"Se entenderá por 'desaparición forzada' el arresto, la detención, el secuestro o cualquier otra forma de privación de libertad que sean obra de agentes del Estado."
El audio en la voz del autor: DESAPARACON FORZADA.mp3
Estimados amigos:
Si usted es familiar de alguien detenido y las autoridades durante meses o incluso años no le han informado adónde se encuentra y en qué condiciones, sepan que existe un documento jurídico de las Naciones Unidas, que se llama Convención Internacional para la protección de todas las personas contra las desapariciones forzadas. Se encuentra vigente desde el año 2010, y hasta la fecha 98 países la han firmado.
Artículo 1
1. Nadie será sometido a una desaparición forzada.
2. En ningún caso podrán invocarse circunstancias excepcionales tales como estado de guerra o amenaza de guerra, inestabilidad política interna o cualquier otra emergencia pública como justificación de la desaparición forzada.
Artículo 2
A los efectos de la presente Convención, se entenderá por "desaparición forzada" el arresto, la detención, el secuestro o cualquier otra forma de privación de libertad que sean obra de agentes del Estado o por personas o grupos de personas que actúan con la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado, seguida de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o del ocultamiento de la suerte o el paradero de la persona desaparecida, sustrayéndola a la protección de la ley.
Artículo 5
La práctica generalizada o sistemática de la desaparición forzada constituye un crimen de lesa humanidad (...)
Artículo 6
1. Los Estados Partes tomarán las medidas necesarias para considerar penalmente responsable por lo menos:
a) A toda persona que cometa, ordene, o induzca a la comisión de una desaparición forzada, intente cometerla, sea cómplice o participe en la misma;
b) Al superior que:
-haya tenido conocimiento de que los subordinados bajo su autoridad y control efectivos estaban cometiendo o se proponían cometer un delito de desaparición forzada, o haya conscientemente hecho caso omiso de información que lo indicase claramente;
-No haya adoptado todas las medidas necesarias y razonables a su alcance para prevenir o reprimir que se cometiese una desaparición forzada, o para poner los hechos en conocimiento de las autoridades competentes a los efectos de su investigación y enjuiciamiento;
2. Ninguna orden o instrucción de una autoridad pública, sea ésta civil, militar o de otra índole, puede ser invocada para justificar un delito de desaparición forzada.
Artículo 12
1. Cada Estado Parte velará por que toda persona que alegue que alguien ha sido sometido a desaparición forzada tenga derecho a denunciar los hechos ante las autoridades competentes, quienes examinarán rápida e imparcialmente la denuncia y, en su caso, procederán sin demora a realizar una investigación exhaustiva e imparcial. Se tomarán medidas adecuadas, en su caso, para asegurar la protección del denunciante, los testigos, los allegados de la persona desaparecida y sus defensores, así como de quienes participen en la investigación, contra todo maltrato o intimidación en razón de la denuncia presentada o de cualquier declaración efectuada.
Artículo 17
2. Sin perjuicio de otras obligaciones internacionales del Estado Parte en materia de privación de libertad, cada Estado Parte, en su legislación:
d) Garantizará que toda persona privada de libertad sea autorizada a comunicarse con su familia, un abogado o cualquier otra persona de su elección y a recibir su visita
Artículo 18
1. Sin perjuicio de los artículos 19 y 20, cada Estado Parte garantizará a toda persona con un interés legítimo en esa información, por ejemplo los allegados de la persona privada de libertad, su representante o abogado, el acceso, como mínimo, a las informaciones siguientes:
a) La autoridad que decidió la privación de libertad;
b) La fecha, la hora y el lugar en que la persona fue privada de libertad y admitida en un lugar de privación de libertad;
c) La autoridad que controla la privación de libertad;
d) El lugar donde se encuentra la persona privada de libertad y, en caso de traslado hacia otro lugar de privación de libertad, el destino y la autoridad responsable del traslado;
e) La fecha, la hora y el lugar de la liberación;
f) Los elementos relativos al estado de salud de la persona privada de libertad;
g) En caso de fallecimiento durante la privación de libertad, las circunstancias y causas del fallecimiento y el destino de los restos.
2. Se adoptarán, llegado el caso, medidas adecuadas para garantizar la protección de las personas a las que se refiere el párrafo 1 del presente artículo, así como de quienes participen en la investigación, contra cualquier maltrato, intimidación o sanción en razón de la búsqueda de informaciones sobre una persona privada de libertad.
