Dos tercios de los escaños al Congreso valen por todo un Evo. El líder indigenista boliviano hizo el domingo mucho más que asegurarse una triunfante reelección presidencial. Con al menos 24 senadores sobre 36 y 84 diputados de 130, es el amo democráticamente elegido del país, que puede reconstituir a su antojo los grandes poderes del Estado: los tribunales Electoral, Constitucional y Supremo, y ni siquiera precisa reformar la Constitución para optar a un tercer mandato, porque en 2015 sólo sería candidato por segunda vez con el presente texto legal, que contempla una reelección. Hoy dice que no piensa en ello, pero habrá tiempo. Lo que interesaría conocer, sin embargo, son los límites de ese Evo total que nos aguarda.
Y la respuesta se encuentra en la naturaleza que adopte el Estado Plurinacional; si esa plurinacionalidad va a ser una extensión de lo preexistente -el abusivo dominio del criollato- para incluir a todo el pueblo, es decir, a la masa indígena; o si los indios, como pueblos originarios, poseen derechos especiales, como apunta la autonomía que se les reconoce, y por ello lo plurinacional, partiendo de esa autoctonía, se limita a incluir a los criollos. La Bolivia que persigue Evo es otra Bolivia, pero no sólo porque el indio pese con su sufragio para jubilar a una gobernación blanca de siglos, sino porque el país es tierra políticamente quemada. Si había sistema de partidos, el líder aimara lo ha dinamitado, dejando en su lugar sólo una formación con hechuras de partido-Estado, el MAS, entre un sarpullido de clubes electorales, sobre todo de los antiguos dueños del país, con escasos votos, fragilísima estructura y ningún programa.
En ese erial es donde el presidente quiere implantar su Bolivia, de la que no es problema menor el establecimiento de una autonomía de las comunidades que no sólo va a solaparse temáticamente con la municipal y provincial, sino que puede ser un galimatías geográfico porque en tres siglos de colonia y dos de independencia el indio quechua y aimara, posincaico y naturalmente pro-Evo, se ha desparramado del altiplano a las tierras bajas para mezclarse con las diferentes etnias guaraníes, que carecen de un pasado imperial que conjurar.
¿Cuál es el instrumento que ha transportado a Morales de un 54%, ya altísimo, en las elecciones de diciembre de 2005 al arrasador 62% de este 6 de diciembre? El factor étnico ha tenido que contar, pero no había servido para ganar elecciones hasta comienzos del siglo XXI; necesitaba que se le adjuntara un designio. Y Evo, respaldado por la novedosa cobertura internacional que le procuraba el viraje radical del chavismo en Venezuela, osó decirle a las comunidades indias que era tiempo de reapropiarse del país, y de recrear una presunta edad de oro precolombina, propósitos en los que, cualesquiera que fuesen sus mejores intenciones, flotaba la amenaza revanchista. Pero igual o más importante ha sido la extensión de subsidios a los más desfavorecidos, de nuevo mayoritariamente indígenas, hasta crear una vasta red de agradecimientos clientelares, de estupendo rendimiento electoral; así es como se ha repartido el bono Juancito Pinto, de 20 euros anuales, a 1.800.000 escolares; Juana Azurduy, de 20 euros cada dos meses, a embarazadas y lactantes; y la renta dignidad, de 20 euros mensuales, a los mayores de 60 años. Eso sólo como muestra asistencial de un Estado que quiere controlar la economía y el desarrollo del país.
Un buen baremo de las intenciones, democráticas o no, de un gobernante suele ser su actitud ante los medios de comunicación. Morales, al igual que Rafael Correa en Ecuador y Hugo Chávez en Venezuela, tiene a casi toda la prensa fuertemente en contra y no atesora paciencia ni acompañamiento intelectual para crear órganos de información que, cumpliendo con los requisitos propios de una mínima profesionalidad, puedan competir con los medios clásicos, siempre en manos de la tradicional minoría dirigente. Y, a la posible calentura de la victoria, el presidente alentaba el lunes a los periodistas a rebelarse contra propietarios y directores de publicaciones. Bolivia es hoy el gran proyecto revolucionario latinoamericano: en lo legal, con las autonomías indígenas; en lo económico, con la aplicación de un estatismo desarrollista sobre los bienes del subsuelo, que ya ha olvidado el mundo; y en lo histórico, con la, seguramente utópica, reparación del pasado de la que se derive un nuevo país prolongación de lo que era hace cinco siglos; ¿será capaz de hacerlo con libertad de prensa?
(El País, Madrid)