Siempre me he cuidado de mantener muy buena amistad con mis ex-novias. No tiene sentido negar la atracción que una vez nos hizo amantes, sólo porque llegamos a sentir que nos era imposible compartir todos los días.
Hay amores que son eternos, pero no de todos los días y todo el día. Así es la cosa mía con El Faro.
Obviamente, es una declaración de amor, aunque ya no quiero escribir, semana por semana, en sus páginas. El problema con El Faro era que no logramos crear distancia. Demasiada identificación. Para mi, El Faro tenía que ser perfecto, y no lo era, obviamente. Tiene algo mucho mejor que perfección: el atrevimiento desenfadado y desinhibido de comenzar la construcción de un periodismo nuevo desde cero, sin ínfulas de perfección...
Para ellos, mis columnas tenían que ser expresión de su manera de concebir el periodismo - y yo los defraudé con mis polémicas a veces poco mesuradas, les toqué el nervio con mis críticas internas a veces demasiado exigentes y impacientes...
Hicimos bien tomar distancia. De todas formas, mi compromiso principal con El Faro ya lo había cumplido. No era mi columna, sino la ejecución, durante dos años, de los debates bajo el nombre “Encuentros-la cena política de El Faro”. Poner al Faro en el centro del debate nacional; poner el debate al centro del Faro...
Desde la nueva distancia, veo más claro el enorme aporte de El Faro a la cultura política salvadoreña: la independencia radical, sin restricciones. Cosa que los medios comerciales no pueden lograr por definición, y mucho menos los medios estatales, gubernistas, partidarios, sectoriales o comunitarios.
Con El Diario Hoy, donde hoy publico, no existen los problemas de esta exagerada identificación y falta de distancia. Más bien existen acuerdos claros que respetan las diferencias. El hecho que El Diario de Hoy me da --aparte de proporcionarme su enorme caja de resonancia-- un grado extremadamente alto de independencia como autor, no quita la necesidad que exista un medio que como tal sea verdaderamente independiente. Ese es El Faro, y por ello, lucharé por su existencia y su desarrollo, sea donde sea que yo escriba mis insignificantes opiniones.
No es un gesto de falsa humildad. La opinión, la columna, la independencia de cada uno de nosotros son insignificantes a la par de lo que está en juego con El Faro: la existencia de un medio que como tal es verdaderamente independiente.
Esto se traduce en el reto de cómo hacer este medio sostenible sin empeñar su independencia. Un medio que no es sostenible financieramente, tiene su independencia amenazada. O está condenado a estancarse en su proceso de crecimiento y profesionalización. Uno de los dos --o la independencia o el desarrollo-- está vetado, si El Faro no consigue sostenibilidad financiera. Sus directores tienen la responsabilidad de remover esta espada de Damocles que amenaza la independencia o el desarrollo del Faro, o ambos.
Me recuerdo del editorial que escribí para el último número de Primera Plana, periódico semanal que suspendimos en 1995, luego de un año de existencia, precisamente por falta de sostenibilidad. Este editorial no fue publicado, porque mis compañeros en la dirección del periódico lo consideraban demasiado amargo. Puede ser. Sin embargo, tuve razón. Escribí en el editorial de despedida que no publicamos:
“Cada sociedad tiene los periódicos que merece. La sociedad merece lo que realmente demanda. Si la sociedad salvadoreña realmente demandara un periódico independiente y crítico como Primera Plana, el periódico sería sostenible. El hecho que hay tan pocos empresarios dispuestos a invertir en este periódico; el hecho que hay tan pocos empresarios dispuestos a firmar contratos de publicidad con este periódico; y el hecho que sólo hay tres mil lectores salvadoreños dispuestos a invertir en una suscripción anual, son muestras irrefutables que no existe una demanda conciente de renovación del periodismo como la estamos tratando de hacer. No veo sentido que regalemos, con ayuda de fundaciones internacionales, a la sociedad salvadoreña un periódico que no está dispuesta a sostener. Por esto decidimos cerrar Primera Plana antes de mantenerla viva con donaciones.”
Estoy convencido que hoy, casi 15 años más tarde, la situación es diferente. En parte, porque la sociedad ha desarrollado demandas mucho más exigentes a sus medios. Y en parte, porque El Faro ha mostrado como se puede hacer mucho con pocos recursos. Deseo, de todo corazón, que la sociedad salvadoreña demanda y está dispuesta a sostener y hacer crecer un periódico como El Faro.
