Usted se puso a la cabeza de una iniciativa de ley para prohibir la minería metálica. Ayer fue a la Asamblea para presentarla. Así que ahora los diputados tienen en sus manos un proyecto de ley avalado por todo el peso moral de la Iglesia Católica. Me imagino que aprovechó su visita para pedir a los diputados, a nombre de la Iglesia, lo que ya les dijo en su conferencia de prensa dominical: que prorroguen por un año más las “medidas extraordinarias transitorias”, aunque han sido señaladas como violatorias a los Derechos Humanos. Pero bueno, esto no es tema de esta carta…
Tampoco es el tema lo problemático que es que la Iglesia está tomando este rol en la política. Dejando esto aparte, hablemos de medio ambiente, economía y desarrollo.
Cuando era niño, muchos fines de semana fuimos a visitar unos tíos que tenían una hermosa casa en la ribera del rio Rin. No se imagina mi frustración cuando no me dejaban bañarme en el río, porque era una cloaca apestosa. Todavía habían peces en el Rin. Me dejaron que pescara, pero nunca pudimos comer los peces. A veces tenían tres ojos. Así era de contaminado el Rin, este rio emblemático de los poetas románticos alemanes. Lo habían matado las grandes industrias químicas de Suiza y Alemania asentadas en su orilla.
Años más tarde, en noviembre del 1986, en una de estas fábricas en Suiza, hubo un incendio que puso en grave peligro de intoxicación a cientos de miles de personas. Lo lograron apagar y evitar una catástrofe, pero creando otra: Millones de hectolitros de agua que usaron para apagar el incendio –agua roja, tóxica y pestilente- se derramaron al Rin, matando a todos los peces en su largo trayecto al mar.
¿Qué iban a hacer los países afectados? ¿Prohibir la industria química, motor de exportación e innovación tecnológica para Suiza, Francia y Alemania? Hubo quienes lo pidieron. Los gobiernos de estos países hicieron otra cosa: Obligaron a la industria a invertir miles de millones en sistemas de protección ambiental que garantizaran que en 20 años la recuperación del Rin como zona turística, con balnearios – e incluso como fuente de agua potable para las grandes conglomeraciones urbanas en su orilla.
La última vez que fue al Rin, me di cuenta que este plan se cumplió. Me bañé en el rio, como miles de veraneantes, comí pescados del río, y tomé el agua del Rin que las municipalidades procesan.
El Rin en Suiza, cerca del sitio del incendio de Sandoz de 1986, 30 años después |
Pero nos dejaríamos abierta la posibilidad que otras compañías, con nuevas tecnologías que ya están empleando para poder explotar la minería en otros países, inviertan en El Salvador.
Las leyes ambientales son para mediar los choques que siempre habrá entre la lógica económica y la ecología. No estamos condenados a privarnos de desarrollo económico y social para protegernos de riesgos ecológicos. Para esto hay instrumentos de regulación, y para esto hay tecnología.
El problema lo tenemos con toda la industria. ¿Vamos a prohibir los ingenios de caña, o vamos a obligarlos a invertir en tecnología de protección ambiental? ¿Vamos a prohibir la industria del cuero o la vamos a obligar a procesar el agua que utilizan de manera que no contamine nuestros ríos? ¿Vamos a prohibir los buses e ir a pie, o vamos a crear un sistema de transporte masivo que no contamina el aire?
Para resumir: ¿Vamos a ir para adelante o para atrás? Espero le haya dado algunas ideas para futuras homilías y conferencias. Atentamente,
(MAS!/El Diario de Hoy)