Escribo estas líneas el 10 de enero. Por más que trato a concentrarme en el presente -el primer debate entre periodistas en el Canal 33, que arranca hoy-, esta fecha me jala al pasado. Cumplo hoy 27 años de haber llegado a El Salvador. Llegué un 10 de enero de 1981, en un vuelo proveniente de Managua, junto a Hernán Vera, quien poco después adquiriera fama como “Maravilla”, locutor, editor, camarógrafo, editorialista de Radio Venceremos.
En la madrugada alguien, no me recuerdo quien, de la comandancia del ERP me había despertado con las palabras: “Despertate, Paolo, hoy es el día...” – “¿Día de qué?” – “Día de la ofensiva. Hoy comienza el desmadre. Te vas para San Salvador hoy, Hernán de va a recoger en media hora. ¡Apúrate! Te vas a perder la guerra...”
En el avión, Hernán trató de convencerme que no era broma. No le creí. En el camino de Comalapa a la ciudad, como no vi nada que indicaba el inicio de una guerra, le dije: “Ya ves, aquí todo es normal.” – “Y vos qué creés, que alguien va a anunciar la ofensiva en vallas sobre la autopista?”
Llegamos a una casa en la Layco, a dos cuadras del cuartel San Carlos. El que nos recibió, el seco Gustavo, nos dijo: “Bueno, faltan dos horas. A las 5 en punto comienza el deschongue. Las órdenes son: Aunque afuera haya fiesta, no salimos de esta casa hasta recibir instrucciones. Y no se asusten cuando escuchen bombazos, es con el San Carlos, no con nosotros.”
“Vaya pues,” dijo Hernán, “yo me voy a dormir para quitarme la goma de la despedida anoche. Puta, ¡qué fiestas saben hacer los nicas!”
“Yo también me voy a acostar, “ dijo Gustavo, “a saber si vamos a dormir en las próximas noches.”
“Paja me quieren dar,” me dije yo, “¿cómo van a estar tranquilamente dormidos si saben que hoy empiezan los combates?” Y me fui a dormir...
A las 5 de la tarde con 5 minutos pegué un brinco de la cama. Bombazos, tiroteos por todas partes. Ráfagas. Silencio. Nuevas ráfagas...
En la televisión películas de John Wayne. Nada de noticias. Sólo un comunicado que decretaba el toque de queda de 6 de la tarde hasta las 6 de la mañana. Alguien habló por teléfono con la novedad que el periodista venezolano Nelson Arrieti había sido capturado junto a los dos comandantes del ERP al cargo de las operaciones ofensivas en San Salvador. Me di cuenta que estaba sentado en la casa comúnmente conocida como la casa de los periodistas venezolanos, uno de los cuales ahora estaba preso y siendo interrogado. El segundo estaba sentado a la par mía y dijo: “A las 6 en punto salimos para Morazán. El único lugar seguro es ahora el frente de guerra.”
Pero estábamos en la casa de alguien que en estos momentos estaban siendo torturando para sacarle información sobre sus cómplices. Y los cómplices éramos nosotros. “¿Por qué no nos vamos a la mierda ya? Vamos al Camino Real donde está la prensa internacional?” – “Porque hay toque de queda. No llegamos ni a la esquina sin que nos disparan o detienen. Mejor nos quedemos aquí, estos malditos ahora están demasiado ocupados con sobrevivir, no van a venir a buscarnos...”
No llegaron. Ya nadie de nosotros durmió. Estábamos pendientes de cualquier ruido que podía indicar que iban a catear la casa. A las 6 en punto salimos hacía Oriente, en un microbús Volkswagen, Gustavo, Hernán y yo. Retenes de la Fuerza Armada, retenes de la guerrilla. Cerca de Zacatecoluca había un retén de las FPL, con cientos de camiones y buses atravesados para bloquear el paso.
“No hay paso,” dijeron los guerrilleros, “regrésense para San Salvador.” Hernán pidió hablar con el jefe de la unidad, le dijo quienes éramos y para donde íbamos. El tipo nos escribió un salvoconducto en una hoja arrancada de un cuaderno escolar: “Compañeros, estos periodistas son compañeros en misión importante para la revolución. Brindarles todo el apoyo. Firma Comandante XY, Frente Paracentral.”
Con este papelito pasamos todos los retenes guerrilleros. Los del ejército los pasamos con las credenciales que llevaban Gustavo y Hernán del Comité de Prensa de la Fuerza Armada COPREFA. Los soldados que revisaban estos papeles pensaban que éramos miembros del COPREFA. Casi se cuadraban.
Saliendo de San Miguel en la Ruta Militar hacía Santa Rosa de Lima, a dos minutos de haber pasado por el retén en frente de la Tercera Brigada, escuchamos en un noticiero que en el contexto de la captura de los dos comandantes del ERP y del periodista venezolano estaban buscando a otro periodista venezolano llamado Hernán Vera. Los dos manejaban una célula clandestina de periodistas salvadoreños e internacionales en apoyo logístico y de inteligencia al ERP.
Gustavo dijo: “Ya van a salir todos los nombres. Nelson conoce el mío y el tuyo, Paolo. Vamos a tener que entrar al frente los tres.”
El contacto con el frente nororiental era en las minas de San Sebastián, cerca de Santa Rosa de Lima. Llegamos a Santa Rosa de Lima. Un último retén militar. “¿Adónde se dirigen?” – “Al Amatillo, a la frontera.” – “Ahh, tienen miedo, periodistas culeros, váyanse a la mierda...”
Cuando agarramos la calle de polvo para San Sebastián, Hernán dijo: “Vaya, si ya no nos topamos con otra patrulla, estamos bien.” Era fácil de traducir: “Si en este trayecto, que no lleva a ninguna parte sino a tierras bajo control de la guerrilla, nos encontramos con una patrulla, estamos muertos.”
