Caminando por el centro de Caracas el 22 de abril (día de la tierra) me encontré una ballena. Pues si, ahí compitiendo por atención con el libertador en plena plaza Bolívar había una ballena inflable de unos diez metros de largo. Me acerque porque eso solo podía ser obra de alguien del gremio. Una gran pancarta de salvemos a las ballenas firmada por Greenpeace delataba al culpable. Como cosa increíble me encontré a Sebastián un amigo argentino del cual tenia años de no tener noticias. Me contó de la campaña de Greenpeace y que en la tarde tenían una reunión con el canciller venezolano para tratar el asunto, quedamos en tomarnos un café antes de su reunión para ponernos al día.
Yo me fui a almorzar, un buen almuerzo, buena plática, con bella compañía. Me quedé pensando en lo que comíamos: lechuga, tomates, maíz, arroz y pollo. ¿Qué de todos estos serán productos transgénicos? ¿Venezuela estará libre de transgénicos? ¿Qué comeremos en El Salvador? ¿Serán los transgénicos malos para el ser humano? ¿Serán buenos para la conservación? ¿Serán la solución para la crisis de alimentos? Y muchas otras interrogantes que pensé que Sebastián podía tener un buen punto de vista.
Cuando llegué al café ya me esperaba Sebastián, decidí que en vez que me contara de las ballenas, mejor platicáramos de los transgénicos. Lo primero fue aclarar qué es un transgénico. Es un Organismo Genéticamente Modificado (OGM), un organismo vivo que ha sido creado artificialmente manipulando sus genes. Las técnicas de ingeniería genética consisten en aislar segmentos del ADN (el material genético) de un ser vivo (virus, bacteria, vegetal, animal e incluso humano) para introducirlos en el material hereditario de otro.
Los transgénicos llegaron con la promesa de erradicar el hambre en el mundo, basados en una agricultura de tipo industrial llamada “revolución verde”. Sin embargo, los resultados de esta revolución están a la vista: la frontera agrícola avanzó sobre los bosques nativos, se produjo pérdida de biodiversidad, se concentró la tenencia de la tierra, se aumentó considerablemente el uso de agroquímicos, se contaminaron los suelos, y se perdió soberanía alimentaria. Los transgénicos en si pueden tener dos tipos de peligros o consecuencias.
Los de tipo ambiental son que al estar OGM en contacto con organismos “naturales” pueden alterarse las cadenas tróficas. Por ejemplo el polinizador de cierta especie de árbol muy importante de las funciones de un bosque natural, por entrar en contacto con OGM, pudieran declinar sus poblaciones, por tanto también la de los arboles y por tanto disminuyendo la biodiversidad. Para evitar estas consecuencias normalmente los OGM se les inducen a ser infértiles, ya sea por un gen o por alguna otro tipo de alteración. Aun así hay que investigar más cuales son los efectos ecológicos de este tipo de cultivos. También hay que decir que esto desde el punto de vista de las empresas que los fabrican es una operación muy rentable porque siempre vas a tener que adquirir nuevas semillas para volver a sembrar.
La alteración genética de organismos también tiene otro tipo de consecuencias ambientales. Porque introduce especies a sitios donde antes no podían existir, aumentando así la frontera agrícola, teniendo más competencia para las formaciones vegetales naturales. Desde mi punto de vista esto también conlleva un beneficio que no lo podemos dejar de ver, hay personas que ahora podrán cultivar donde no lo podían hacer antes. Ahora, en el altiplano andino se pueden cultivar algunas variedades de papas donde antes no se podía, ahora las personas que viven ahí puede comer mejor porque a las papas se les introduje un gen de un pez.
Pero esto nos lleva a preguntarnos por el otro tipo de consecuencias: las humanas. Lo primero que hay que decir que solo hay un caso comprobado directamente del efecto de un OGM a la salud humana. Este es el maíz llamado MON 863, el cual según una investigación de la universidad de Caen presenta efectos en hígado y riñones. Del resto de productos transgénicos no hay estudios científicos que comprueben que afecten la salud humana. No podemos decir no coman eso porque les va a dar cáncer, como he oído a muchos ambientalistas decir, o como mi amigo Sebastián me insistió. El hecho es que todo el maíz que consumimos es alterado, ya sea directamente por manipulación genética de laboratorio, o por una serie de mejoras por procedimientos agrícolas tradicionales. Hasta el momento nadie se ha muerto por comer tortillas. Con esto no quiero decir que adelante, sino que hay que aplicar un criterio de precaución, no lo podemos vetar a priori.
Los transgénicos traen beneficios para las grandes multinacionales, ya que estas obtienen mejor producción y rendimiento. Pero también puede ser beneficiosa para pequeñas comunidades aisladas, como el ejemplo del altiplano. También si hacen más eficiente la producción podría ser una consecuencia positiva que eso genere menor competencia por el uso de la tierra. Pero entonces ¿por qué la comunidad europea se opone tan fuertemente al uso de transgénicos? En primer lugar es fácil hablar cuando existe abundancia, no como en pequeñas comunidades aisladas donde se necesitan soluciones radicales para encontrar comida. Segundo es por un criterio de precaución, hasta no comprobar que existe un beneficio real tangible, para que hacer el cambio. Tercero por el enfoque europeo del fomento de las variedades locales, el rescate a las técnicas tradicionales y a las denominaciones de origen. Todo esto respaldado por la Política Agraria Comunitaria (PAC), sin esta sería imposible poder mantener las formas agrícolas tradicionales. En 2003 más del 50% del presupuesto comunitario era consumido en subvenciones agrícolas para respaldar la PAC, así que como se imaginarán es una gran cantidad de dinero.
En Latinoamérica la agricultura no se subvenciona tanto. Así que en los mercados internacionales es muy difícil competir. La solución de los países del ALBA ha sido que mediante la nacionalización de la tierra, el control de precios y los programas de semillas mejoradas poder trata de competir y de generar soberanía alimentaria. Para mi es una estrategia equivocada. Porque el control de precios sabemos que a final de cuentas desincentiva la producción. De estas estrategias se ven muy próximas, sobre todo el programa de semillas mejoradas, al uso de transgénicos.
Es muy difícil no tomar en cuenta soluciones tecnológicas ante el problema de los alimentos. Es muy complicada no tratar de pensar en mejoras a los sistemas productivos, impulsar leyes como la del arrendamiento de tierras y programas como el de semilla mejorada. Es más, pueden ser parte de la solución, pero hay que saber cuales son los riesgos de este tipo de medidas y el impacto en la biodiversidad y salud humana. No ganamos nada tratando de seguir impulsando la “revolución verde”, como lo hace Europa, Estados Unidos y los países del ALBA (que al final de cuentas utiliza una variante política de las mismas estrategias), hay que impulsar, en cambio, la “revolución de la sostenibilidad”. Esta nueva revolución se base en las tres “E” (Ecología, Economía y Equidad) para crear un contexto en el cual los legítimos intereses de todas las partes pueden ser satisfechos en mayor o menos medida, siempre en el marco de una preocupación por la equidad. Como parte de esta nueva revolución tenemos que averiguar cual es papel que juegan los transgénicos. La gente de Greenpeace y otros nos ha dado una alarma. Ahora está en nosotros evaluarla, saber los riesgos y actuar en consecuencia, por el medio ambiente y la salud humana.