El costo de escribir en El Diario de Hoy es suficiente alto sin que su director y editorialista me llama como testigo en su juicio sumario contra Mauricio Funes y el FMLN.
Este precio --la permanente sospecha por parte de mis amigos y enemigos en la izquierda que me haya vendido -- lo asumo con gusto, por razones que ya expliqué en mi primera columna en este periódico: No me gusta predicar a los convencidos, primero; y segundo, los que siempre hemos luchado por ampliar los espacios de expresión y debate en el país, tenemos la responsabilidad de llenarlos cuando se abren. Esto estamos haciendo Joaquín Villalobos, Salvador Samayoa, Joaquín Samayoa y yo en El Diario de Hoy.
Mi trato con El Diario de Hoy está basado en el mutuo respeto por la diferencia de nuestras opiniones. Lo hemos cumplido a cabalidad las dos partes. Pero este trato no incluye que me voy a convertir en partícipe ni en testigo en las cruzadas anticomunistas que le gustan a algunos en El Diario de Hoy, entre ellos su director. En su editorial del viernes 2 de mayo me cita frecuentemente para reforzar su rechazo al candidato Mauricio Funes. Apoyándose en citas de una columna mía, publicado en este diario, donde me expresé críticamente del mismo candidato, el editorialista quiere fundamentar unas tesis que no son mías. No es que yo me retracte de mis críticas a Funes o al FMLN, pero resulta que no coinciden con las del editorialista. Sería mejor, para los dos, que me deje afuera de su juicio contra la izquierda.
Hay una diferencia que quiero dejar bien clara: Mi oposición a los comunistas es para defender las posiciones de la izquierda democrática contra el autoritarismo. Eso es distinto al anticomunismo que piensa que hay que defender la civilización occidental contra la izquierda. Yo puede convivir en un periódico, en un debate, en un espacio democrático con esta posición anticomunista, pero no sirvo de testigo para sostenerla.
A diferencia de muchos que sostienen que estas diferencias deberían impedirme a escribir en El Diario de Hoy, a mí las contradicciones no me molestan y no me inhiben. Por lo contrario, es positivo que en un periódico pueden argumentarse, a la par, opiniones diferentes. Por esto, el intento del editorialista de El Diario de Hoy a usarme de testigo no me motiva a razonar mi participación en su diario. Me motiva a aclarar mi posición.
Regresemos al editorial en cuestión. Conozco demasiado bien al FMLN y a Mauricio Funes para que sea posible la frase con la cual arranca el editorial (“Apunta Lüers que al candidato comunista Funes raras veces se le ve sonreir…”). Yo sé que para el autor del editorial todo el FMLN y buena parte de la izquierda fuera del FMLN son comunistas. Obviamente, no es así. Mauricio Funes no es comunista. Y no lo digo porque ahora, siendo candidato, Funes está usando un discurso moderado. Lo digo porque Funes nunca ha sido comunista. Es parte de una izquierda radical cuyo motor es la mala conciencia generada en movimientos cercanos a la Iglesia Católica que se radicalizaron en el enfrentamiento a las élites políticas y económicas del país, caracterizados por una de alta y cínica inmoralidad. Su radicalidad no proviene de un análisis marxista, sino de un profundo resentimiento, que no es social sino moralista. Y que se vino agudizando, profundizando y radicalizando en la posguerra, porque en el fondo no entendieron ni aceptaron el pragmatismo (Realpolitik) de los Acuerdos de Paz. De paso sea dicho: Para mí criterio, este radicalismo es aun más dañino que el de los comunistas. El radicalismo de Funes es irracional y más resistente al debate, a los argumentos, que la teoría comunista que en el fondo es racional. Es por eso que yo tiltulé mi columna en cuestión “Extrañando a Schafick”.
Igualmente, lo que opina el editorialista sobre Stalin, Castro, Brezhnew, Drácula y la inquisición en España --sea cual sea el denominador común entre ellos-- lo puede sostener perfectamente sin tener que malinterpretar un comentario que yo hice sobre Schafick Handal. Incluso, si la intención era incluir al pobre Schafick en su galería de monstruos, yo sería el peor testigo, porque daría testimonio de lo contrario. Yo dije una cosa muy sencilla de Schafick: que a diferencia de Mauricio Funes, el viejo conspirador comunista tenía humor. No en el sentido que alude el editorialista que hasta los más perversos asesinos se ríen del mundo, sino en el sentido contrario: Schafick no sólo sabía reírse, sabía hacernos reír. Yo diferí mucho de Schafick, pero tengo mucho más miedo a los líderes que en el fuego de su “misión” se han olvidado cómo reírse y cómo hacernos reír. O --como lo dijo magistralmente Joaquín Samayoa sobre Mauricio Funes-- quienes “llegaron tarde a la repartición de la inteligencia emocional.”
Para que funcione nuestra extraña y productiva convivencia en un mismo periódico, en las mismas páginas de opinión, solicito que nadie me use de testigo para sostener tesis que no comparto. Tenemos coincidencias, tenemos contradicciones, y de los dos los lectores, con suerte, pueden sacar algo bueno.
