Es desesperante ver tantos problemas sencillos –de sencilla solución– que nadie resuelve, porque todos están ocupados –¿cegados?– por los problemas trascendentales, donde están en juego la civilización cristiana y/o el progreso de la humanidad.
A ver si algún candidato nos da alguna pista de cómo resolver, por ejemplo, el problema que en Soyapango, sobre la autopista que conduce de Nejapa a Cojutepeque y San Miguel, todos los fines de semana se instala una feria. No estoy hablando del acostumbrado desorden de ventas informales en los centros urbanos –aunque sobre esto también sería bonito escuchar a hablar a los candidatos–, sino de ventas ilegales en una autopista que conecta al país con Guatemala y Honduras. Los candidatos, recorriendo el país en sus campañas, deben estar pasando por este desmadre peligrosísimo cada rato. ¿Será mucho pedir que uno de ellos diga: “El 1 de junio del 2009 voy a dar instrucciones al Viceministerio de Transporte y a la PNC de desalojar estas ventas que causan serios peligros para el tráfico vehicular en una autopista?”
Una vez que den instrucciones a sus futuros viceministros de transporte, talvez podrían dejar claro también que no están dispuestos a tolerar que siga funcionando la trampa que VMT y PNC nos tiende diariamente en la autopista a Comalapa. Quiero imaginarme a un presidente con el valor de decir: “Las autopistas, ya que hemos pagado tan caras por ellas, son para el tráfico rápido, voy a quitar todos estos rótulos que limitan la velocidad en la autopista Comalapa a 60km/h”. Todo el mundo sabe –se supone que también los candidatos– que la única razón imaginable de esta limitación de velocidad es poder cobrar diariamente cientos de multas de $57 a los que transitamos por esta vía como Dios manda, o sea a 100 km la hora.
Para empezar, sería una medida revolucionaria crear un Ministerio de Transporte y una política pública de transporte. Porque también hay que arreglar el minúsculo asunto del transporte público. Todo el mundo le hizo bromas a Mario Valiente por su idea del Metro, y muchos piensan que pueden hacer bromas a Norman Quijano por el Metrobús, pero a la par del resto de candidatos estos señores son visionarios.
Otro tema del cual no he escuchado hablar a los candidatos a la presidencia es la basura. La basura ha sido tema de pleitos, crisis y confrontaciones durante décadas. Lo extraño es que al acercarse las elecciones, nadie habla de la necesidad de crear un sistema nacional de desechos sólidos, ya que queda comprobado que las alcaldías no pueden asumir y resolver el problema. A Héctor Silva y Orlando Mena, los dos alcaldes excepcionales que se han echado este paquete al lomo, en vez de promoverlos a presidente, los han querido crucificar. Claro, los candidatos a la presidencia pueden decir que por ley la basura y su disposición final son asuntos de los alcaldes. Pero esto significa fingir demencia ante lo obvio que es que necesitamos cambiar el marco legal para poder resolver estos problemas.
Propongo un sistema muy fácil para que los ciudadanos racionen sus votos: Votar por los candidatos que a los problemas sencillos proponen soluciones sencillas. Ir por lo sencillo: Antes de que nos cuenten cómo piensan resolver los problemas complejos, como por ejemplo el impacto sobre El Salvador de la crisis de los mercados internaciones financieros, que nos expliquen cómo, cuándo y con qué fondos piensan resolver los problemas terrestres que nos afectan todos los días. Estos problemas que nunca se han resuelto, no por ser complicados, sino simplemente por falta de voluntad y falta de valor de los gobernantes: el desorden del transporte público, la invasión y destrucción de los centros de las ciudades por el comercio informal, la recolección y disposición final de la basura, la contaminación de los ríos y mantos acuíferos. Simplemente no hay que confiar en ningún candidato –a presidente, a alcalde, a lo que sea– que promete arreglar el mundo sin decir cómo arreglar el vecindario. Porque proponer cómo arreglar el mundo, sólo requiere fantasía. Proponer cómo arreglar el vecindario, requiere capacidad y, sobre todo, valentía.