Cuando la Sala declaró inconstitucional
la amnistía y mandó a consensuar y redactar una Ley de Reconciliación, dejó al
país una tarea bien complicada. La nueva ley no podía volver a dejar impunes
todos los crímenes, ciertamente no los de lesa humanidad – pero tampoco podía
dejar la puerta abierta para que todos los hechos de guerra, insurgencia y
contrainsurgencia llegaran a los tribunales, haciendo colapsar no solo el
sistema judicial, sino el sistema de postguerra en general.
Viendo lo delicado del asunto, publiqué
en julio 2016 una columna titulada “Cállese,
señor presidente”. Escogí un titular tan drástico, porque Salvador Sánchez
Cerén había anunciado que iba a presentar a la Asamblea esta ley. Entonces, mi
consejo fue: “El presidente (y todos
los demás ‘implicados’ de todos los bandos), por decencia y prudencia, tenían
que apartarse de este debate. Si no, la posible solución sería inmediatamente
percibida como un nuevo pacto de los protagonistas de la guerra de evadir su
responsabilidad”.
Mi propuesta fue: “La solución a
este dilema, para tener validez, esta vez tiene que surgir de la sociedad
civil, incluyendo las víctimas, y no de las partes beligerantes.”
Al fin el gobierno, sabiamente, no hizo
nada, pero nadie asumió la responsabilidad y la tarea. Así que no pasó nada.
En marzo, ya casi terminándose el plazo que la Sala había dado, escribí en otra columna: “Lo
que hubieran tenido que hacer los poderes del Estado (Presidencia,
Asamblea, Corte Suprema) es convocar una ‘Comisión de sabios’ (compuesta
por rectores de universidades, representantes de iglesias, penalistas,
constitucionalistas y otras personalidades de prestigio moral e
intelectual) para organizar debates tanto públicos como académicos, y
que de ellos surja una propuesta de Ley de Reconciliación que llene el
vacío que dejó la derogación de la Amnistía de 1999.”
Tampoco
se hizo. Al fin se configuró el peor de los escenarios: en la Asamblea se articularon
propuestas, que de antemano provocaron desconfianza porque fueron presentados
por protagonistas de ambos bandos de la guerra. Primero Rodolfo Parker, luego
Nidia Díaz y Jorge Handal juntos con el general Vargas y el coronel Almendariz.
Para mi criterio, sus propuestas, siempre mejorables, son racionales y
mesuradas. Pero por razones obvias, en la opinión pública no generaron ninguna
confianza.
Claro
que no, porque la iniciativa no tenía que surgir de ellos, sino de la sociedad
civil. Y cuando digo sociedad civil, no es idéntico, como muchos piensan con
las organizaciones que asumen la representación de las víctimas de represión y
crímenes de guerra cometidas por fuerzas gubernamentales y paramilitares
afines. Estas organizaciones, que también presentaron una propuesta de ley y
objetaron las que surgieron de la Asamblea,
deben tener voz, pero no la representación, ni de las víctimas en
general, ni de la sociedad. La peor solución del dilema actual sería que todo
se arregle en una negociación entre las organizaciones que sumen la
representación de una parte de las víctimas y los diputados.
Nunca es tarde. Todavía pueden sentarse
en una mesa ‘los sabios’ y llegar a una solución que nos saque de este
dilema entre los dos imperativos -justicia y paz- y se enfoque en el
imperativo de la verdad. Nunca van a estar contentos todos. En ambos
bandos históricos hay quienes aparte de verdad y justicia quieren
venganza. Por otra parte, también en todos los bandos históricos, hay
quienes abogan por el olvido, porque no quieren que se sepa la verdad.
Ambas posiciones son fuertes, pero minoritarias. Minoritarias entre los
protagonistas de derecha e izquierda, minoritarios entre los familiares
de las víctimas, y aun más minoritario en la sociedad. La mayoría de los
salvadoreños hace tiempo ha perdonado a quienes durante la guerra les
violaron derechos, pero también están interesados en conocer la verdad.
No quieren olvidar, pero si poner punto final al capítulo de la guerra.
Propongo
que la Asamblea no emita ninguna Ley de Reconciliación, mientras que
desde la sociedad no surja una propuesta desinteresada y racional.
Saludos,
(MAS! y EL DIARIO DE HOY)