La ética, como las leyes, es un sistema de imperativos que pueden entrar en conflictos, lo que nos obliga a definir prioridades y jerarquías entre principios legítimos. Ahí es donde podemos equivocarnos, si no sabemos poner los imperativos éticos correctamente en el contexto de la realidad.
Cuando monseñor Romero habla de justicia, su principal objetivo es que termine la injusticia, la represión, la matanza. Este objetivo está por encima de cualquier otro, incluyendo la aplicación de la ley. Un ejemplo: Para la ética cristiana, es condenable el uso de la violencia armada para obtener el poder político. Sin embargo, monseñor Romero promueve el violento golpe de Estado del 15 de octubre 1979, porque piensa que puede parar la represión.
Esta posición clara de monseñor Romero de priorizar el objetivo de parar la represión, como máxima expresión de la injusticia encima de cualquier otro es el legado que dejó a su país – y que 12 años después de su asesinato hizo posible los Acuerdos de Paz. Al fin el imperativo de la paz se impuso sobre las legítimas demandas de los diferentes actores de la guerra, incluyendo la demanda de justicia por todos los crímenes cometidos; incluyendo también la demanda legítima de cambios en el sistema social del país.
Hoy, cuando al fin hay un consenso nacional de aceptar a monseñor Romero como autoridad ética, simbolizado en su elevación como Santo de la Iglesia Católica, ¿cómo vamos aplicar su legado?
¿Cómo vamos a entender y hacer nuestro su clamor contra la injusticia?
Hay quienes prefieren aplicarlo al pasado, exigiendo que se aplique justicia en los casos pendientes de crímenes cometidos en el contexto de la guerra, comenzando con el asesinato del mismo monseñor Romero. Pero hay que preguntarse: ¿Qué aportaría esto al objetivo de parar las injusticias y el diario derramamiento de sangre del presente? ¿No será que ahondar en los conflictos y las divisiones del pasado nos dificulta buscar soluciones al problema de violencia del presente que requiere de la concurrencia de toda la sociedad?
La única manera lógica y consecuente de aplicar el legado de Óscar Arnulfo Romero será buscar entre todos una solución al problema de la violencia que padece el país – una solución que obviamente no puede ser basada en más represión, que solo genera más violencia, sino en la voluntad de toda la sociedad de comenzar a erradicar la exclusión social. Y si aceptamos la ética y las prioridades de monseñor, solo puede ser una solución que se construya mediante el diálogo y la reinserción pacífica.
Es irónico que los que más reivindican el legado de monseñor Romero son los que de manera más férrea apuestan a una lucha contra la delincuencia con métodos que monseñor ha condenado tan tajante y valientemente. Es obvio que tanto la mano dura de ARENA como la guerra frontal del FMLN no son soluciones que corresponden al imperativo de Romero que el objetivo prioritario es parar la violencia – por encima del clamor, también legítimo, por aplicar la justicia penal a cualquiera que haya violado la ley.
Si no estamos dispuestos a asumir y aplicar este legado de Romero y continuamos priorizando nuestra sed de venganza disfrazada de justicia, de nada nos sirve venerarlo de Santo en las misas y los discursos políticos.
Disculpen que un hombre no religioso se meta en este asunto. Pero para mi, es un asunto de país, no de religión. Saludos,
(MAS! y EL DIARIO DE HOY)