Etc., etc...
Este convenio fue acordado en el 2010. Les hago una propuesta: Hagan ustedes al gobierno, en la forma que sea más eficiente y pública, la pregunta clave: ¿Por qué ni el gobierno de Funes, ni el de Sánchez Cerén, ni el de Bukele han firmado este Convenio?
Saludos,
Lea el texto completo
de la Convención en este link.
Posdata importante:
El Estatuto de Roma, que es el código penal de la Corte Penal Internatonal, también tiene las desparaciones forzadas" entre su lista de "crímenes de lesa humanidad". En su artículo 7 define el delito así:
i) Por “desaparición forzada de personas” se entenderá la aprehensión, la detención o el secuestro de personas por un Estado o una organización política, o con su autorización, apoyo o aquiescencia, seguido de la negativa a admitir tal privación de libertad o dar información sobre la suerte o el paradero de esas personas, con la intención de dejarlas fuera del amparo de la ley por un período prolongado.
El Estatuto de Roma sí fue firmado y ratificado por El Salvador y por tanto es ley vigente y aplicable en nuestro país.
Gustavo siente que le andan cerca. Demasiada gente sabe de su relación con los venezolanos. Hablamos a Richard en México para decirle que deje de dar declaraciones. El Seco me da un contacto para reconectar con los compas: “Deja pasar unos días. Luego te vas al Hotel Alameda. En recepción trabaja un tipo llamado Norman. Él te puede conectar. No preguntés por su nombre, solo si tienen un cuarto con jacuzzi…” Vaya. Estoy en una película de espías.
Antes de partir, Gustavo me lleva a la oficina de la UPI en el segundo piso del Camino Real. Me presenta a Raúl Beltrán. Arreglamos que pueda usar el telex de la agencia, siempre cuando no esté ‘el gringo’… “Cualquier cosa, le ayudas al Chele. Es de confianza,” le dice a Raúl.
De un solo despacho mi primer reportaje. Antes de salir de Alemania arreglamos un puente de telex en Frankfurt, en las oficinas de Medico Internacional. Ahí está instalado un periodista que va a difundir información a los comités de solidaridad, mandar mis artículos a la TAZ en Berlin —y mis informes al COMIN en Managua. Funciona, al rato vía Frankfurt viene la respuesta de Managua: Autorizada la salida de Gustavo y la utilización del contacto en el Alameda. Que comience mi trabajo de corresponsal. La máquina de telex, mi conexión con el mundo fuera de este escenario de locura. Sabiendo que es Luisa que me está contestando, dejo de sentirme abandonado.
Mattison me lleva al Estado Mayor, al Comité de Prensa de la Fuerza Armada, para sacar mi credencial. Ya sé lo útil que es este carnet. Entramos en taxi al complejo militar, sin ningún control ni registro. Harry entra a la oficina como Juan por su casa, saludando a los oficiales, bromeando con la secretaria. Yo entrego mis documentos: pasaporte, credencial del periódico Frankfurter Rundschau. No voy a decir que trabajo para la TAZ, que sigue promoviendo la campaña “Armas para El Salvador.” Mientras tanto, Harry explica que necesita hablar con el jefe de COPREFA. El hombre sale de su oficina, Harry me presenta: “Uno de los más famosos reporteros de Alemania, un poco asustado, porque vino en medio del desmadre…”
Estamos sentados en la oficina del coronel Cotto. Fotos de su carrera militar, todas de actos ceremoniales, ninguna en el terreno. Este gordito de todos modos no tiene plante de guerrero. Me habla de su hermano, el cineasta Alejandro Cotto, que ganó algún premio en el Berlinale, me habla de Goethe y Schiller. Cuesta dirigir la plática a la ofensiva. Me da un discurso sobre los terroristas que sólo afectan a civiles, sobre la traición de los capitanes Mena Sandoval y Cruz Cruz, sobre la derrota de los insurgentes en Cutumay. “Todo el país está bajo control, los derrotamos.”
