La verdad oculta detrás de la crisis electoral de ARENA no tiene nada --o muy poco-- que ver con el candidato. La verdad que se nos revela es que ARENA es un partido obsoleto. Desgastado en 19 años de gobierno, maltratado por su cúpula de los últimos años, pero sobre todo esto: obsoleto. Ya no corresponde a las necesidades del tiempo. Ya no sirve ni siquiera para los intereses de los sectores empresariales que lo crearon como partido, lo financiaron en cada campaña electoral, y lo dotaron siempre de cuadros para sus nuevos liderazgos y para manejar el gobierno. Mucho menos sirve para el país. Ya no es instrumento útil del cambio que el país necesita. Ahora resulta que es más bien obstáculo para los siguientes pasos que el país tiene que dar hacia el desarrollo y para fortalecer su institucionalidad democrática. Los votantes lo saben -- y por eso ARENA está al punto de perder.
En otras latitudes y culturas políticas, esto no constituiría ningún desastre. Tomaría las riendas la oposición. El partido de gobierno pasaría a ser oposición, se transformaría, se revitalizaría, volvería a encontrarse con la realidad que vive la gente. Lastimosamente, en El Salvador no es así: El partido de oposición es igual de obsoleto. Y ARENA, al perder el poder, no se revitalizaría. Se desmoronaría, creando un vacío peligroso, y dejando espacio para un régimen autocrático. Esto es precisamente lo que ha pasado en Venezuela, Ecuador y Bolivia.
Lo que El Salvador necesita son nuevos partidos. Partidos que ya no corresponden a la lógica de la guerra. Ni siquiera a la posguerra, sino a tiempos normales, en los cuales El Salvador es un país más con los problemas normales de una sociedad frente al reto del tránsito del subdesarrollo al desarrollo. Los partidos de la guerra y de la paz tienen que ser sustituidos por partidos democráticos e incluyentes.
La manera como ARENA ha definido su candidato, dividiendo al partido cuando más necesitaba unidad; la manera --al parecer no superable-- como el partido se ha distanciado de los liderazgos intelectuales y empresariales de la derecha; la manera como el grupo que desde Casa Presidencial dirige el partido ha desatendido todas las advertencias, las recomendaciones, las inquietudes que desde adentro y afuera de la derecha se le han hecho; la manera como ARENA ha maltratado el centro y la izquierda democrática del país, sólo porque no han sido factores de poder; y la ceguera del partido --y el gobierno-- frente a las angustias de los sectores populares – todo esto es sintomático para la profunda crisis de representatividad de ARENA. Este partido ya no representa más que a un sector reducido enquistado en el Estado defendiendo sus propios intereses y privilegios.
Sólo enfrentando estas verdades, se puede buscar soluciones. Negándolas, como hasta ahora lo está haciendo ARENA, es hundirse. Hablar de esto en salones cerrados, tampoco es suficiente.
Así como el país necesita cambio, lo necesita el sistema político. Los sectores que hasta ahora han apostado a ARENA y ahora se sienten huérfanos, tienen que unirse a los sectores que en todo el proceso de polarización de la posguerra han quedado sin instrumento partidario para romper la polarización. Juntos, unidos por una plan de país, pueden ofrecerle a ARENA un pacto de nación.
La única manera de evitar que el poder pase de una fuerza obsoleta a otra y la polarización siga vigente --sólo con la polaridad al revés-- es que ahora, sin perder más tiempo, gente en y alrededor de ARENA tome una decisión estratégica: tomar el control de ARENA para utilizarlo como el vehículo de la transición. Haciendo un análisis sincero de la crisis de su partido, pueden tomar la decisión --y las acciones pertinentes-- de salvar al país, en vez de tratar de salvar a su partido que de todos modos ya no tiene futuro.
Es tarde para crear ahora un partido nuevo que aspire a ganar las elecciones del 2009. Pero no es tarde para que los sectores responsables y concientes en ARENA se unifiquen para poner a ARENA --partido que como tal ya no sirve para ganar ni para gobernar-- en función de la creación de una fuerza nueva capaz de llevar al país adelante. Una fuerza, además, de ciudadanos, no de militantes.
