San Fernando/Morazán, 1981 |
Publicado en MAS! y EL DIARIO DE HOY, sábado 9 enero 2021
Queridos amigos:
Mañana cumplo 40 años de haber llegado a El Salvador. Y a pesar de todo, nunca me he arrepentido de haberme quedado. Tanta gente sueña con irse, y yo sigo luchando para vivir feliz en El Salvador a pesar de las campañas de intolerancia y odio; a pesar que hay gente en el gobierno que prometen quitarme la ciudadanía salvadoreña y expatriarme.
Vine a El Salvador el 10 de enero del 1981, día que “oficialmente” comenzó la guerra. Vine como reportero, luego renuncié a mi corresponsalía para incorporarme a la guerrilla. Al terminar la guerra, renuncié a la militancia, para poder regresar al oficio del periodístico independiente. Construí una familia y adopté la nacionalidad salvadoreña, sabiendo que con esto perdería la alemana. Me siento salvadoreño, ni más ni menos que cualquier otro que tiene 40 años de vivir en este país. Cuando en Twitter algún joven despistado me dice que no tengo derecho de opinar sobre el país y su gobierno, porque soy extranjero, le contesto que tengo más tiempo que él de vivir en El Salvador, y además voluntariamente, por decisión propia, no por casualidad…
Viví la guerra de cerca, no me la contaron. Igual viví de cerca el proceso que gradualmente nos llevó a la convicción de que en vez de buscar derrotar o incluso aniquilar al otro bando, deberíamos buscar una salida negociada y un acuerdo nacional para transformar al país en paz.
Al salir del frente de guerra de Morazán y regresar a la capital en 1986 me di cuenta que esta convicción fue compartida por amplios sectores de la sociedad, incluyendo a muchos integrantes de la Fuerza Armada y de ARENA. A partir de ahí me dediqué a apoyar las negociaciones de paz, así como lo hicieron muchos, dentro y fuera de los dos bandos enfrentados.
Algunos pagaron esta decisión con su vida, como José Antonio Rodríguez Porth, ministro de la presidencia de Alfredo Cristiani, e Ignacio Ellacuría, el entonces rector de la UCA. Ambos fueron asesinados en 1989 para descarrilar el proceso de paz, uno por los intransigentes dentro del Frente, otro por los intransigentes dentro de la Fuerza Armada.
Lo que realmente me motivó a quedarme en El Salvador no fue la guerra sino la manera en la que logramos hacer la paz. A una guerra uno se va, y al terminar se regresa a su casa. Pero la paz no es un punto final, es un punto de partida, una tarea inconclusa. Me quedé para concluir y defender la paz. Y esto voy a seguir haciendo, hoy que tenemos un presidente que declara que el proceso de paz fue una farsa.
Me satisface mucho que en la lucha en defensa de los Acuerdos de Paz y de la democracia, que a partir de ellas hemos construido, me he vuelto a encontrar con tantos excompañeros de lucha y exadversarios, pero también con muchos jóvenes que aprendieron de la historia.
A todos ellos los saludo,