Salgo con mi credencial, firmada por el coronel. “Vamos a Chalate mañana, dicen que todavía hay combates en la mera ciudad. This war is not over yet,” dice Harry. Me lleva al centro de San Salvador, a una fábrica de baterías, donde también alquilan carros. Sacamos un Lancer, que ya tiene rótulos de PRENSA INTERNACIONAL. Mientras Harry hace el papeleo, me quedo afuera fumando un cigarrillo. Se abre el gran portón del taller, y veo que de una Cherokee negra bajan unos bultos largos que parecen armas envueltas en mantas. Hay 4 de estos Cherokees adentro —los símbolos de los escuadrones. Cuando entro a la oficina, Harry está hablando con el dueño, un señor alto con jeans y botas. Acaban de hacer un trato: Nos dan un buen deal con el carro, y Harry va a hacer las fotos en la boda de su hija. “Voy a llevarme a este alemán, es un gran fotógrafo…”
Afuera le cuento a Harry lo de los Cherokees. “¿Tomaste fotos?”, me pregunta. “No. Ni ando cámara. De todos modos, ¿cómo iba a tomar fotos? Se hubieran dado cuenta.”
“You got to learn a lot, man. Primera regla: Nunca salir sin cámara, nunca sabés con qué te vas a encontrar. Segunda regla: Hay que tomar todas las fotos que puedas. Para eso estamos aquí…” Abre la puerta del portón y entra cámara en mano. Les dice a los mecánicos que quiere ver otro carro, que tal vez necesitaremos un 4x4, saca unos shots y... nos vamos. Claro, los bultos ya no están a la vista, pero sí los Cherokees, sin placas. “Así se hace, Paolo.”
El Lancer es una maravilla, tiene que tener un motor modificado, porque corre como loco. Harry me guía a un tour por el centro histórico, vamos a comer en el Don Pedro, y enfrente veo el Hotel Alameda. Durante la comida, me hace el mapa de los periodistas: “En la UPI, habla con Raúl. Bueno, también está John Hoagland de fotógrafo. Es loco, pero un gran tipazo. Cuidado con Newhagen, es un idiota sin bolas. Hay un montón de freelancers locos, que no están en el Camino Real, viven en pensiones. Renato es de confianza, pero cuidado, es de la otra familia, igual Ana María, una paisana tuya. Hay un fotógrafo colombiano, que se te va a pegar como garrapata. Cuidado con este. Hace demasiadas preguntas…”
En la tarde conozco a casi todos estos personajes. Ana María es una alemana de pocas palabras. Proyecta clandestinidad en la cara. Me lleva a La Pradera, una pensión a la vuelta de la embajada gringa en la Colonia Médica. Me pregunta por Hernán y Gustavo, pero prefiero no contar nada. Sin ninguna preparación para la clandestinidad, decido que lo mejor es no hablar mucho. Renato es un tipo flaco, pequeño, con plante de profesor. Hace todo un análisis teórico de la situación histórica, socioeconómica y militar del país —y del mundo. Ana María lo envuelve en consideraciones ideológicas. Sospecho que es una discusión ficticia y el objetivo es explorar adónde está parado este personaje nuevo. Me hago el suizo, y digo una frase que jamás pensaba pronunciar: “A mí lo que me importan son las fotos y los reportajes que puedo sacar…” Estoy aprendiendo rápido. Llegan a la conclusión que soy un aventurero sin posición política. Perfecto. Luego me enteraré que ambos son cuadros de las FPL. Simpáticos, pero para mí, llenos de riesgos.
En la noche, en el bar del Camino Real, cuento a Harry mis impresiones. “You are a fast learner, man.” Y se ríe a carcajadas. Raúl me ha dado las llaves de la oficina de la UPI, hago mi segundo despacho, recibo un recado de Luisa: “No te preocupés. No estás en peligro. Buscan a Paolo Bosio.”
A las 6 de la mañana en punto, al sólo levantarse el toque de queda, vamos rumbo a Chalatenango. El cuartel de la Guardia, Troncal de Norte, Ciudad Delgado, Apopa, Guazapa, Aguilares… en el puente Colima termina el viaje. Un retén que no deja pasar a nadie. Según los soldados, hay combates más adelante. Desayunamos en una tiendita. La señora me cuenta del montón de refugiados que están en el viejo ingenio de la Hacienda La Colima. Voy a tomar fotos, mientras Harry regresa a Aguilares para buscar un teléfono y hablar al coronel Cotto.
