Pensar que fue una reacción exasperada ante la risa de Andrés Izarra puede ser una posible interpretación del hecho. Ciertamente, la actitud del presidente de Telesur fue indignante. Pero también él mismo se puso en ridículo. Su intervención fue un artificio patético, una actuación fallida, que lo dejó bastante mal parado ante los ojos de la audiencia. Ofrecer una risa burlona en vez de un argumento no te presenta como alguien astuto sino como un imbécil.
Al día siguiente, ese mismo público que escuchó a Izarra diciendo ja-ja-ja, observó desconcertado cómo una bala perdida sacó del Mundial de Beisbol Femenino al equipo de Hong Kong. La inseguridad social no tiene casualidades sino estadísticas.
Tiendo a pensar, más bien, que esa perturbadora fotografía es un síntoma. Evidencia por un lado nuestro asfixiante clima de polarización y, por otro, la terrible falta de transparencia a que estamos sometidos. Quizás, la foto de la morgue, colgada en la primera página de un periódico, sólo puede ser ponderada con su complemento, con la otra versión de la realidad: el silencio. Con lo que el poder minimiza o, simplemente, no muestra. Con lo que elude, evade o distrae. Con el relato en el que nunca aparecen nuestros muertos.
Repiten que la violencia en Venezuela es un invento mediático pero, al mismo tiempo, afirman que esa violencia que por cierto no existe no es una responsabilidad de ellos sino del gobierno anterior, de la república anterior.
Repiten que la inseguridad es una fantasía magnificada, un plan del imperialismo para tumbar al Gobierno; pero al mismo tiempo prometen que esa inseguridad, que por cierto sólo es puro saboteo de la oposición, desaparecerá dentro de veinte años. Este es el único gobierno del planeta cuyos errores suceden siempre hace dos décadas y cuyas promesas se cumplirán siempre dentro de dos décadas.
Cualquier cuestionamiento no tiene, ni siquiera, tiempo.
Lo más insólito, sin embargo, son los señalamientos que desde el oficialismo se les hace a los medios y a los periodistas que se atreven a disentir: se les acusa, ni más ni menos, de hacer política. Es incomprensible que un proceso que ha defendido y promovido la politización de los ciudadanos y de las instituciones, aparezca ahora espantado, como una sifrina histérica, en plan de ¡Ay! ¡Fo! Están haciendo política! El poder pretende que quienes piensan distinto sean asépticos, educativos; mientras, el gran monopolio de medios que controla dispara sus mensajes. Basta ver un micro llamado Quinta Columna, que se transmite por el principal canal del Estado. Es un mensaje belicista, lleno de imágenes de guerra, que contagia rechazo y odio hacia los venezolanos que pensamos de manera diferente. Para el Gobierno, la diversidad es un problema militar.
Todo es parte del mismo proceso. Vivimos en un país donde cada vez hay más propaganda y menos información. Es cierto. Pero también es verdad que, cada vez más, somos una sociedad supeditada al control oficial sobre lo que se puede o no se puede decir, sobre lo que se debe o no se debe saber.
El silencio también es una forma de dominación, de exclusión. ¿Existe algún dato oficial, reciente y estadísticamente probado, sobre la inseguridad en Venezuela? No. Al parecer, las últimas cifras son de 2005. Desde hace ocho años está cerrada la sala de prensa que ofrecía informaciones sobre el tema.
Del resto, sólo queda una declaración de la Comisión de Defensa de la Asamblea Nacional reconociendo que en el país existen entre 8 y 10 millones de armas ilegales.
Nada más. De ahí en adelante, el Estado venezolano no tiene nada qué informar.
Contesta las preguntas, satanizándolas. El Gobierno actúa como si la transparencia también fuera un enemigo.
Por eso se da la rápida decisión judicial que prohíbe a todos los medios publicar imágenes de tipo violento durante las próximas semanas. Más allá, incluso, de crear una nueva ventaja electoral, nos encontramos ante un poder que no tolera lo que no controla; que se empeña en imponernos una única versión de lo real.
Un único cuento, una única fotografía.
Ahí está la diferencia. Desde las páginas de este mismo periódico, yo puedo escribir mi desacuerdo con la portada del retrato de la morgue.
Y aun así, me gusta mucho menos la censura, promovida o impuesta. Más violento y pornográfico es el silencio.
(El Nacional/Venezuela; el autor es escritor y guionista venezolano))