Así que me voy a meter en el género que
Marvin ya tiene años de desarrollar en El Diario de Hoy: la columna narrativa
que revive personajes y hechos relevantes de nuestra guerra.
Hace unos 10 años, fui a Morazán a buscar
al Viejo German. No lo había visto desde los días de la desmovilización de las
fuerzas guerrilleras en el 1992. La última vez lo vi en la primera Asamblea
General del ERP en tiempos de paz, en Jocoaitique. Cuando se armó una acalorada
discusión con Joaquín Villalobos, German le dijo: “Durante la guerra, yo
hubiera cumplido cualquier orden tuya, y me hubiera muerto para sacarte de
cualquier huevo. Pero ahora ya no somos soldados, ahora tenés que
convencernos...”
En las siguiente asambleas, con
discusiones aun mucho más controversiales, el Chele ya no participó. Como
muchos que quedaron en Morazán, se sintieron abandonados.
Llevé conmigo a una amiga, cuya madre
había caído en combate en enero del 1981 en el cerro de Conchagua. Y como el
Chele German fue fundador de la guerrilla del Conchagua, decidí buscarlo para
ver qué sabía sobre la muerte de esta mujer.
Encontramos su casa en la Segundo Montes,
aquella comunidad de ex-refugiados en Meanguera, donde también han construido
sus casas y rehecho sus vidas cientos de ex-combatientes del ERP. Una casa
campesina de estas que nunca dejan entrar mucha luz. Sorprendimos a German
dormido en su hamaca adentro de la casa. Cuando se despertó, vio en la puerta a
dos figuras envueltas en luz. El guerrero de docenas de batallas se levantó, y
en vez de acercarse a sus visitantes, retrocedió al último rincón de la casa,
con cara de espanto y palidez de muerto – como si hubiera visto un fantasma.
“Soy yo German, Paolo.” Pero no me estaba viendo a mi, sino a la muchacha, y al
rato dijo un nombre: “¿Caro? ¿Caro?...”
Pensaba ver el fantasma de la muchacha
que murió a exactamente la misma edad que ahora tenía su hija. Al rato el Viejo
cayó en la cuenta: “¡Sos la hija de Carolina! Siempre nos hablaba de su bebé...
¡Qué susto! Pensaba que es ella.” Abrazaba a la hija, y cuando levantó la cara,
vi que el guerrero más duro que había visto en la guerra estaba llorando.
Bueno, los tres estábamos llorando...
Luego German nos contó cómo murió Caro.
Jamás había contado esta historia a nadie. “¿Por qué, Chele? Si cada rato nos
estuvimos contando historias de guerra...”
“Por pena. ¿Cómo iba a contar que esta
muchachita perdió su vida salvándome la mía. Si el jefe era yo – y yo tuvo que
sacar vivos a mi gente – y nos termina salvando el culo una muñequita como esta
niña aquí, igual de chiquita, igual de guapa, que ni siquiera era combatiente,
era radista y enfermera...”
Nos cuenta cómo cayeron en una emboscada
y un francotirador le pegó una balazo a Carolina. Sólo a ella, todos los demás
inmediatamente se cubrieron. Caro ya no podía caminar. No se podían retirar,
porque no podían dejar a la herida. Y cargándola nunca lograrán salir. Ya bajo
fuego permanente y con la certeza que al rato los iban a encerrar, se hicieron
la idea que ahí se iban a morir todos.
Hasta que Caro dijo: “German, déjenme dos
G3 y bastante munición. Yo les voy a cubrir la retirada. ¡Váyanse ya!”
Y aunque German no quiso aceptarlo, así
fue. Caro murió cubriendo la retirada a German y su pelotón. Con ella murieron
varios soldados, pero ningún otro guerrillero. German nunca olvidó esta escena,
y nunca dejó de sentirse culpable. En muchas noches de posta vio la silueta de
Carolina. Nunca contó a nadie lo que pasó aquel día en el Conchagua, hasta que
apareció, en la puerta de su casa, la silueta de Carolina...
Nos despedimos, otra vez con lágrimas.
Fue la última vez que vi a German. Y Caro, la hija, al fin pudo cerrar el
capítulo de la muerte de su mamá. Gracias a German, que al fin no era tan macho
que pensaba. Descanse en paz, Viejo.
(El Diario de Hoy)