No voy a tratar lo imposible de tratar de hacerle justicia a este personaje. Que le hagan justicia los venezolanos y la historia. Me voy a dedicar a reflexionar sobre el futuro de Venezuela, luego de la muerte del teniente coronel Hugo Chávez.
Lo primero que tienen que definir quienes se presentan como los herederos de Chávez es: obedecer a la Constitución que ellos mismos dictaron en 1999, o obedecer a una orden del comandante-presidente, que dio antes de viajar para Cuba para morir. El canciller Jaua dijo el día de la muerte de Chávez que ellos van "cumplir la Constitución de la forma que el comandante les demandó", y por tanto será el vicepresidente Maduro quien asume transitoriamente la presidencia, mientras se convoquen y realicen nuevas elecciones presidenciales en las cuales él mismo será candidato.
Pero esto no es lo que la Constitución venezolana manda en caso que el presidente electo muera antes de poder juramentarse. Y Chávez no se pudo juramentar ni en la fecha que manda la Constitución, el 10 de enero del 2013, ni en ninguna otra fecha posterior. La Constitución manda que en este caso tiene que asumir el poder el presidente de la Asamblea Nacional, que es Diosdado Cabello, el hombre con mucho más poderoso que Maduro: con más influencia en la Fuerza Armada, en el partido, entre los gobernadores chavistas y entre los que controlan el poder económico chavista. El problema: Diosdado no es pro-cubano. Simplemente es pro-poder, pro-enriquecimiento.
Maduro tiene otro dilema que casi lo obliga a usurpar el poder de una sola vez: su falta de carisma, liderazgo y carácter. Este hombre gris necesita hacer su campaña electoral desde el palacio presidencial Miraflores, siendo presidente-heredero, controlando de manera personal las estructuras y las chequeras del Estado. Y controlando, por cualquier cosa, desde la presidencia y la comandancia general las Fuerzas Armadas. Porque si no, la controla el ex-teniente golpista Diosdado Cabello.
Por otra parte, si Maduro inicia su campaña con un pecado original tan grave y burdo como la usurpación de la presidencia temporal, posiblemente le resta más apoyo electoral de lo que gana siendo candidato y presidente al mismo tiempo. Por lo menos le da a la oposición por dónde atacarlo. Una decisión difícil, sobre todo porque nadie sabe quién realmente la tomará. Obviamente hay un vacío de liderazgo que ya dura los tres meses de ausencia total de Chávez. Por una parte influyen desde Cuba los hermanos Castro, por otra parte cualquier decisión tiene que tener el aval de los militares. Porque son ellos que en última instancia tendrán que ensuciarse las manos cuando en caso que hay protestas masivas contra decisiones inconstitucionales que afectan las elecciones presidenciales.
De todos modos, si al publicarse esta columna Maduro no ha entregado la presidencia temporal a Cabello, la usurpación del poder ya está consumada.
La oposición tampoco lo tiene fácil. Su candidato será nuevamente Henrique Capriles Radonski. No hay otro líder opositor que puede disputarle el liderazgo. Hugo Chávez le ganó por unos 10 puntos (55% : 45%), y aunque Maduro no tiene ni de cerca el carisma de Chávez, tendrá a su favor, igual que lo tuvo Chávez, todo el peso del Estado, con su inmensa capacidad de pervertir elecciones literalmente repartiendo dinero a millones de venezolanos. En concepto de becas, de estipendios, de subsidios, de subvenciones adelantadas, de préstamos aprobados, igual como se hizo con éxito en la campaña electoral del 2012. Y nadie sabe cómo la muerte del líder influye en el ánimo de las masas populares. Habrá un factor que favorece a Maduro, por ser el ungido del fallecido líder. Pero también habrá un factor en favor de Capriles, quien posee menos conexión emocional con la gente que Chávez, pero indudablemente más que un opaco hombre de aparato burocrático como Maduro.
Si Capriles esta vez, hoy que la victoria parece más probable, logra movilizar todo el potencial electorado opositor, derrotando el abstencionismo, y si Maduro no logra movilizar la totalidad de los votantes de Chávez, la carrera se vuelve abierta. La oposición ya tiene años de proyectarse como una fuerza predecible, confiable que ofrece estabilidad al país. Contra Hugo Chávez y su enorme popularidad esta estrategia no logró desplegarse del todo. La gente buscó la estabilidad en el poder, no en el llamado a la cordura y unidad. Pero al comparar a Capriles y sus aliados con Maduro, Cabello y asociados, puede haber sectores amplios que ven más estabilidad y seguridad en un gobierno Capriles que en un gobierno del chavismo sin Chávez.
Y ahí se vuelve tan explosiva la situación de Venezuela. Chávez tuvo la ventaja de poseer tanto carisma, tanta capacidad de movilizar los resentimientos históricos de los pobres en favor suyo, que no necesitaba de la represión abierta y masiva para mantenerse en el poder. Sus herederos (tanto Cabello como Maduro y todos los demás jefes militares y partidarios que controlan el Estado) lo tienen mucho más difícil mantenerse en el poder sin hacer uso de la represión. Por otra parte saben que la mayoría de la población --e incluso de los militares-- no acompañaría una aventura que abiertamente rompa la paz y el orden constitucional.
(El Diario de Hoy)