lunes, 23 de septiembre de 2019

El mito de las cintas de los zapatos. De Cristina López


Publicado en EL DAIRIO DE HOY, 23 septiembre 2019


Hay ciertas narrativas que de repetirlas infinidad de veces adquieren carácter de dogma, con independencia de si son descriptores fiables de la realidad o no. Una narrativa eminentemente estadounidense, muy propia del carácter cultural individualista de dicho país, es la del mito de las cintas de los zapatos. En inglés, se le conoce como “lift up by the bootstraps” y se refiere a las historias de éxito económico de quienes han salido adelante a puro esfuerzo, levantándose así mismos prácticamente con las cintas de sus propios zapatos. Es una narrativa inspiradora y aspiracional. Casi podría decirse que empodera.
¿El problema? No es real. No es por el hecho de que físicamente es imposible que una persona alcance más altura jalando las cintas de sus propios zapatos: es que la metáfora, aplicada al ámbito de la movilidad social es eminentemente reduccionista, en el sentido de que entiende la ecuación que resulta en “aumento de ingresos económicos” como una donde la única variable que importa es la del esfuerzo personal, asumiendo una correlación perfectamente directa entre ambas cosas. Más esfuerzo, en esta ecuación fantástica, equivale entonces siempre a más ingresos. ¡Qué maravilla!
Y es que esta narrativa fantástica de alzarse a puro jalón de las propias cintas de los zapatos no toma en cuenta a quienes, para empezar, no tienen ni zapatos. Es decir, en esta ecuación simplista no se toman en cuenta la pluralidad de variables que interactúan para resultar en uno u otro nivel de ingresos económicos, entre ellas, las diferencias estructurales. Variables tan diversas como el lugar de nacimiento, el tipo de educación que es accesible, la calidad de la nutrición, el acceso a la salud, incluso la nutrición pre-natal, son solo algunos ejemplos de características que varían para cada individuo, pero que tienen tanto impacto en la capacidad de aumentar o no los ingresos económicos como podría tenerlo el esfuerzo personal.
Y la gran mayoría de estas variables no dependen de la voluntad personal de los individuos. Tantas de estas diferencias estructurales que impactan los ingresos económicos dependen de las políticas públicas. Solo cuando los gobiernos se enfocan en establecer e implementar el tipo de políticas públicas de largo plazo que hacen posible igualar las condiciones atacando las diferencias estructurales en las sociedades para que, por ejemplo, la educación accesible tenga la misma calidad para la mayoría de personas, es que podemos hablar del impacto de esforzarse un poco más o un poco menos. Claro que esforzarse es importante: pero solo hace la diferencia cuando las demás variables no limitan. ¡Y en nuestro país limitan tanto!
Reducir un problema tan complejo como la movilidad social a un tema de más o menos esfuerzo es asumir que, si la capacidad económica fuera una carrera de velocidad, todo el mundo empieza la carrera desde el mismo punto de partida cuando la realidad no indica eso. Pero por supuesto que es una narrativa atractiva, pues permite que quienes alcanzan cierto nivel de ingresos intenten atribuir su éxito a su propio esfuerzo única y exclusivamente, ignorando los privilegios (o características no escogidas que son más bien productos de la lotería genética que del esfuerzo) que fueron variables esenciales de la ecuación. Esta visión reduccionista iguala la pobreza con haraganería y no es solamente evidencia de falta de curiosidad intelectual, sino también falta de empatía con los más desfavorecidos. Y el mayor problema no es que nos creamos la narrativa: es que les permitamos a nuestros gobernantes que continúen ignorando su rol en perpetuar las diferencias estructurales que definen la movilidad social mucho más que el esfuerzo personal.
@crislopezg