La realidad es que los científicos en El Salvador viven frustrados, desencantados y aislados. René Núñez es un perfecto ejemplo de un sentimiento colectivo. Es difícil ser científico en un lugar donde no es valorado ni apreciado el conocimiento, donde las pasiones, la intuición y la viveza son preferidas a la objetividad y el método.
La mayoría de científicos salvadoreños migran al no encontrar oportunidades. Los de mi gremio, los biólogos, se aíslan y se van a cultivar mariposas en las montañas, y cuando hablan se nota el resentimiento y la frustración de años de estar hablando y que nadie escuche. Los científicos de otras ciencias pasan años sin encontrar trabajo, un doctor que sabe del mar, otro de terremotos y una más que sabe de tratamiento del agua, en conjunto acumulan más de 9 años para encontrar empleo mal pagado y no apreciado en instituciones públicas con poco presupuesto. ¿Será posible que alguien que nos puede dar soluciones reales para entender nuestro mar, utilizarlo y explotarlo, no sea necesario? ¿Será que alguien que nos puede ayudar a entender los terremotos, como construir edificios más seguros y un mejor ordenamiento del territorio, tampoco es necesario? ¿Será que no es necesario un doctor que nos ayude a entender como podemos cuidar la poca agua que le queda a El Salvador?
Hablo de doctores de Harvard, Cambridge y la Universidad de Tokio, que tienen que pasar un promedio de tres años para conseguir un mal trabajo, porque su conocimiento no es necesario en este país, ¡por favor! Cuando escribí la columna sobre la cultura de la investigación ya hace unos meses, todavía no conocía a estas personas y todavía no sabía del grado de desprecio a la ciencia y a los que saben de ciencia. El asunto es cíclico si los científicos están frustrados, ya que sus quejas y documentos de diagnostico no hacen más que alejarlos de ser quienes puedan ayudar a cambiar el país, de ser cada vez menos escuchados, más aislados.
Mientas sigamos evaluando, preparando y estudiando cuales son las soluciones para el país, podrán seguir sobreviviendo algunos consultores y unos cuantos académicos. Pero mientras seguimos evaluando el país seguirá como está. Necesitamos que los científicos, académicos y pensadores estén en los lugares de toma de decisión y que ejecuten, no que sigan diagnosticando. Yo sé que se hace lo que el dinero dicta, y la mayoría de agencias de cooperación dan dinero solo para diagnósticos y para escribir magníficos “papers”, pero necesitamos la ejecución cuanto antes.
René Núñez, por ejemplo, desarrollo un maravilloso invento que poca atención se le da en el país. Con la excepción de Hugo Barrera, al parecer nadie más le ha puesto atención. Ciertamente el error de René es tratar de ser además de inventor, empresario. Este último no es su fuerte y nunca a logrado promover y vender su invento. Tampoco ha querido que le compren su invento para que alguien más lo desarrolle. Difícil camino tiene para desarrollar su invento. Y es que hasta los ambientalistas tienen dudas.
Un amigo, doctor de una universidad inglesa, me comentaba que existiendo tantas fuentes alternativas de energía, ¿por qué invertir en una cocina que promueva la deforestación? existiendo por ejemplo los excrementos del ganado. Aunque la turbococina reduzca en un 95% el consumo, mejor algo que lo reduzca al 100%. El tema de la turbococina es que aunque pueda llegar a las cero emisiones, esto no vende, sobre todo acá en El Salvador, donde es claro que no hay interés ni por el medio ambiente, ni por la ciencia. Así que la estrategia tiene que ser otra, tiene que ser económica.
He ahí el problema, si ni los ambientalistas están convencidos del tema, si el gobierno no apoya, si las cooperantes no lo ven “sexy”, pues ahí estará. No puedes vender cocinas de $400 a familias que necesitan leña para cocinar. Las tienes que regalar. El tema es que René necesita una estrategia de mercadeo. Le pasa lo que a la mayoría de científicos, que esos temas comerciales no les importan, les parecen absurdos y sobre todo no ven porque nadie ve la verdad tan clara como el agua que su ciencia, su descubrimiento, tendrá.
René y su maquina de hacer tortillas, necesita venderla como eso, una maquina de hacer tortillas, y dejar la ciencia, la conservación y la razón detrás de todo. Porque la ciencia no vende. Soy un romántico que me gustaría pensar lo contrario, pero la realidad es que el mundo no funciona así. La frustración de los científicos se tiene que transformar para entender la lógica del mundo y poder vender el conocimiento, empaquetado, en combo con papas fritas y coca cola, y listo para llevar. Tal vez así alguien logra escuchar a la objetividad, el método y la razón.