Y digo que expresa de manera por demás elocuente lo que ocurre en el país porque al final se trata de la confrontación entre la violencia delincuencial ejercida por camisas rojas armados, con la anuencia del Gobierno y sus fuerzas de seguridad, de una parte, y de la otra, una de las más antiguas instituciones culturales venezolanas caracterizada precisamente por haber sido un brillante centro de debate, reflexión, creación artística y pensamiento que ha dado cabida a lo largo de su historia a todas las tendencias políticas, ideológicas y estéticas existentes en el país, incluyendo al propio Hugo Chávez, cuya primera reunión pública luego de que fue precozmente liberado de su encarcelamiento se realizó precisamente en una de sus salas.
La historia del Ateneo está asociada al proceso de formación de una cultura de la democracia y el pluralismo. Allí se hizo realidad la noción de libertad creativa íntimamente ligada a la existencia de la democracia y se crearon y consolidaron los primeros movimientos de solidaridad con las luchas de distintos pueblos latinoamericanos contra las dictaduras militares de los años sesenta y setenta.
Obras de teatro profundamente críticas de los proyectos políticos de la democracia naciente fueron realizadas precisamente con la protección libertaria que este recinto representaba y brillantes empresas intelectuales, como la revista Papeles, dirigida por el poeta y filósofo Ludovico Silva, se convirtieron en referencia libertaria para la renovación del pensamiento político y social venezolano y latinoamericano.
A pesar de esa disposición, ninguno de los gobiernos de Acción Democrática y Copei, de los que el Ateneo, como centenares de instituciones y grupos culturales del país, recibía apoyo económico, intentaron utilizar de manera chantajista ese aporte, controlar ideológicamente su programación o ponerla al servicio de sus políticas y estrategias culturales.
Hasta que Hugo Chávez llegó al poder. Y especialmente desde que un oscuro comisario de cuyo nombre nadie sensato quiere acordarse fue nombrado ministro de la Cultura.
Desde entonces el Ateneo de Caracas vive acosado, amenazado y chantajeado por un Gobierno que, entre otras cosas, le exige ponerse al servicio de sus obsesiones o asumir el costo, como seguramente ocurrirá, de ser desalojados del edificio que alguna vez uno de los gobiernos democráticos le entregó en comodato.
Por eso en nada extraña el allanamiento de Lina Ron. Es como un striptease. El Gobierno se confiesa en su verdadera naturaleza. Se muestra como verdaderamente es, y envía a cumplir sus deseos a uno de los símbolos mayores de la intolerancia, el fanatismo, la justicia tomada por las propias manos, el atraso ideológico, la barbarie por demás justificada por el Presidente, su partido y, sobre todo, por los intelectuales, pocos pero existentes, que intenta adornar con ardides de justicia social actos que se acercan más a los que castiga la Ley de Vagos y Maleantes que a formas supuestamente heroicas de la acción revolucionaria.
La estampa quedará para la historia. De un Lado Lina Ron y sus hombres iracundos, irrumpiendo en un acto del partido Bandera Roja, decomisando cual policías locos los teléfonos celulares de los asistentes, disparando y lanzando bombas lacrimógenas. Y de la otra, el Ateneo de Caracas, con toda su historia, sus libros, películas, obras y festivales de teatro, conciertos, conferencias, debates, jornadas de reflexión, cursos, talleres y exposiciones de artes. Como en los tiempos del franquismo, en el corazón de un centro de cultura, la arrogancia se adelanta y grita: ¡Viva la muerte!
(Publicado en El Nacional, Venezuela)