viernes, 6 de septiembre de 2013

Columna transversal: Conversación o silencio

Puse en twitter: “Quisiera que podríamos juzgar a las personas por su calidad humana, creativa y profesional, y no por su relación con partidos o candidatos.” Estaba harto de este maldito reflejo de poner a todos en gavetas ideológicas. Harto de conocer a alguien y, antes acercarse suficientemente para poder saber si me cae bien o no, tomar distancia porque está apoyando a un partido que no me gusta.
Un usuario del los que siempre me contestan y me reclaman, contesta: “cuanta sinceridad hay atrás de eso? Si fuese así, buscaras acercar a la gente y no dividirla Paolo...”

Le respondí: “No es que trato de dividir. Pero decir las cosas por su nombre en una cultura no acostumbrada a esto, puede dividir.”

Otra usuaria entra a la conversación: “queremos lo mismo, ya somos dos. Sigamos preguntando que deben haber mas buscando eso...todo es preguntar.”

Pensándolo bien: ¿Cuántos amigos me quedan en el FMLN? Muy pocos, pero muy buenos. Aunque hay muchos más a los cuales sigo teniendo respeto y cariño. De la dirigencia del FMLN, el único que sigue siendo amigo, a pesar de todas las diferencias políticas, es Oscar Ortiz. Por esto lo respeto. Oscar hace precisamente lo que mencioné en mi tuit: “juzgar a las personas por su calidad humana, creativa y profesional, y no por su relación con partidos.”

De paso sea dicho: Así era Schafik. Nos conocimos en Managua, al principio de la guerra. Lo entrevisté, y luego de la entrevista, nos quedamos conversando por horas. La conversación era su fuerte, la jodarria, el chiste, la anécdota. Pero también la conversación seria y política. Cuando hicimos amigos, conviviendo en el mismo campamento en una de sus largas visitas en Morazán, le encantaba provocar discusiones como: ¿Y por qué sos tan anticomunista?

Anos más tarde, cuando ya había dejado de militar en el Frente de la pos-guerra, nuestra relación sobrevivió la ruptura del ERP con el FMLN, sobrevivió los conflictos que como fundadores de un periódico independiente tuvimos con el dirigente Handal que no creía en independencia, sobrevivió incluso mis primeras críticas públicas al FMLN en mis columnas. Luego de algún pleito cuyo contenido ya ni recuerdo, Schafik apareció en La Ventana y dijo: ¡Conversemos! E insistió sentarse conmigo en la mesa más visible, a la vista incluso de los que pasan en bus o carro. Se cagaba del chiste de las caras de la gente al vernos juntos, tomando whiskey irlandés y discutiendo...

Schafik no aceptó que la disidencia impusiera silencio. Testigo de esto es Armando Calderón Sol: nunca dejaron de conversar Armando y Schafik.

En cambio, ¿cuántos de mis buenos amigos que entraron al gobierno de Funes siguen siendo amigos, conversan o discuten o se ríen con uno? Pocos. Para ser preciso: cinco de los que todavía están en el gobierno, entre ellos Rubén Zamora (los otros 4 mejor no los menciono para evitarles problemas). Los demás, al asumir cargos en el gobierno de Funes, dejaron de llegar a La Ventana, donde antes pasaron cada rato - y la pasaron bien. Algunos me hacen mucha falta, como Roberto Turcios. Otros, ninguna.

Hay una simetría en lo que me pasó con personajes de derecha, pero al revés, una vez que luego de la guerra los vine a conocer. Yo me había metido en la guerra sin tener ninguna historia personal con la gente que de repente asumí como enemigos. En mis meses como reportero en San Salvador, en el 1981, conocí a algunos líderes “del otro lado” que logré entrevistar: Napoleón Duarte, Roberto d’Aubuisson, Adolfo Rey Prendes, el general José Guillermo García. Extrañamente, el único que no me caía mal como persona, fue el mayor Roberto d’Aubuisson, a quien me habían pintado como un psicópata. Para mi, el loco era Duarte, loco por poder, loco con una misión dispuesto a hacer cualquier cosa para cumplirla...


Fue hasta después de los acuerdos de paz que tuve oportunidad de conocer a la gente de derecha. Y en estos años de apertura, cuando muchos intentamos de verdad a unir esfuerzos para reconstruir el país, me encontré que en la derecha, igual que en la izquierda, había personas abiertas y personas cerradas; líderes honestos y otros corruptos. Estos años 90 eran una escuela grande para los que tuvieron la mente abierta para entrar y aprender. Hice amistades con ex-militares, con areneros, con empresarios. No muchos, pero suficientes para aprender esta gran verdad que expresara mi gran amigo, el padre Rogelio Poncele: “Durante la guerra funcionamos creyendo que todos de nuestro bando somos buenos y todos del otro bando malos. De otra manera no pudimos haber hecho la guerra. Pero así no se puede vivir en paz. Ahora estamos aprendiendo, y nos cuesta, que nadie en este conflicto ha sido solamente malo o solamente bueno.”

Alguien que tiene por oficio hacer uso diario de la crítica, no puede correr el riesgo de olvidar este aprendizaje. 
(El Diario de Hoy)