Publicado en MAS! y EL DIARIO DE HOY, 5 septiembre 2019
En cada profesión o negocio hay buenos y malos, cumplidos y tramposos. No solo en oficios tan legales e impecables como profesor, zapatero, médico, policía o agente de viaje, sino también para los que trabajan al margen de la ley o de los buenas modales, como prostitutas o coyotes.
Hablemos de los coyotes, porque de repente están en la mira de la Policía, la Fiscalía, los tribunales, los medios y todos los fariseos hipócritas.
Así como es el caso de las prostitutas, también los coyotes responden a una demanda social real que nadie más satisface. Sea por las razones que sea, diariamente hay cientos de ciudadanos que buscan llegar a Estados Unidos, sin visas o permisos de residencia y trabajo. Indocumentados los llaman unos y otros los clasifican como ‘ilegales‘, como si pudiera haber personas ilegales.
La gran mayoría de los migrantes requieren de los servicios de personas y organizaciones que se dedican a facilitar la travesía por las fronteras, por países hostiles y al fin, la entrada a Estados Unidos. Los famosos ‘coyotes‘.
Por más que Estados Unidos invente para cerrarles el paso, y por más que para esto logren imponer a los gobiernos de los países de paso (para los salvadoreños, Guatemala y México) que los detengan, más indispensable (y por tanto más caro) se vuelve el servicio de los coyotes. Sin los coyotes, no existieran los millones de compatriotas que viven y trabajan en el país del norte y no recibieran remesas sus familiares en El Salvador. Así que no hablemos mal de los coyotes, por lo menos no de los que cumplen.
Para ofrecer su servicio, los coyotes obviamente tienen que moverse al margen de la ley: contratar guías para cruzar fronteras en puntos ciegos, sobornar a policías y oficiales de migración, pagar cuotas de protección a bandas que controlan territorios en Guatemala y México, conseguir papeles falsos, etc.
Repito lo que dije al inicio: hay coyotes profesionales y honestos que cobran caro, pero cumplen y hay coyotes estafadores que cobran caro, pero no cumplen. Los primeros garantizan que sus clientes lleguen seguros a su destino, los segundos los abandonan en el camino y los exponen a toda clase de peligros, incluyendo aquellos fatales.
Los primeros merecen todo el reconocimiento por su peligroso trabajo y en sus pueblos suelen gozar de especial admiración y cariño. Los segundos son odiados y muchas veces castigados por sus clientes defraudados o sus familiares.
Mientras nuestro gobierno no tenga la capacidad (ni la voluntad) de ayudar a los migrantes a llegar a su destino, lo mínimo que debe hacer es no perseguir a los coyotes que le cumplen a sus clientes. Debe perseguir a los malos coyotes y dejar en paz a los buenos.
Digo todo esto porque a petición (más bien por presión) del gobierno de Estados Unidos, las autoridades salvadoreñas están haciendo redadas contra lo que ellos llaman ‘traficantes de personas‘, organizaciones de ‘trata de personas‘, crimen organizado. Incluso el ministro de Seguridad los llamó “terroristas que van a la cárcel o al cementerio“.
Al presentar a los coyotes al tribunal, la Fiscalía se refiere a sus clientes como ‘víctimas‘, pero no hay clientes demandándolos. Ni siquiera la Fiscalía los acusa de estafa a sus clientes. Los acusa de incurrir en las ilegalidades inherentes al oficio de mover a sus clientes por tres países sin que dispongan de permisos migratorios. Ilegalidades cometidas fuera del país.
¿Quién ha definido que perseguir estas acciones ilícitos tenga prioridad en El Salvador, a pesar de que existe una demanda social fuerte por estos servicios? ¿Qué clamor de justicia se satisface echando a la cárcel a los coyotes y decomisándoles sus medios de trabajo, no por defraudar a sus clientes, sino por cometer ilegalidades en Guatemala, México y Estados Unidos?
Saludos,
P.D.: Esta es la segunda vez que dedico una carta a los coyotes. La primera la publiqué en el MÁS!, en septiembre 2010: Carta a los coyotes guanacos