Empecé leyendo relativamente optimista. A pesar que me pareció un discurso más, con mensajes similares a los que todos los políticos dan a los jóvenes, por lo menos me agradó leer que Usted nos estaba dedicando tiempo y reconocía la importancia y magnitud de este grupo en el país. Me pareció, sobre todo significativo, el hecho que Usted reconociera que el voto joven (sin incluir el mío, por cierto) es el que lo llevó a Usted al poder. Esto me hizo tener la esperanza que, por lo menos para ganar popularidad y votos futuros, se esforzará por mantenernos contentos (sea lo que eso signifique).
A medida que seguí leyendo, me fui aburriendo de leer las mismas palabras que se han pronunciado tantas veces y que nunca han llevado a nada (inclusive en alguna ocasión por Usted mismo Señor Presidente). Estaba a punto de cerrar la pantalla y ponerme a hacer otra cosa, cuando, de reojo, leí las palabras “Escalón” y “Santa Elena”. Decidí continuar al siguiente párrafo y terminar su largo discurso, llenándome de tristeza y sobre todo desesperanza.
Yo no vivo ni en la Escalón (como lo hace Usted), ni en Santa Elena (como lo hacen sus hijos); pero si, gracias a Dios, tuve los recursos para capacitarme fuera del país, tengo acceso a buena alimentación y tengo oportunidades para divertirme. Por lo tanto, me sentí un poco incómoda, y sobretodo preocupada, al leer que Usted nos pinta como los villanos de la película, como que si activamente estuviéramos asegurándonos que “los jóvenes excluidos” sufran y se queden sin progresar. Pues, con todo el respeto que se ganó al obtener los votos de tantos jóvenes, me permito corregirlo: nosotros no somos malos, Señor Presidente; ni queremos que la mayoría de los jóvenes salvadoreños carezca de oportunidades; ni somos ignorantes de los problemas de la sociedad. Sin embargo, al igual que Usted, sabemos que el problema es complicado y francamente no sabemos cómo comenzar a cambiarlo. Por lo tanto, le pido que nos de una solución atinada, que nos permita apoyarlo en implementar medidas que den oportunidades a todos los jóvenes. Estoy segura que muchos de los que Usted considera “villanos”, estarían dispuestos a ayudar.
Lo que más me incomoda de su discurso, Señor Presidente, es el mensaje que tiene con respecto a la existencia de un grupo de jóvenes de la “Escalón y Santa Elena”. Entiendo que a Usted le desagrada y le parece injusta su tenencia de mejores oportunidades y más recursos; pero, ¿que está proponiendo Señor Presidente? ¿Qué les quiten lo que tienen? ¿Qué nadie tenga ese tipo de privilegios superiores? Porque eso es lo que me parece está insinuando en su discurso…
Permítame decirle, Señor Presidente, que la solución, a la que Usted y todos los jóvenes a los que dirigió su discurso, deberían de aspirar, no es esa. No se trata de quitarle a los que tienen, para estar todos igual. En vez de estar inculcándoles odio hacia los que tienen, Señor Presidente, mejor deles a los jóvenes (que Usted llama excluidos) esperanza. Ofrézcales oportunidades, promueva la inversión para que tengan oportunidad de empleo, mejore el sistema educativo para que ni ellos ni nadie se vean obligados a salir del país para obtener una buena educación, solucione el problema de delincuencia, haga su trabajo.
El problema no es que un grupo de jóvenes tenga acceso a oportunidades, el verdadero problema es que el resto las carecen.
En lo que si estoy de acuerdo con Usted, Señor Presidente, es que nosotros los jóvenes, no un grupo en particular, si no todos los jóvenes, vivimos con una libertad limitada. Tiene razón, nos da miedo caminar en las calles y no podemos confiar en cualquiera; no necesitamos que nos recuerde la desastrosa situación de violencia que estamos viviendo. Lo que sí creo que es importante recordarle a Usted Señor Presidente, es que al continuar hablando de dos grupos, de los “excluidos” y las “minorías”, Usted está contribuyendo a la construcción de ese “muro infranqueable” que Usted señala divide a la población joven de nuestro país y que limita la libertad de cada uno de nosotros. Con ese tipo de mensajes viniendo de quien se supone es nuestro líder, jamás limaremos las divisiones sociales.
Finalmente, Señor Presidente, le pregunto: si ¿realmente Usted considera que es tan malo el vivir en Santa Elena o la Escalón, el “[tener] acceso a todos los placeres y bienes que brinda la sociedad actual, [el tener] la mejor alimentación, la mejor educación y aparentemente todas las opciones, [viajar], [divertirse], [tener] recursos para capacitarse fuera del país, etcétera, etcétera”? Porque si esa es su perspectiva, Señor Presidente, creo que es hora de poner más atención a su vida personal y al estilo de vida que está llevando su familia.
Atentamente y abierta a escuchar propuestas para ayudar a crear oportunidades,
Raquel Orellana
(Creo.org.sv; la autora es integrante de la Junta Directiva de CREO)