Diciembre siempre trae bajo el brazo la tentación de los balances. Es tan irremediable como su escenografía. Ningún otro mes tiene una decoración tan contundente e invariable. Incluso nosotros, tropicales y salseros, caemos vencidos por esta extraña sensación de pinos y de nieve que le dan a nuestra Navidad una atmósfera desquiciada. ¿Hay algo más extraviado que un reno en Caracas?
Pero la tentación de los balances probablemente sea menos incoherente. El calendario ayuda. La idea de cerrar un año, de ponerle fin al capítulo 2008, puede empujar a cualquiera a evaluar, con relativa seriedad, qué de bueno, qué de malo, qué de mejor o peor, nos dejaron estos doce meses.
No te angusties. No voy a escribir un balance. No tengo ni memoria ni paciencia. Lo mío es más azaroso e irregular. Sólo recuerdo lo que no comprendo. Si estiro mis pupilas de aquí hasta enero, son pocas las cosas que -al menos en público- me interesa recordar. Lo único que brilla es lo que jamás entendí. Por ejemplo: Ingrid Betancourt. Que me perdonen todas las buena almas, pero yo no comprendo el fenómeno de Ingrid Betancourt. Yo no sé cuál es su mérito. Es tan víctima como tantas otras y, en verdad, todavía no logro desentrañar por qué anda por el mundo como si ella fuera una reina de belleza, como si fuera Miss Secuestrada 2008.
La reciben aquí y allá, los presidentes hablan con ella, ella habla con los presidentes; Ingrid declara, Ingrid opina, Ingrid ha convertido el planeta en una pasarela. Incluso parece que alguien la ha propuesto como candidata al Premio Nobel de La Paz. O el mundo está completamente enloquecido, o los franceses son unos genios absolutos de la publicidad. En un continente donde soportar la violencia es parte del heroísmo diario, donde sobrevivir es una rutina cotidiana, donde las víctimas se multiplican... el estrellato mediático de Ingrid Betancourt también puede ser una grosera frivolidad.
Te pongo otro ejemplo: la actitud de cierta izquierda ante al triunfo de Barack Obama. Cuando se lanzó a candidato, dijeron que jamás ganaría, que la sociedad racista de Estados Unidos nunca elegiría a un negro, que su destino más probable era el asesinato. Pasadas las elecciones, con el mismo furor, salieron a decir que en realidad Obama no era negro, que estábamos ante otra fantasía de Hollywood, que todo era parte de un ardid finamente orquestado: pura farsa imperialista. Obama es Bush con maquillaje. Es insólito. No dan un solo argumento. No ofrecen ninguna complejidad. No hay manera de probar lo que dicen, de digerirlo, porque razonan a punta de eslóganes. No proponen un debate sino un acto de fe. Quieren que creamos en ellos. Que miremos el mundo con los ojos cerrados.
Lo mismo me pasó en las elecciones del 23 de noviembre. Pero con el municipio Chacao. Todavía me resulta asombrosamente incomprensible la actuación de la oposición durante todo ese proceso. Al no encontrarse amenazados por el peligro del enemigo, rechazaron y sabotearon cualquier camino de unidad. Comenzaron a pelearse, a cuchillo limpio, por el espacio público. Volvieron a convertirse en metáfora de la sociedad depredadora que vamos siendo. Aunque sea doloroso, y difícil de tragar, lo que ocurrió en Chacao también puede ser un mensaje duro, una forma de decirle a todos los venezolanos que tal vez la oposición todavía no está preparada para gobernar este país.
Visto desde esta perspectiva, luce aún más trágica la intención eternizadora del presidente Chávez. Ese es uno de los incomprensibles más enormes de todo el 2008. No tiene desperdicio. Es una juma atómica. No hay manera, ni siquiera, de contarlo y que suene medianamente lógico. Un presidente tiene cuatro años de gobierno por delante y, sin embargo, le impone a su país la urgencia de decidir si, después de ese lapso, puede o no puede volver a postularse para seguir gobernando. ¿Cómo? ¿Qué dices? ¿Podrías repetírmelo, por favor?
Olvídate de la discusión de fondo, del poder y de la alternancia. Empecemos por lo primero. No hay forma de justificar la premura, la inminencia, el atore. No hay manera de darle un gramo de coherencia a esta propuesta. Es un delirio personal que desea contagiarse, convertirse en delirio nacional. Las próximas elecciones, más que un acto político, serán una experiencia clínica.
Tal vez caben muchas otras cosas en este raro balance de lo insólito. Pero pienso ahora que hoy es 21 de diciembre, que cierta tradición asegura que esta noche descenderá sobre nosotros el espíritu de la Navidad. También es algo incomprensible, lo sé. Pero al menos es más sabroso. No nos regala angustias sino placer. Así también es el optimismo. Irracional pero gratificante. Supongo que es la mejor parte del balance. La incomprensible e insólita esperanza que todavía nos acompaña. Ese misterio que siempre nos da un breve toque de plenitud. Felices fiestas. Nos vemos en enero.
(El Nacional, Venezuela; el autor es escritor, guionista y columnista)