martes, 14 de agosto de 2007

EL HOMBRE FRENTE A DIOS, UN DEBATE SIEMPRE ACTUAL

Esta columna surge después de leer los artículos de D. Luis Fernández Cuervo, columnista de El Diario de Hoy. Debo dejar claro que no soy un lector que se ha tomado sus escritos como ataques personales. Por el contrario, los he leído con mucha seriedad y atención. Es así que escribo para iniciar un debate concerniente al tema del hombre frente a Dios.

En la columna: “esa creciente inquietud por Dios”, D. Luis Fernández Cuervo habla que la violencia intrafamiliar, la delincuencia juvenil, los embarazos no deseados, los abortos, etc. son productos de una nefasta cultura laicista, relativista y atea. Remata diciendo: “Todo eso [las catástrofes], evidentemente, no viene de vivir como manda la religión cristiana sino todo lo contrario, del permisivismo moral en el que desemboca, tarde o temprano, el ateismo”. Dice que se ha hecho realidad la famosa frase escrita por Dostoievski: “Si Dios no existiera, todo estaría permitido.”

En primer lugar, concuerdo que el relativismo es una postura filosófica perjudicial, que ha contribuido a hacer más difícil la profundización de las cuestiones últimas. Y, en términos planteados por el filósofo francés Jean Paul Sartre, ha permitido que el hombre actúe por una especie de mala fe, es decir, que escape el sentimiento de su total y profunda responsabilidad.

Pero, establecer que los problemas descritos son sólo producto de la permisividad moral, es un argumento bastante débil y demuestra, hablando en el lenguaje de Sartre, actuar de mala fe. Son problemas sociales que tienen múltiples causas, algunas de ellas estructurales. Estas causas pasan por coordenadas económicas, culturales, educativas, ciertamente morales, también son producto de nuestra condición humana, que es complicada, compleja, capaz de lograr esplendorosas bellezas y de igual manera tender a la bajezas más grandes de la ignominia humana.

Pero en última instancia lo que ha pasado por alto D. Luis Fernández Cuervo es que esos problemas son nuestra culpa y nuestra responsabilidad. Atribuir los problemas a la permisividad moral es caer en la insolidaridad del “¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?” [Gn 4,9]. Es creer que esas catástrofes se solucionan a partir de la misericordia y el amor, olvidándose que esas calamidades se presentan como problemas de verdad, justicia y justeza.

Por último, atribuir la permisividad moral al ateísmo, no es correcto. Es caer presa del relativismo y actuar de mala fe. Es entender al ateísmo de una manera simplista, no fundamentada y a partir de frases rimbombantes. De esta manera, la misma frase de Dostoievski, va a servir como punto de partida para explicar un ateísmo coherente y que extrae todas las consecuencias de esta postura, el existencialismo.

En efecto, todo está permitido si Dios no existe, pero esta permisividad no conlleva a que cada uno pude hacer lo quiere desde su punto de vista, por tanto, es necesario revisar el tema de la libertad del hombre (es decir, lo permitido) desde un punto de vista estrictamente filosófico.

Si Dios no existe, todo está permitido, pero lo que nos indica esta permisividad en un primer momento es que no hay determinismo, es decir, no hay un plan determinado para el hombre. Significa que el hombre se encuentra arrojado al mundo, que está en él de una manera desamparada ya que no hay ni en él, ni fuera de él, una posibilidad de asirse a algo, por tanto, el hombre es libre, el hombre es libertad. De esta manera, el hombre no es otra cosa que lo que él mismo se hace o se elige (primer principio del existencialismo).

Ahora bien, si el hombre es tal como se hace a si mismo, entonces el hombre es responsable de lo que es. No sólo es responsable de sí mismo como individuo sino de todos los hombres. Porque si considero que un acto es bueno, soy yo el que elegiré decir que ese acto es bueno en lugar de malo, pero esta elección debe ser tomada como si la humanidad entera estuviera atenta a nuestros actos y se rigiera por ellos. De este modo, como dice Jean Paul Sartre, “soy responsable ante mí mismo y ante todos y creo una cierta imagen del hombre que elijo; eligiéndome, yo elijo al hombre”.

Por otra parte, si Dios no existe, no encontramos ante nosotros valores, justificaciones o excusas que legitimen nuestra conducta, pero esto no avala una permisividad moral, ya que no podemos evadir nuestra total y profunda responsabilidad, no podemos suprimir a Dios al menor coste posible. Estamos condenados a ser libres. Condenados, porque no nos hemos creado nosotros mismos. Libres, porque una vez arrojados al mundo somos responsables de todo lo que se hace.

Por tanto, la permisividad moral es producto no del ateísmo, nada más alejado de la realidad. Si hay permisividad moral en nuestra sociedad o en nuestra cultura es debido a que nosotros mismos, cada uno de nosotros sin excepción, la hemos configurado a partir de nuestros actos diarios, a partir de nuestra vida y somos responsables de ella.

Para finalizar, agotarse en demostrar la existencia o la inexistencia de Dios no acabará las calamidades del mundo, lo necesario es; que el hombre se reencuentre a sí mismo y se convenza de que nada puede salvarlo de sí mismo. Creer o no creer en Dios es su elección, usted es libre, elija.