Estas elecciones las va a ganar el candidato presidencial que tenga más fuerza para cambiar su partido. O que tenga más capacidad de crear la percepción que está cambiando su partido. Sin embargo, no hagan fiestas alegres los encargados de generar imágenes y promesas: Sólo hasta cierto punto se puede vender puras percepciones; los cambios pueden ser maquillados y aumentados, pero no del todo inventados.
Los dos partidos grandes necesitan transformación. Transformación urgente, real e incluso audaz, si no radical. Sobre esto hay consenso entre las mayorías electorales. Uno es visto como mal gobierno, el otro como mala oposición.
Es el consenso de los llamados “indecisos”, quienes no son indecisos porque no saben lo que quieren, sino porque no están de acuerdo con los dos partidos enfrentados. Esta mayoría de votantes no comprometidos, sino más bien insatisfechos con los dos polos del esquema de polarización, va a observar con lupa cuál de los dos partidos da muestras de apertura, flexibilidad, pluralidad, tolerancia. Dicho de otra manera: Estas elecciones serán decididos por un bloque de votantes que ve a ARENA y al FMLN con igual desconfianza. Un bloque de votantes que va a votar por el mal menor. Estos votantes, por lo tanto, van a observar cuál de los dos se vuelve menos malo, cuál de los dos comienza a moverse de sus posiciones maximalistas e excluyentes a posiciones más incluyentes, mas democráticas, más concertadoras.
La gente cree más en la capacidad de cambio de las personas que de los aparatos partidarios. Son las personas –los dirigentes, los candidatos- que tienen que jalar a los partidos al cambio. Por esto, los candidatos no sólo tienen que tener buenas intenciones, sino sobre todo mostrar capacidad, decisión y poder para producir cambios en sus partidos. De esto depende su capacidad de ganar.
Muchos analistas ya hemos advertido a Mauricio Funes su debilidad en este campo. No dio batalla por un candidato a la vicepresidencia que sume en vez de restar. Perdió la batalla sobre la candidatura a la alcaldía de San Salvador. Perdió, por lo menos hasta ahora, la batalla por una política de alianzas que no humille a los potenciales aliados. Perdió la batalla por el derecho –la necesidad estratégica- del candidato de estructurar su propio comando de campaña. Todas estas batallas las perdió el candidato ante el aparato partidario y su cúpula. La batalla por una transformación de la bancada legislativa de militantes supeditados a la dirección de su partido en un entre deliberante y productor de propuestas y cambios, tal vez el candidato la está dando en privado. Pero para crear la percepción pública de que es capaz de cambiar y enrumbar su partido, la tendrá que dar en público y con resultados tangibles.
Ahora entra en escena el otro candidato: Rodrigo Ávila. Llega con la grave hipoteca del proceso de su propia nominación. La percepción pública es que esto fue una farsa, que el candidato fue impuesto por el COENA. El partido ARENA mostró en sus “primarias” que en su interior existe pluralidad, pero también mostró que esta pluralidad no está representada en sus órganos de dirección. Por esto, todo el mundo le insistió a Rodrigo Ávila que la primera cosa que necesitaba hacer es cambiar el COENA. Sólo así podía mostrar que realmente viene a transformar su partido.
Bueno, lo hizo. Pero se quedó corto. Tan barato no es. Para transformar un partido, y para convencer a la opinión público que la transformación es real, hace falta batalla y audacia. Rodrigo Ávila, en vez de recibir de manos de Tony Saca la presidencia del COENA, y en vez de sacar de la manga (y ni siquiera se sabe si por lo menos era su propia manga o de quién diablos era) a cinco nuevos integrantes del COENA, hubiera tenido que decir: “Para transformar al partido y volverlo apto a competir por el apoyo de las mayorías, primero voy a volver a la legalidad y legitimidad de los procesos internos. Para que ARENA sea un partido democrático, voy a aplicar los estatutos. Pido al COENA saliente convocar inmediatamente una Asamblea General para que elija democráticamente una nueva dirección. Voy a hacer propuestas, pero no voy a poner COENA.”
El derecho de elegir su dirigencia, mediante una Asamblea General, es un derecho inalienable de los ciudadanos miembros de un partido. El hecho que durante años este derecho (anclado claramente en los estatutos del partido) haya sido usurpado por una dirigencia que se autocompone, no les quita este derecho. El primer acto soberano como candidato de Rodrigo Ávila hubiera tenido que ser devolver este derecho –y con esto la legitimidad- a su partido.
Primera oportunidad no aprovechada. Quedan otras. Todavía puede transformar la próxima Asamblea General de una maquinaria ratificadora en una instancia soberana y democrática, exponiendo a elección real a todos los cargos en el COENA. Todavía puede facilitar que ARENA tenga una dirección representativa, plural, deliberante.
Todavía tiene la oportunidad de no repetir los errores del FMLN y construir un comando de campaña independiente de los sectores que lo llevaron a la candidatura. Todavía tiene la oportunidad de provocar en su partido un debate democrático sobre el rumbo del partido y del país – y sobre una agenda legislativa responsable. Todavía tiene tiempo para evitar que la bancada legislativa de ARENA –que ha sido la peor de su historia- se reelige por inercia.