(Publicado en El Faro)
Hay amores que son eternos, pero no de todos los días y todo el día. Así es la cosa mía con El Faro.
Obviamente, es una declaración de amor, aunque ya no quiero escribir, semana por semana, en sus páginas. El problema con El Faro era que no logramos crear distancia. Demasiada identificación. Para mi, El Faro tenía que ser perfecto, y no lo era, obviamente. Tiene algo mucho mejor que perfección: el atrevimiento desenfadado y desinhibido de comenzar la construcción de un periodismo nuevo desde cero, sin ínfulas de perfección...
Para ellos, mis columnas tenían que ser expresión de su manera de concebir el periodismo - y yo los defraudé con mis polémicas a veces poco mesuradas, les toqué el nervio con mis críticas internas a veces demasiado exigentes y impacientes...
Hicimos bien tomar distancia. De todas formas, mi compromiso principal con El Faro ya lo había cumplido. No era mi columna, sino la ejecución, durante dos años, de los debates bajo el nombre “Encuentros-la cena política de El Faro”. Poner al Faro en el centro del debate nacional; poner el debate al centro del Faro...
Desde la nueva distancia, veo más claro el enorme aporte de El Faro a la cultura política salvadoreña: la independencia radical, sin restricciones. Cosa que los medios comerciales no pueden lograr por definición, y mucho menos los medios estatales, gubernistas, partidarios, sectoriales o comunitarios.
Con El Diario Hoy, donde hoy publico, no existen los problemas de esta exagerada identificación y falta de distancia. Más bien existen acuerdos claros que respetan las diferencias. El hecho que El Diario de Hoy me da --aparte de proporcionarme su enorme caja de resonancia-- un grado extremadamente alto de independencia como autor, no quita la necesidad que exista un medio que como tal sea verdaderamente independiente. Ese es El Faro, y por ello, lucharé por su existencia y su desarrollo, sea donde sea que yo escriba mis insignificantes opiniones.
No es un gesto de falsa humildad. La opinión, la columna, la independencia de cada uno de nosotros son insignificantes a la par de lo que está en juego con El Faro: la existencia de un medio que como tal es verdaderamente independiente.
Esto se traduce en el reto de cómo hacer este medio sostenible sin empeñar su independencia. Un medio que no es sostenible financieramente, tiene su independencia amenazada. O está condenado a estancarse en su proceso de crecimiento y profesionalización. Uno de los dos --o la independencia o el desarrollo-- está vetado, si El Faro no consigue sostenibilidad financiera. Sus directores tienen la responsabilidad de remover esta espada de Damocles que amenaza la independencia o el desarrollo del Faro, o ambos.
Me recuerdo del editorial que escribí para el último número de Primera Plana, periódico semanal que suspendimos en 1995, luego de un año de existencia, precisamente por falta de sostenibilidad. Este editorial no fue publicado, porque mis compañeros en la dirección del periódico lo consideraban demasiado amargo. Puede ser. Sin embargo, tuve razón. Escribí en el editorial de despedida que no publicamos:
“Cada sociedad tiene los periódicos que merece. La sociedad merece lo que realmente demanda. Si la sociedad salvadoreña realmente demandara un periódico independiente y crítico como Primera Plana, el periódico sería sostenible. El hecho que hay tan pocos empresarios dispuestos a invertir en este periódico; el hecho que hay tan pocos empresarios dispuestos a firmar contratos de publicidad con este periódico; y el hecho que sólo hay tres mil lectores salvadoreños dispuestos a invertir en una suscripción anual, son muestras irrefutables que no existe una demanda conciente de renovación del periodismo como la estamos tratando de hacer. No veo sentido que regalemos, con ayuda de fundaciones internacionales, a la sociedad salvadoreña un periódico que no está dispuesta a sostener. Por esto decidimos cerrar Primera Plana antes de mantenerla viva con donaciones.”
Estoy convencido que hoy, casi 15 años más tarde, la situación es diferente. En parte, porque la sociedad ha desarrollado demandas mucho más exigentes a sus medios. Y en parte, porque El Faro ha mostrado como se puede hacer mucho con pocos recursos. Deseo, de todo corazón, que la sociedad salvadoreña demanda y está dispuesta a sostener y hacer crecer un periódico como El Faro.
(Publicado en El Faro)