Usted ya sabe que esto de ser héroe y mártir tiene su costo. Todo el mundo se siente con el derecho de usar su nombre – y muchas veces, lamentablemente, en vano. Y no hay manera de defenderse.
Así que, le guste o no, su imagen aparece
en camisetas rojas a la par del Che Guevara, de Mao Tsetung o de Schafick
Handal. Aparece en mantas gigantescas en convenciones partidarias y en
pancartas en manifestaciones contra cualquier cosa. Aparece como calcomanía en
los parabrisas de los autobuses, a veces a la par de chicas desnudas o incluso
de símbolos que usted nunca se imaginaría: En la línea 26 circula un bus que
lleva a la par de su retrato la suástica de los nazis... Imágenes sin sentido.
Le pusieron monumentos en muchas ciudades
del mundo. Calles, avenidas y plazas llevan su nombre. Un tal Mauricio Funes,
al juramentarse como presidente de El Salvador, lo nombró “maestro y guía
espiritual” de su gobierno, y casi no deja pasar discurso sin invocar su
nombre. Muchas veces, lamentablemente, en vano. Porque el hombre que se arroga
ser alumno suyo resulta más prepotente que sus antecesores de derecha - y
bastante dado a las tentaciones del lujo y de la carne.
Y ahora, como si no fuese ya suficiente
abuso e hipocresía, este señor Funes hace uso de su nombre, monseñor, ¡para
bautizar una autopista! Dicen los que han tenido la suerte de ser amigos
personales suyos que usted fue un hombre con humor. Así que tal vez usted se hubiera
reído a carcajadas de esta escena de un presidente inaugurando una autopista
con nombre de un arzobispo, piloteando una lancha gringa descapotada al estilo
de las que le gustaron a John F. Kennedy, con su elegantemente peinada dama a
la par - y en los asientos traseros dos señores con caras de ahuevados (uno su
hermano Gaspar, el otro el ministro de Obras Públicas). Desfilando ante las
cámaras en su juguete de playboy, en la autopista nueva que lleva su nombre,
pero que para la gente sigue siendo el símbolo de la corrupción. Corrupción que
el piloto de la lancha muchas veces ha denunciado citando a usted, pero que al
fin nunca persiguió... porque en el camino se hizo amigo y aliado de su antecesor
corrupto.
Ahora, le guste o no, usted tiene su
propia autopista. Temo que por cada calle, plaza, escuela que lleve su nombre,
por cada vez que un gobernante pronuncie su nombre en vano, su figura pierda un
poco de su contenido. Al final quedará una imagen vacía, como las del Che o de
Mao – o como aquella calcomanía suya a la par de una suástica en el bus de la
26...
Descanse en paz, Oscar Arnulfo. Paolo
Lüers
(Más!/EDH)