No es tarde para que a las elecciones del 2009 se presente una alianza de nuevo tipo que logre reunir desde la izquierda democrática con su gran capacidad intelectual y fuerza moral, los empresarios desencantados con ARENA con sus tanques de pensamiento, y los sectores centristas que tienen años de buscar cómo participar constructivamente y no han encontrado espacio ni con la derecha ni con la izquierda.
Precisamente esta transición hubiera tenido que preparar ARENA en los últimos años en vez de buscar recetas de continuismo. Muchos lo hemos recomendado. Buscar un quinto y último período de gobierno, ya no de ARENA sino con ARENA, pero con la visión clara de transición, de preparar el terreno para la alternancia, de fomentar el surgimiento de una nueva fuerza política mucho más amplia, más incluyente y más democrática que ARENA.
Aunque a muchos pareciera, no es tarde aún para hacerlo. La única posibilidad para el candidato de ARENA de no fracasar es esa: ponerse a la cabeza del surgimiento de una nueva fuerza. Porque las fuerzas que necesitan entrar en la solución, no entrarían nunca a ARENA. Entrarían tal vez en un espacio nuevo, si alguien toma el control de ARENA y abre la puerta hacia una construcción que trascienda ARENA. Que incluso, si es exitoso, hace prescindible a ARENA. Esto significa olvidarse del himno; descolgar el retrato del mayor; compartir el poder con otros; adoptar el pluralismo incluyendo una dirección plural; escribir un programa nuevo e incluyente; presentar una propuesta de gabinete que reúna a los mejores mentes de la izquierda y de la derecha salvadoreña. Todo esto chocará a muchos en ARENA. Pero corresponde a las visiones y aspiraciones democráticas de muchos otros, incluso dentro de ARENA, pero sobre todo entre empresarios, profesionales, académicos que quieren cambio pero no un paso al vacío.
La disyuntiva de ARENA no es cambiar o no cambiar al candidato. Lo que tienen que hacer es mucho más trascendental que la cuestión de candidaturas. Tienen ante si la siguiente disyuntiva: desmoronarse en el intento de asegurar el continuismo - o convertirse en parte de una nueva fuerza con nuevos liderazgos, nueva cultura política, nuevas formas de inclusión social y política. Si se inclinan hacia la segunda opción, pueden contar con amplios apoyos que ahora ni siquiera los pueden soñar. Sea para ganar las elecciones, o sea para crear una fuerza capaz de asegurar, desde la oposición, la democracia del país. La otra opción --ganar como y para ARENA-- no existe.
En otras latitudes y culturas políticas, esto no constituiría ningún desastre. Tomaría las riendas la oposición. El partido de gobierno pasaría a ser oposición, se transformaría, se revitalizaría, volvería a encontrarse con la realidad que vive la gente. Lastimosamente, en El Salvador no es así: El partido de oposición es igual de obsoleto. Y ARENA, al perder el poder, no se revitalizaría. Se desmoronaría, creando un vacío peligroso, y dejando espacio para un régimen autocrático. Esto es precisamente lo que ha pasado en Venezuela, Ecuador y Bolivia.
Lo que El Salvador necesita son nuevos partidos. Partidos que ya no corresponden a la lógica de la guerra. Ni siquiera a la posguerra, sino a tiempos normales, en los cuales El Salvador es un país más con los problemas normales de una sociedad frente al reto del tránsito del subdesarrollo al desarrollo. Los partidos de la guerra y de la paz tienen que ser sustituidos por partidos democráticos e incluyentes.
La manera como ARENA ha definido su candidato, dividiendo al partido cuando más necesitaba unidad; la manera --al parecer no superable-- como el partido se ha distanciado de los liderazgos intelectuales y empresariales de la derecha; la manera como el grupo que desde Casa Presidencial dirige el partido ha desatendido todas las advertencias, las recomendaciones, las inquietudes que desde adentro y afuera de la derecha se le han hecho; la manera como ARENA ha maltratado el centro y la izquierda democrática del país, sólo porque no han sido factores de poder; y la ceguera del partido --y el gobierno-- frente a las angustias de los sectores populares – todo esto es sintomático para la profunda crisis de representatividad de ARENA. Este partido ya no representa más que a un sector reducido enquistado en el Estado defendiendo sus propios intereses y privilegios.
