Desde que vivimos en elecciones, la política ha cambiado. A veces tengo la sensación de que, en la llamada democracia participativa, en realidad gobiernan las encuestas. Como si fuera un cuaderno de la Gaceta Hípica, cada quien tiene unos pronósticos estadísticos en uno de los bolsillos traseros de su pantalón. Casi pareciera que el encuestador se ha convertido en uno de los sujetos protagónicos de nuestra vida social. Tanto está en juego. Tanto depende de esos porcentajes. Cada mañana, antes de leer el horóscopo, revisa por favor las encuestas. Todo forma parte del gran espectáculo que es ahora nuestra sociedad. Hemos terminado confundiendo la popularidad con la democracia. El Estado más que convertirse en un actor político se ha transformado en un promotor: ya parece la industria personal de Hugo Chávez Frías. Por eso, entre otras cosas, es inevitable sentir la presencia del Sí en todas partes. En realidad no estamos en una campaña electoral. Estamos en un ejercicio de consumo y resistencia de la avasallante publicidad del Estado y de las instituciones. El Sí no es una opción, es un programa oficial, financiado con el dinero de todos los venezolanos. Sólo desde esta perspectiva puede entenderse la celebración del pasado 2 de febrero. Se trataba de un aniversario casi burocrático, de la simple fecha en que un ciudadano asumió su responsabilidad como funcionario público al frente de la Presidencia de la República. Pero se pretendió convertir ese día en una fecha patria, en un nuevo evento de promoción personal. Diez años después de ganar las elecciones, Hugo Chávez reeditó su propia versión de la famosa coronación de Carlos Andrés Pérez. Se trata de una campaña marketing que intenta transformar un gobierno en una revolución. Chávez ya no sabe de qué manera imponer esa imagen. Desea ser un héroe pero no tiene con qué. Actúa como si tuviera detrás una Sierra Maestra invisible. Está empeñado en demostrar que él es un guerrero y, sin embargo, sus hazañas tienen más ondas herzianas que barro, más telegenia que balas. Aunque le duela, Hugo Chávez está más cerca de Delia Fiallo que del Che Guevara. Decretó un día feriado, organizó un desfile, invitó a refuerzos internacionales que, sin ningún pudor, hablaron públicamente a favor del Sí. El Presidente cantó sus éxitos de siempre, lo mejor de su repertorio. Unas horas antes, había recibido la bendición del Libertador. Es una gran metáfora: Chávez le entrega a Chávez la espada de Bolívar. Amor con amor se paga. Cualquiera de estos elementos podría generar un debate sobre si resulta medianamente sensato concederle a alguien así la posibilidad de presentarse de manera indefinida a la reelección de un cargo público. "La más primaria justificación del poder -escribió Luis Britto García, hace años- es el poder mismo, no sometido a leyes, controles ni límites abstractos. Antes que una teoría, el poder comienza siendo un hecho, ligado de manera obvia a la persona que lo ejerce (...). El poder es el hombre: es personal, o personalista". Así se podrían leer estos diez años. Desde el proceso del poder que hemos ido viviendo. Chávez ha confundido su propia historia personal con la historia del país. Ya cree que son una sola. A CNN le dijo que siempre había visto la inseguridad social en Venezuela más o menos igual. Que es una forma de decir: en 54 años, a mí no me ha pasado nada. Por lo tanto, la realidad que usted menciona no existe, es un invento de un laboratorio. Las madres de los 8 niños asesinados hace poco cerca de El Vigía no pueden decir lo mismo El Sí tiene todo el poder y todo el dinero de su lado. Tiene también a su favor una oposición que sólo parece saber hablarse a sí misma. El Sí tiene muchas ventajas pero carece de algo tan simple como mortal: el sentido común. Han hecho maromas con la euforia comunicacional. Han movido su maquinaria y usado todos los recursos posibles... pero todavía no han podido contestar la sencilla pregunta que mastica sentido común: ¿por qué ahora? Cada vez que Chávez ha intentado responder, da un traspié, no logra bordar una respuesta aceptable. Lo mismo ocurre con todos lo que tratan de arrimar argumentos a favor del Sí. Al llegar a esta pregunta, no consiguen una justificación lógica, creíble. Para alguien que todavía tiene cuatro años de gobierno por delante no es fácil justificar este apuro. Fatalmente, las próximas elecciones tienen algo de exabrupto, de vainita personal, de caprichito. El sentido común desnuda el espectáculo. Las prioridades del poder no son las prioridades de la gente. El 15 de febrero, Chávez no es el pueblo.
(El Nacional, Venezuela)