El sábado pasado te enterramos. Dijimos adiós a un hombre que se convirtió en leyenda urbana. De las leyendas positivas que nos hacen creer en nuestro país: un inmigrante que logra ser símbolo de nuestra identidad nacional; un emprendedor que inició la industria del turismo, la Auxiliadora, una financiera para la pequeña empresa, y docenas de otros negocios exitosos…
En vez de inventarme un homenaje post mortem, mejor cito de una carta que te mandé en abril del año corriente:
“Le mando esta carta como muestra de cariño. La mando como colega que igual que usted ama este negocio que compartimos: el negocio de proporcionarle a la gente un buen rato de relax con buena comida, cervecita helada, diversión, musiquita. Usted nos enseñó que esto es mucho más que un negocio: es una vocación, es un arte. Un café, en manos de un visionario como usted, es una institución cultural, un medio de comunicación social, un pedazo de civilidad y urbanismo.
Precisamente porque el Café Don Pedro y su fundador son una institución nacional, no puedo permitir que un pésimo representante de mi otra profesión (el periodismo) trate de enlodar este símbolo tan importante que es usted. En un periódico (en el cual por suerte nunca me ha tocado escribir) salió este fin de semana un reportaje titulado “Un café con Don Pedro”.
Tal vez al ‘reportero’ le pareció más atractivo ofrecer al lector el retrato de un Don de mafia que a un Don Pedro dueño de un café. Entonces, el muchacho, para promover su carrera de reportero, cometió un pecado que debería poner fin a esta carrera: inventó un personaje que no existe: Don Pedro, el ‘capo con gran influencia que logró evitar la cárcel.’ Sin investigación. Haciendo alusión a un pleito que a le armó un personaje como Mariano Pinto, quien era demasiado corrupto incluso para el gobierno de Saca. Lo puso de director del Seguro Social - y tuvo que quitarlo luego.”
Hay poco que agregar. Viviste una vida rica: compañero de bachillerato de Fidel, aviador voluntario en la guerra con Honduras, emprendedor, eterno enamorado de la vida. Dejaste huella. San Salvador será un poco más aburrido sin vos.
Descanse en paz, Perriquitín, te dice Paolo Lüers
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