Sólo enfrentando estas verdades, se puede buscar soluciones. Negándolas, como hasta ahora lo está haciendo ARENA, es hundirse. Hablar de esto en salones cerrados, tampoco es suficiente.
Así como el país necesita cambio, lo necesita el sistema político. Los sectores que hasta ahora han apostado a ARENA y ahora se sienten huérfanos, tienen que unirse a los sectores que en todo el proceso de polarización de la posguerra han quedado sin instrumento partidario para romper la polarización. Juntos, unidos por una plan de país, pueden ofrecerle a ARENA un pacto de nación.
La única manera de evitar que el poder pase de una fuerza obsoleta a otra y la polarización siga vigente --sólo con la polaridad al revés-- es que ahora, sin perder más tiempo, gente en y alrededor de ARENA tome una decisión estratégica: tomar el control de ARENA para utilizarlo como el vehículo de la transición. Haciendo un análisis sincero de la crisis de su partido, pueden tomar la decisión --y las acciones pertinentes-- de salvar al país, en vez de tratar de salvar a su partido que de todos modos ya no tiene futuro.
Es tarde para crear ahora un partido nuevo que aspire a ganar las elecciones del 2009. Pero no es tarde para que los sectores responsables y concientes en ARENA se unifiquen para poner a ARENA --partido que como tal ya no sirve para ganar ni para gobernar-- en función de la creación de una fuerza nueva capaz de llevar al país adelante. Una fuerza, además, de ciudadanos, no de militantes.
No es tarde para que a las elecciones del 2009 se presente una alianza de nuevo tipo que logre reunir desde la izquierda democrática con su gran capacidad intelectual y fuerza moral, los empresarios desencantados con ARENA con sus tanques de pensamiento, y los sectores centristas que tienen años de buscar cómo participar constructivamente y no han encontrado espacio ni con la derecha ni con la izquierda.
Precisamente esta transición hubiera tenido que preparar ARENA en los últimos años en vez de buscar recetas de continuismo. Muchos lo hemos recomendado. Buscar un quinto y último período de gobierno, ya no de ARENA sino con ARENA, pero con la visión clara de transición, de preparar el terreno para la alternancia, de fomentar el surgimiento de una nueva fuerza política mucho más amplia, más incluyente y más democrática que ARENA.
Aunque a muchos pareciera, no es tarde aún para hacerlo. La única posibilidad para el candidato de ARENA de no fracasar es esa: ponerse a la cabeza del surgimiento de una nueva fuerza. Porque las fuerzas que necesitan entrar en la solución, no entrarían nunca a ARENA. Entrarían tal vez en un espacio nuevo, si alguien toma el control de ARENA y abre la puerta hacia una construcción que trascienda ARENA. Que incluso, si es exitoso, hace prescindible a ARENA. Esto significa olvidarse del himno; descolgar el retrato del mayor; compartir el poder con otros; adoptar el pluralismo incluyendo una dirección plural; escribir un programa nuevo e incluyente; presentar una propuesta de gabinete que reúna a los mejores mentes de la izquierda y de la derecha salvadoreña. Todo esto chocará a muchos en ARENA. Pero corresponde a las visiones y aspiraciones democráticas de muchos otros, incluso dentro de ARENA, pero sobre todo entre empresarios, profesionales, académicos que quieren cambio pero no un paso al vacío.
La disyuntiva de ARENA no es cambiar o no cambiar al candidato. Lo que tienen que hacer es mucho más trascendental que la cuestión de candidaturas. Tienen ante si la siguiente disyuntiva: desmoronarse en el intento de asegurar el continuismo - o convertirse en parte de una nueva fuerza con nuevos liderazgos, nueva cultura política, nuevas formas de inclusión social y política. Si se inclinan hacia la segunda opción, pueden contar con amplios apoyos que ahora ni siquiera los pueden soñar. Sea para ganar las elecciones, o sea para crear una fuerza capaz de asegurar, desde la oposición, la democracia del país. La otra opción --ganar como y para ARENA-- no existe.
(Publicado en El Diario de Hoy)