La escena en el viejo ingenio de azúcar es kafkiana. Debajo de las máquinas y los enormes tubos, en medio de una ruina industrial, viven docenas de familias, juegan niños, cocinan las ancianas. No veo a ningún hombre que no tenga menos de 60 o más de 15. Vienen de diferentes lugares de Chalatenango, huyendo de los operativos militares. Por primera vez escucho de la masacre del río Sumpul, en mayo del 1980. Las mujeres hablan de 600 campesinos muertos…
“¿Y adónde están los hombres?”, pregunto. “Sólo veo niños, mujeres y ancianos.” Me miran con tristeza y resignación: “Por ahí…”
Entro en otro edificio, la misma escena. Pero, aquí son desplazados ‘del otro lado’, familias que huyeron de la guerrilla, también de Chalatenango, pero de otros cantones. Tampoco hay hombres. “Por ahí, cuidando las milpas…”
¿Cómo conviven? No conviven, sobreviven, cada uno por su lado.
Aparece Harry: “Let’s go, antes de que Cotto se arrepienta.”
Otra vez en el retén, el oficial ya ha recibido la orden de dejarnos pasar. No le gusta para nada. “No van a llegar lejos, señoritos periodistas. No pidan ayuda después cuando los terengos les pongan minas.” Y por primera, pero no por última vez escucho, ya sentado en el carro: “Periodistas gringos de mierda…”
“¿Crees que puede haber minas?”
“No, este pendejo sólo nos quería dar miedo. ¿Cómo va a haber minas en una carretera asfaltada?”
Pasando el desvío al cuartel de la Cuarta Brigada de El Paraíso, me encuentro con la guerra. En el viaje a Morazán había visto algunos muertos, también en San Salvador y luego en la Litoral. Pero esto es otra cosa: la escena de un reciente combate. Unos 20 soldados en la calle, otros apostados en las orillas. Y una docena de muertos en el asfalto. Uniformados de harapos. Guerrilleros. Harry para el carro y antes de bajarnos me dice: “Estos son guardias, tenga cuidado, estos hijueputas son malos…”
Nos acercamos, cámaras listas. Nos encañonan con sus G3. Fusiles alemanes, es la primera cosa que pienso. Harry levanta su credencial: “Prensa Internacional…”
La primera cosa que nos pregunta el teniente de la Guardia: “¿Cómo putas pasaron del puente? No tenía que pasar nadie.”
De reojo miro hacía los cuerpos tirados en la carretera. Veo a varios que tienen, aparte de heridas de bala, grandes heridas de machete. Y veo a los soldados, muchos de ellos machete en mano. Veo sangre, pero no de los machetazos. Los cortaron ya muertos.
“Somos prensa,” repite Harry. Comienza a argumentar, pero veo que no llega a nada. Vaya, lo que funcionó una vez, tal vez funciona otra vez. Levanto también mi credencial y digo: “Nos manda el coronel Cotto de COPREFA. Tenemos que tomar fotos en la ciudad de Chalate. Si quiere, pregunte al retén en el puente, ellos recibieron las órdenes.” Y señalo al soldado a la par de él que anda el radio.
Harry me mira como si estoy loco. Tal vez tenga razón. Pero la actitud del teniente cambia. No que se esté poniendo simpático, tampoco que nuestra presencia le guste. “Bueno, si los jefes quieren fotos, empiecen aquí.”
Desenvaina su especie de sable de oficial, da tres pasos para atrás, a la par de uno de los cuerpos, pone la punta del sable en el pecho abierto del muerto, y se pone en pose. “Aquí está su foto, para que vean cómo terminan los terengos.”
Con cara de jugador de póker, Harry lentamente cambia el lente, mide la luz y comienza a disparar su cámara. Cambia de posición, unos pasos al lado, otros para delante, disparando. Yo me quedo paralizado, hasta que el teniente me grita: “¿Y usted, gringo, les tiene miedo a los muertos? Esta es una guerra, señor, y estos son terroristas. Ellos también matan.” Y saca el pecho aún más. Levanto la cámara, trato de enfocar, pero me tiemblan las manos.
En eso, llega un camión militar, y los soldados comienzan a subir algunos cadáveres a la cama. Los ponen patas adelante, las cabezas quedan colgados. Un guardia se sube y comienza a arrastrarlos más adentro. Queda un hombre, acostado de espalda, con la cabeza y los brazos colgados. Jesús en Chalatenango, pienso y tomo esta foto. Harry a la par mía cambia rollo y medidamente comienza a tomar fotos del camión con este Jesús, viendo la luz del cielo, cambiando posición para no tener contraluz. “Esta va a hacer portada de TIME,” me dice. Y resulta que tiene razón, saldrá en portada el camión, y adentro el teniente posando con el sable en el pecho abierto del guerrillero. En cambio, cuando revelo mi rollo, no tengo ninguna foto buena. En unos, le corté al teniente la cabeza con el ridículo casco estilo SS, otros salen mal enfocados o contraluz. Tengo una sola foto pasable que salió en la TAZ.
