
Nada más triste que la
intoxicante impotencia que uno siente cuando a bordo del desamparo, aguantas
tanta arremetida a tu dignidad sin que nadie haga algo, la alta velocidad, los
frenazos, las “echadas” de hasta 10 minutos, las ofensas o amenazas por
atreverte a reclamar algo, el hacinamiento y maltrato físico; es tan
cotidiano que una rata se suba y te humille apuntándote a la cabeza para
quitarte un maldito teléfono o unos dólares; ahí comprendes que el Estado
–enorme tragante de millones y millones de dólares del Pueblo- simplemente no
existe, pues no hay prevención, control y castigo de la criminalidad y la
arbitrariedad; es aun más triste porque el Pueblo mismo ha aprendido que nada
se puede hacer ante estas plagas, alimentadas por la corrupción que nos imponen
“las gremiales”, el poder económico gobernante, la ineptitud y el
comodismo de los funcionarios y empleados públicos. Por que lo que pasa en el
transporte pasa en todos los otros campos. Quizá el cambio deberá esperar
por mucho más tiempo. Mientras, tendré que seguir tragándome el humo, sin
que nadie escuche mi indignación, y seguir viajando sin sentido en este bus
llamado El Salvador.
¿Existe alguna “autoridad”
que por alguna vez en la vida tenga el valor de subirse a estos buses y hacer
algo porque cambie esta pesadilla?
Saludos, Kenni Bolaños y
Paolo Lüers
(Más!/EDH)