Apreciados monseñores:
Ustedes publicaron un comunicado que expresa su preocupación por la violencia.
Hay una frase que quiero resaltar: “La ‘tregua entre pandillas’ no ha
producido los beneficios que la población honrada y trabajadora esperaba para
si misma.”
¿Adónde pongo mi firma? Me alegro que
esta sea la posición oficial de la Conferencia Episcopal. Y como ustedes son
cristianos y pastores, no tengo duda que la consecuencia que ustedes como
personas y como institución sacarán de esta indudable verdad sólo puede ser
una: Hagamos todo en nuestro poder para que el proceso de paz iniciado
por la tregua entre pandillas se vuelva integral, irreversible y de beneficio
para toda la sociedad.
Ante la certeza que la tregua sola no
producirá los beneficios que la población honrada y trabajadora espera, sólo
hay dos caminos a tomar: abortarla (y así asegurar que jamás nacerán los
beneficios en cuestión) – o intervenir, hacerse parte del proceso, superar sus
deficiencias, conseguirle los apoyos necesarios, y así transformarlo, hacerlo
integral y sostenible, hasta que rinda los beneficios esperados.
La conclusión a la cual han llegado
ustedes los obispos, realmente no sorprende: Era imposible que la tregua entre
las pandillas, por si sola, arrojara los beneficios que la sociedad reclama: el
fin de la violencia y de la extorsión. Quien esperaba milagros, ahora se da
cuenta que este tipo de problemas no se resuelven por arte de magia, sino por
arduos procesos de reducción de violencia y de construcción de soluciones.
No se ofendan, señores obispos, pero
milagros no hay.
Y nadie los ha prometido. Mucho menos los
pandilleros. Desde el principio insistieron que la tal tregua no era más que un
primer paso unilateral de ellos. Querían crear
las condiciones para iniciar, en el seno de toda la sociedad un proceso
gradual, pero irreversible e integral de paz y reconciliación. La meta de este
proceso: la reinserción definitiva de los pandilleros, sus familias y sus
comunidades en la sociedad, en la vida productiva y en el estado de derecho.
Aquí durante años tuvimos 15 muertos
diarios, porque se peleaba una guerra entre las pandillas. Y como en toda
guerra, la mayoría de los muertos los puso la población ‘civil’. En medio de
esta guerra, ninguna política del estado podía resolver los problemas sociales
en las comunidades, mucho menos los problemas de violencia. Ni la política de
mano dura, ni la de mano amiga, ni la beneficencia, ni la prevención, ni la
intervención de las iglesias – nada podía funcionar mientras no se paraba la
guerra.
Bueno, pararon la guerra. Esto es la
tregua. Se bajó el número de homicidios. Se redujo igual el número de ataques a
escuelas y al transporte público, donde durante años la población de pocos
recursos estaba expuesta a los mayores riesgos. Esta es la tregua. Nada más,
nada menos. Lo demás, para realmente poder erradicar los flagelos de la
violencia y las extorsiones, es carpintería. Es trabajo de construcción que
requiere de todos. Requiere abrir oportunidades para los jóvenes de los
barrios. Oportunidades laborales, educativas, condiciones y apoyos para que
monten sus propias empresas. Políticas públicas diferentes. Mentalidades
abiertas en la empresa privada y las iglesias...
¿Quién dijo que la tregua iba a ser un
atajo a la paz? Ella sola no resuelve el problema de la inseguridad. Pero
ninguna solución que construyamos funciona sin ella. Por esto hay que cuidarla,
hacerla sostenible. Y trabajar a mil, para aprovechar la ventana de oportunidad
que abrió la tregua - para construir soluciones de fondo e irreversibles.