Un usuario del los que siempre me
contestan y me reclaman, contesta: “cuanta sinceridad hay atrás de eso? Si
fuese así, buscaras acercar a la gente y no dividirla Paolo...”
Le respondí: “No es que trato de dividir.
Pero decir las cosas por su nombre en una cultura no acostumbrada a esto, puede
dividir.”
Otra usuaria entra a la conversación:
“queremos lo mismo, ya somos dos. Sigamos preguntando que deben haber mas
buscando eso...todo es preguntar.”
Pensándolo bien: ¿Cuántos amigos me
quedan en el FMLN? Muy pocos, pero muy buenos. Aunque hay muchos más a los
cuales sigo teniendo respeto y cariño. De la dirigencia del FMLN, el único que
sigue siendo amigo, a pesar de todas las diferencias políticas, es Oscar Ortiz.
Por esto lo respeto. Oscar hace precisamente lo que mencioné en mi tuit:
“juzgar a las personas por su calidad humana, creativa y profesional, y no por
su relación con partidos.”
De paso sea dicho: Así era Schafik. Nos
conocimos en Managua, al principio de la guerra. Lo entrevisté, y luego de la
entrevista, nos quedamos conversando por horas. La conversación era su fuerte,
la jodarria, el chiste, la anécdota. Pero también la conversación seria y
política. Cuando hicimos amigos, conviviendo en el mismo campamento en una de
sus largas visitas en Morazán, le encantaba provocar discusiones como: ¿Y por
qué sos tan anticomunista?
Anos más tarde, cuando ya había dejado de
militar en el Frente de la pos-guerra, nuestra relación sobrevivió la ruptura
del ERP con el FMLN, sobrevivió los conflictos que como fundadores de un
periódico independiente tuvimos con el dirigente Handal que no creía en
independencia, sobrevivió incluso mis primeras críticas públicas al FMLN en mis
columnas. Luego de algún pleito cuyo contenido ya ni recuerdo, Schafik apareció
en La Ventana y dijo: ¡Conversemos! E insistió sentarse conmigo en la mesa más
visible, a la vista incluso de los que pasan en bus o carro. Se cagaba del
chiste de las caras de la gente al vernos juntos, tomando whiskey irlandés y discutiendo...
Schafik no aceptó que la disidencia
impusiera silencio. Testigo de esto es Armando Calderón Sol: nunca dejaron de
conversar Armando y Schafik.
En cambio, ¿cuántos de mis buenos amigos
que entraron al gobierno de Funes siguen siendo amigos, conversan o discuten o
se ríen con uno? Pocos. Para ser preciso: cinco de los que todavía están en el
gobierno, entre ellos Rubén Zamora (los otros 4 mejor no los menciono para
evitarles problemas). Los demás, al asumir cargos en el gobierno de Funes,
dejaron de llegar a La Ventana, donde antes pasaron cada rato - y la pasaron
bien. Algunos me hacen mucha falta, como Roberto Turcios. Otros, ninguna.
Hay una simetría en lo que me pasó con
personajes de derecha, pero al revés, una vez que luego de la guerra los vine a
conocer. Yo me había metido en la guerra sin tener ninguna historia personal
con la gente que de repente asumí como enemigos. En mis meses como reportero en
San Salvador, en el 1981, conocí a algunos líderes “del otro lado” que logré
entrevistar: Napoleón Duarte, Roberto d’Aubuisson, Adolfo Rey Prendes, el
general José Guillermo García. Extrañamente, el único que no me caía mal como
persona, fue el mayor Roberto d’Aubuisson, a quien me habían pintado como un
psicópata. Para mi, el loco era Duarte, loco por poder, loco con una misión
dispuesto a hacer cualquier cosa para cumplirla...
Fue hasta después de los acuerdos de paz
que tuve oportunidad de conocer a la gente de derecha. Y en estos años de
apertura, cuando muchos intentamos de verdad a unir esfuerzos para reconstruir
el país, me encontré que en la derecha, igual que en la izquierda, había
personas abiertas y personas cerradas; líderes honestos y otros corruptos.
Estos años 90 eran una escuela grande para los que tuvieron la mente abierta
para entrar y aprender. Hice amistades con ex-militares, con areneros, con
empresarios. No muchos, pero suficientes para aprender esta gran verdad que
expresara mi gran amigo, el padre Rogelio Poncele: “Durante la guerra
funcionamos creyendo que todos de nuestro bando somos buenos y todos del otro
bando malos. De otra manera no pudimos haber hecho la guerra. Pero así no se
puede vivir en paz. Ahora estamos aprendiendo, y nos cuesta, que nadie en este
conflicto ha sido solamente malo o solamente bueno.”
Alguien que tiene por oficio hacer uso
diario de la crítica, no puede correr el riesgo de olvidar este aprendizaje.
(El Diario de Hoy)