La competencia entre los dos candidatos de quien realmente presenta el cambio, empezando en casa, está abierta.
Los dos partidos grandes necesitan transformación. Transformación urgente, real e incluso audaz, si no radical. Sobre esto hay consenso entre las mayorías electorales. Uno es visto como mal gobierno, el otro como mala oposición.
Es el consenso de los llamados “indecisos”, quienes no son indecisos porque no saben lo que quieren, sino porque no están de acuerdo con los dos partidos enfrentados. Esta mayoría de votantes no comprometidos, sino más bien insatisfechos con los dos polos del esquema de polarización, va a observar con lupa cuál de los dos partidos da muestras de apertura, flexibilidad, pluralidad, tolerancia. Dicho de otra manera: Estas elecciones serán decididos por un bloque de votantes que ve a ARENA y al FMLN con igual desconfianza. Un bloque de votantes que va a votar por el mal menor. Estos votantes, por lo tanto, van a observar cuál de los dos se vuelve menos malo, cuál de los dos comienza a moverse de sus posiciones maximalistas e excluyentes a posiciones más incluyentes, mas democráticas, más concertadoras.
La gente cree más en la capacidad de cambio de las personas que de los aparatos partidarios. Son las personas –los dirigentes, los candidatos- que tienen que jalar a los partidos al cambio. Por esto, los candidatos no sólo tienen que tener buenas intenciones, sino sobre todo mostrar capacidad, decisión y poder para producir cambios en sus partidos. De esto depende su capacidad de ganar.
Muchos analistas ya hemos advertido a Mauricio Funes su debilidad en este campo. No dio batalla por un candidato a la vicepresidencia que sume en vez de restar. Perdió la batalla sobre la candidatura a la alcaldía de San Salvador. Perdió, por lo menos hasta ahora, la batalla por una política de alianzas que no humille a los potenciales aliados. Perdió la batalla por el derecho –la necesidad estratégica- del candidato de estructurar su propio comando de campaña. Todas estas batallas las perdió el candidato ante el aparato partidario y su cúpula. La batalla por una transformación de la bancada legislativa de militantes supeditados a la dirección de su partido en un entre deliberante y productor de propuestas y cambios, tal vez el candidato la está dando en privado. Pero para crear la percepción pública de que es capaz de cambiar y enrumbar su partido, la tendrá que dar en público y con resultados tangibles.
Ahora entra en escena el otro candidato: Rodrigo Ávila. Llega con la grave hipoteca del proceso de su propia nominación. La percepción pública es que esto fue una farsa, que el candidato fue impuesto por el COENA. El partido ARENA mostró en sus “primarias” que en su interior existe pluralidad, pero también mostró que esta pluralidad no está representada en sus órganos de dirección. Por esto, todo el mundo le insistió a Rodrigo Ávila que la primera cosa que necesitaba hacer es cambiar el COENA. Sólo así podía mostrar que realmente viene a transformar su partido.
Bueno, lo hizo. Pero se quedó corto. Tan barato no es. Para transformar un partido, y para convencer a la opinión público que la transformación es real, hace falta batalla y audacia. Rodrigo Ávila, en vez de recibir de manos de Tony Saca la presidencia del COENA, y en vez de sacar de la manga (y ni siquiera se sabe si por lo menos era su propia manga o de quién diablos era) a cinco nuevos integrantes del COENA, hubiera tenido que decir: “Para transformar al partido y volverlo apto a competir por el apoyo de las mayorías, primero voy a volver a la legalidad y legitimidad de los procesos internos. Para que ARENA sea un partido democrático, voy a aplicar los estatutos. Pido al COENA saliente convocar inmediatamente una Asamblea General para que elija democráticamente una nueva dirección. Voy a hacer propuestas, pero no voy a poner COENA.”
El derecho de elegir su dirigencia, mediante una Asamblea General, es un derecho inalienable de los ciudadanos miembros de un partido. El hecho que durante años este derecho (anclado claramente en los estatutos del partido) haya sido usurpado por una dirigencia que se autocompone, no les quita este derecho. El primer acto soberano como candidato de Rodrigo Ávila hubiera tenido que ser devolver este derecho –y con esto la legitimidad- a su partido.
Primera oportunidad no aprovechada. Quedan otras. Todavía puede transformar la próxima Asamblea General de una maquinaria ratificadora en una instancia soberana y democrática, exponiendo a elección real a todos los cargos en el COENA. Todavía puede facilitar que ARENA tenga una dirección representativa, plural, deliberante.
Todavía tiene la oportunidad de no repetir los errores del FMLN y construir un comando de campaña independiente de los sectores que lo llevaron a la candidatura. Todavía tiene la oportunidad de provocar en su partido un debate democrático sobre el rumbo del partido y del país – y sobre una agenda legislativa responsable. Todavía tiene tiempo para evitar que la bancada legislativa de ARENA –que ha sido la peor de su historia- se reelige por inercia.
La competencia entre los dos candidatos de quien realmente presenta el cambio, empezando en casa, está abierta.
PS:
Estatutos de ARENA:
"Art.17.- Son atribuciones de la Asamblea General:
c) Elegir el Consejo Ejecutivo Nacional y a su Presidente, en la forma y fecha que senñalan estos
Estatutos y sus Reglamentos."