El teniente grita a su tropa que dejen de cargar muertos. Y a nosotros nos dice, con una gran sonrisa: “Pasen adelante, señores.”
Pero todavía no hay paso. No hay manera de pasar. Sólo han removido 3 cuerpos, los otros están a lo ancho del carril.
“Vamos a esperar hasta que los remuevan,” dice Harry. “No tenemos prisa.” Enciende un cigarrillo y se siente en una piedra.
“Pasen encima de los hijueputas, a ellos ya no les duele. No los toquen,” dice a su gente que ya se disponen a mover los cuerpos. “O pasan encima, o regresan por donde han venido, señores periodistas. Y me saludan a los grandes combatientes del COPREFA en sus oficinas de aire acondicionado. Saludos de la Benemérita.”
Harry, sin decir nada, me da su cámara, su maletín, se quita el chaleco, agarra al primer cuerpo y lo arrastra a la cuneta. El teniente no dice nada, pero dos guardias encañonan a Harry. “Shoot me, assholes,” dice Harry y agarra al segundo cuerpo. Con esto ya hay paso. Nos montamos al carro y en zigzag pasamos en medio de los cuerpos.
“This fucking war is the worst I’ve ever seen,” dice Harry y deja de hablar hasta que llegamos a la ciudad de Chalatenango.
Cuando entramos a la ciudad de Chalatenango, escuchamos un nutrido tiroteo desde el centro. Poca gente en la calle. No hay acceso al Parque Central, por lo menos no en carro. Buscamos parquear en una callecita —y lo primero que encontramos, otra vez en medio de la calle, dos cuerpos. Muchachos de menos de 18 años. Nadie los está velando o llorando. “Parece que no son de aquí,” dice Harry, ya listo con su cámara. “Estos no son guerrilleros, mira la ropa…”
Hago unas tomas desde cierta distancia, para ubicar a los muertos en el ambiente de esta calle desolada. Hago un zoom a uno de los muertos, porque no quiero acercarme. Veo algo extraño: tiene algo en la mano que no puedo distinguir. Me acerco y veo que es un As de espadas. Lo tiene entre dos dedos, como si estuviera listo a jugar. Harry ya camina hacia la plaza, donde está la acción. Lo llamo. Reviso al otro y tiene, también en la mano derecha, un As de corazones. “¿Qué putas es esto?”, pregunto a Harry. “La marca de un escuadrón,” dice Harry —e inmutable como siempre, toma close-ups de las manos con los naipes. Me concentro, tengo que hacer estas fotos, me tengo que controlar. Esta vez no me tiemblan las manos, enfoco y encuadro bien. Ese día, en esta calle de Chalatenango, comienza mi carrera como fotógrafo de guerra.
Nos acercamos al Parque Central. Llegamos hasta la esquina de la plaza. Un señor nos dice: “No pasen de aquí, hay fuego cruzado. Los muchachos están en esos edificios enfrente y en algunos techos de este mismo lado. Los soldados están en frente, en la alcaldía. Tienen horas disparando…”
¿Cómo fotografiar un combate? Por primera vez me hago esta pregunta. El dolor de cabeza de los fotógrafos. Todo está pasando, pero no se ve nada, a menos que te acerqués. Pero entonces, te pueden matar. La solución: la única manera de retratar un combate con la cámara, de foto o de video, es estando con un bando, disparando tu cámara desde la perspectiva del combatiente. Si lo tratás de hacer desde afuera, lo más probable es que no conseguís nada —o conseguís una bala en el intento.
Harry está a punto de cometer una locura. Entra unos pasos al parque, mirando por el lente, tira una ráfaga de fotos hacia donde piensa que están los combatientes, y corre de regreso. Pero viendo por el lente no ves lo que está pasando fuera del encuadre. Es ruleta rusa. En este momento decido que esto nunca lo voy a hacer, ninguna foto vale la pena arriesgar mi vida.
Nadie de nosotros toma del combate en el Parque Central una sola foto que valga la pena. Nuestros shots de este día son los muertos de El Paraíso, los guardias, el camión con Jesús —y los naipes del escuadrón. Para Harry, una portada. Para mí, un curso intensivo en fotografía de guerra.