jueves, 1 de julio de 2010

Columna transversal: Unidad y chantaje

Este día, 30 de junio, se eligió en Alemania al nuevo Presidente de la República. Lo elige la Asamblea Federal, compuesta por los diputados del parlamento federal (Bundestag) e igual número de asambleístas nombrados por los 16 parlamentos regionales. En Alemania, el Presidente no es el jefe del gobierno, sino el jefe del Estado con funciones básicamente ceremoniales y morales. El ejecutivo lo dirige el Canciller elegido por el Bundestag. Es un sistema parlamentario diferente al presidencialismo nuestro.

En tercera ronda fue electo, con mayoría simple, el candidato de la coalición de derechas que gobierna en Berlin, compuesta por los democratacristianos y los liberales, dirigida por la Canciller Angela Merkel. En las dos primeras votaciones, ningún candidato alcanzó la mayoría absoluta.

En esta elección, necesaria por la renuncia del Presidente Köhler, la oposición hubiera podido poner a un presidente independiente del ejecutivo. Si los tres partidos de oposición -socialdemócratas, verdes y post-comunista- hubieran logrado ponerse de acuerdo, hubieran podido elegir a un presidente progresista como contrapeso contra la mayoría de la derecha en el parlamento y su control sobre el ejecutivo, como señal de una nueva tendencia hacía la izquierda y la renovación en Alemania.

Sin embargo, esto no pasó. Los dos partidos democráticos de la izquierda alemana, los verdes y los socialdemócratas, conjuntamente, postularon a un personaje de alto prestigio: Joachim Gauck, figura emblemática del movimiento ciudadano que, en 1989, hizo caer al muro y al régimen comunista en Alemania Oriental. Un hombre con una trayectoria de independencia, de coraje civil, y de integridad moral. Un candidato tan atractivo para el cargo de presidente que la mayoría de alemanes lo apoyaron. Tanto así que un grupo significativo de disidentes en el campo de los liberales y de la Democracia Cristiana le iban a apoyar.

El gobierno de derecha de Angela Merkel estaba al punto de sufrir una derrota moral muy fuerte.

Sin embargo, el partido denominado "La Izquierda", que incluye a los herederos del histórico Partido Socialista Unificado que gobernó en la Alemania Oriental, se negó a apoyar a este candidato. Joachim Gauck fue el hombre que luego de la caída del muro fundó y presidió una institución que se dedicaba a abrir y hacer accesibles a los ciudadanos los inmensos archivos de la temible Stasi, la policía secreta del gobierno comunista. Los post-comunistas, que en esta elección tenían la llave en sus manos, prefirieron que ganara el candidato de la derecha, para evitar que ganara un hombre de izquierda democrática con trayectoria de resistencia contra la dictadura comunista.

Pasó lo que tenía que pasar: Los verdes y los socialdemócratas se negaron a aceptar el chantaje de los comunistas, quienes exigieron que se cambiara el candidato de la oposición, poniendo a alguien partidario de la vieja idea de la unidad de izquierda que abriera el camino a la inclusión de los comunistas en futuros gobiernos de coalición. La izquierda democrática no se dejo chantajear, sabiendo que si aceptaban las condiciones de los comunistas, perderían inmediatamente el apoyo popular que se había generado alrededor de la candidatura de Joachim Gauck.

En la primera votación, a Gauck le faltaron 124 votos para alcanzar la mayoría absoluta. El partido "La Izquierda" tenía 124 votos. Los dio a una candidata propia.

Así, en la segunda vuelta. Y, en la tercera, en la cual gana el que tenga más votos, los comunistas se abstuvieron, regalando la presidencia a Christian Wulff, el candidato de la derecha.

Alemania, en vez de tener como presidente a un intelectual independiente de aparatos partidarios, con una enorme credibilidad frente a los ciudadanos, tendrá un presidente que será peón en el tablero partidario de la derecha. Un hombre del poder y no un hombre de contrapeso al poder.

Moral de la historia: No hay unidad de izquierdas posible, cuando una parte es alérgica a la crítica, a la independencia, a la pluralidad. Hay una izquierda que prefiere que siga gobernando la derecha antes de apoyar a lo que identifican como su real y más peligrosa competencia: la izquierda democrática, que no se deja chantajear con el imperativo de la unidad.

(El Diario de Hoy)