miércoles, 20 de mayo de 2009

El Watergate guatemalteco

Hace 36 años, unos fontaneros, sorprendidos mientras husmeaban en el cuartel de la oposición, fueron la primera pieza del dominó que terminó con la renuncia del presidente de EE.UU., Richard Nixon. Esta pista marcó el inicio de una investigación que llevó a dos reporteros del Washington Post, Woodward y Bernstein, a descubrir el mayor escándalo político en la historia de EE.UU.

La difusión de esta investigación periodística desbarató la falsa creencia de que lo que conviene al Gobierno de turno se confunde con los intereses supremos del Estado y, por ende, el público siempre debe quedar condenado a la desinformación y a la ignorancia. Una connivencia de este tipo entre prensa y Gobierno es tierra fértil para la corrupción y el crimen.

El periodismo investigativo debe ser un contrapoder al servicio del gobernado. Esa es su maravillosa esencia. Tiene que desconfiar de la verdad oficial y darla por falsa mientras no se demuestre lo contrario.

La prensa independiente debe ser fiscalizadora del Gobierno. Ese es el periodismo que es útil para la democracia. Sin ese compromiso la prensa termina convertida en vehículo de publicidad o propaganda de los poderosos.

En América Latina ha habido investigaciones periodísticas que han puesto al descubierto a ídolos de barro, especialmente sus abusos como gobernantes. Algunos de estos pararon en la cárcel, en tanto que otros evadieron el castigo a través de la impunidad judicial, pero no pudieron eludir el juicio de la historia.

Los casos de Alberto Fujimori Fujimori (Perú), Rafael Ángel Calderón Fournier (Costa Rica), Miguel Ángel Rodríguez (Costa Rica), Carlos Saúl Menem (Argentina), Arnoldo Alemán Lacayo (Nicaragua), Carlos Salinas de Gortari (México), Carlos Andrés Pérez Rodríguez (Venezuela) y Lucio Gutiérrez Borbúa (Ecuador), son grandes victorias patrióticas del periodismo de investigación.

Las denuncias del malogrado abogado Rodrigo Rosenberg Marzano son terreno fértil para un periodismo de investigación comprometido con la democracia institucional guatemalteca, por lo que la prensa independiente no debe escatimar esfuerzos en desentrañar la verdad.

En todo caso, la verdad no debe ocultarse en una genuina democracia; la verdad es libertad positiva, es esencial para el crecimiento y la vida, es fundamento de la integridad espiritual. Una sociedad que no privilegia la verdad, está en bancarrota moral.

(El Periódico, Guatemala)