Este precio --la permanente sospecha por parte de mis amigos y enemigos en la izquierda que me haya vendido -- lo asumo con gusto, por razones que ya expliqué en mi primera columna en este periódico: No me gusta predicar a los convencidos, primero; y segundo, los que siempre hemos luchado por ampliar los espacios de expresión y debate en el país, tenemos la responsabilidad de llenarlos cuando se abren. Esto estamos haciendo Joaquín Villalobos, Salvador Samayoa, Joaquín Samayoa y yo en El Diario de Hoy.
Mi trato con El Diario de Hoy está basado en el mutuo respeto por la diferencia de nuestras opiniones. Lo hemos cumplido a cabalidad las dos partes. Pero este trato no incluye que me voy a convertir en partícipe ni en testigo en las cruzadas anticomunistas que le gustan a algunos en El Diario de Hoy, entre ellos su director. En su editorial del viernes 2 de mayo me cita frecuentemente para reforzar su rechazo al candidato Mauricio Funes. Apoyándose en citas de una columna mía, publicado en este diario, donde me expresé críticamente del mismo candidato, el editorialista quiere fundamentar unas tesis que no son mías. No es que yo me retracte de mis críticas a Funes o al FMLN, pero resulta que no coinciden con las del editorialista. Sería mejor, para los dos, que me deje afuera de su juicio contra la izquierda.
Hay una diferencia que quiero dejar bien clara: Mi oposición a los comunistas es para defender las posiciones de la izquierda democrática contra el autoritarismo. Eso es distinto al anticomunismo que piensa que hay que defender la civilización occidental contra la izquierda. Yo puede convivir en un periódico, en un debate, en un espacio democrático con esta posición anticomunista, pero no sirvo de testigo para sostenerla.
A diferencia de muchos que sostienen que estas diferencias deberían impedirme a escribir en El Diario de Hoy, a mí las contradicciones no me molestan y no me inhiben. Por lo contrario, es positivo que en un periódico pueden argumentarse, a la par, opiniones diferentes. Por esto, el intento del editorialista de El Diario de Hoy a usarme de testigo no me motiva a razonar mi participación en su diario. Me motiva a aclarar mi posición.
Regresemos al editorial en cuestión. Conozco demasiado bien al FMLN y a Mauricio Funes para que sea posible la frase con la cual arranca el editorial (“Apunta Lüers que al candidato comunista Funes raras veces se le ve sonreir…”). Yo sé que para el autor del editorial todo el FMLN y buena parte de la izquierda fuera del FMLN son comunistas. Obviamente, no es así. Mauricio Funes no es comunista. Y no lo digo porque ahora, siendo candidato, Funes está usando un discurso moderado. Lo digo porque Funes nunca ha sido comunista. Es parte de una izquierda radical cuyo motor es la mala conciencia generada en movimientos cercanos a la Iglesia Católica que se radicalizaron en el enfrentamiento a las élites políticas y económicas del país, caracterizados por una de alta y cínica inmoralidad. Su radicalidad no proviene de un análisis marxista, sino de un profundo resentimiento, que no es social sino moralista. Y que se vino agudizando, profundizando y radicalizando en la posguerra, porque en el fondo no entendieron ni aceptaron el pragmatismo (Realpolitik) de los Acuerdos de Paz. De paso sea dicho: Para mí criterio, este radicalismo es aun más dañino que el de los comunistas. El radicalismo de Funes es irracional y más resistente al debate, a los argumentos, que la teoría comunista que en el fondo es racional. Es por eso que yo tiltulé mi columna en cuestión “Extrañando a Schafick”.
Igualmente, lo que opina el editorialista sobre Stalin, Castro, Brezhnew, Drácula y la inquisición en España --sea cual sea el denominador común entre ellos-- lo puede sostener perfectamente sin tener que malinterpretar un comentario que yo hice sobre Schafick Handal. Incluso, si la intención era incluir al pobre Schafick en su galería de monstruos, yo sería el peor testigo, porque daría testimonio de lo contrario. Yo dije una cosa muy sencilla de Schafick: que a diferencia de Mauricio Funes, el viejo conspirador comunista tenía humor. No en el sentido que alude el editorialista que hasta los más perversos asesinos se ríen del mundo, sino en el sentido contrario: Schafick no sólo sabía reírse, sabía hacernos reír. Yo diferí mucho de Schafick, pero tengo mucho más miedo a los líderes que en el fuego de su “misión” se han olvidado cómo reírse y cómo hacernos reír. O --como lo dijo magistralmente Joaquín Samayoa sobre Mauricio Funes-- quienes “llegaron tarde a la repartición de la inteligencia emocional.”
Para que funcione nuestra extraña y productiva convivencia en un mismo periódico, en las mismas páginas de opinión, solicito que nadie me use de testigo para sostener tesis que no comparto. Tenemos coincidencias, tenemos contradicciones, y de los dos los lectores, con suerte, pueden sacar algo bueno.
(Publicado en El Diario de Hoy, jueves 8 de mayo 2008)