A menos de un kilómetro de Santa Rosa de Lima nos encontramos con una patrulla. Vestían uniforme del ejército, pero fusiles FAL. Eran guerrilleros y nos escoltaron a las minas.
Allí había un grupo grande de combatientes, preparando el ataque a Santa Rosa de Lima. Pidieron instrucciones por radio. Respuesta: “Que manden a Hernán al puesto de mando en el norte de Morazán, con todos los equipos de video. Los otros dos, que regresen a San Salvador.”
Los dos tuvimos grandes ganas de hacer lo contrario, pero los guerrilleros tenían sus órdenes. Y punto.
El punto crítico del viaje de regreso era cómo hacer que nadie nos viera salir de la calle de las minas a la Ruta Militar. ¿Cómo íbamos a explicar de dónde salimos? Nadie nos vio. Pasamos el mismo retén en la entrada de Santa Rosa de Lima. “¿Y el otro culero?”, pregunta el soldado. “Se fue para Honduras. Nosotros le vamos a hacer huevo aquí,” dice Gustavo. “Suerte, culeros.”
En San Miguel, en la casa de unos familiares de Gustavo, vemos noticiero. “En el caso de los periodistas venezolanos vinculados al ERP, las autoridades están buscando a un microbús Volkswagen color naranja, placas.... Además están buscando a un tercer periodista involucrado, de nombre Paolo y nacionalidad alemana...”
Decidimos seguir en la mañana con el mismo carro. “Las unidades militares no van a estar buscando carros, tienen problemas más vitales en qué pensar,” dijo Gustavo. Yo, el novato, el recién introducido al mundo de la clandestinidad y subversión, dije: “Vaya, ustedes sabrán...” Aunque ya no estaba tan seguro...
Así terminó mi primer día en El Salvador, el primer día de la guerra. El día siguiente llegaríamos salvos y sanos a San Salvador, nos desharíamos del carro y yo me refugiaría en el Camino Real, fingiendo demencia. En los noticieros del 12 de enero dirían que el tal Paolo no era alemán, sino un fotógrafo italiano llamado Paolo Bosio. Entonces, este mismo día iría a COPREFA, me acreditaría de corresponsal y iría a cubrir el resto de la ofensiva. Aunque el credencial revolucionario de Zacatecoluca lo quemé antes de salir de las minas, le hice honor hasta el final de la guerra en 1992.
En la madrugada alguien, no me recuerdo quien, de la comandancia del ERP me había despertado con las palabras: “Despertate, Paolo, hoy es el día...” – “¿Día de qué?” – “Día de la ofensiva. Hoy comienza el desmadre. Te vas para San Salvador hoy, Hernán de va a recoger en media hora. ¡Apúrate! Te vas a perder la guerra...”
En el avión, Hernán trató de convencerme que no era broma. No le creí. En el camino de Comalapa a la ciudad, como no vi nada que indicaba el inicio de una guerra, le dije: “Ya ves, aquí todo es normal.” – “Y vos qué creés, que alguien va a anunciar la ofensiva en vallas sobre la autopista?”
Llegamos a una casa en la Layco, a dos cuadras del cuartel San Carlos. El que nos recibió, el seco Gustavo, nos dijo: “Bueno, faltan dos horas. A las 5 en punto comienza el deschongue. Las órdenes son: Aunque afuera haya fiesta, no salimos de esta casa hasta recibir instrucciones. Y no se asusten cuando escuchen bombazos, es con el San Carlos, no con nosotros.”
“Vaya pues,” dijo Hernán, “yo me voy a dormir para quitarme la goma de la despedida anoche. Puta, ¡qué fiestas saben hacer los nicas!”
“Yo también me voy a acostar, “ dijo Gustavo, “a saber si vamos a dormir en las próximas noches.”
“Paja me quieren dar,” me dije yo, “¿cómo van a estar tranquilamente dormidos si saben que hoy empiezan los combates?” Y me fui a dormir...
A las 5 de la tarde con 5 minutos pegué un brinco de la cama. Bombazos, tiroteos por todas partes. Ráfagas. Silencio. Nuevas ráfagas...
En la televisión películas de John Wayne. Nada de noticias. Sólo un comunicado que decretaba el toque de queda de 6 de la tarde hasta las 6 de la mañana. Alguien habló por teléfono con la novedad que el periodista venezolano Nelson Arrieti había sido capturado junto a los dos comandantes del ERP al cargo de las operaciones ofensivas en San Salvador. Me di cuenta que estaba sentado en la casa comúnmente conocida como la casa de los periodistas venezolanos, uno de los cuales ahora estaba preso y siendo interrogado. El segundo estaba sentado a la par mía y dijo: “A las 6 en punto salimos para Morazán. El único lugar seguro es ahora el frente de guerra.”
Pero estábamos en la casa de alguien que en estos momentos estaban siendo torturando para sacarle información sobre sus cómplices. Y los cómplices éramos nosotros. “¿Por qué no nos vamos a la mierda ya? Vamos al Camino Real donde está la prensa internacional?” – “Porque hay toque de queda. No llegamos ni a la esquina sin que nos disparan o detienen. Mejor nos quedemos aquí, estos malditos ahora están demasiado ocupados con sobrevivir, no van a venir a buscarnos...”
No llegaron. Ya nadie de nosotros durmió. Estábamos pendientes de cualquier ruido que podía indicar que iban a catear la casa. A las 6 en punto salimos hacía Oriente, en un microbús Volkswagen, Gustavo, Hernán y yo. Retenes de la Fuerza Armada, retenes de la guerrilla. Cerca de Zacatecoluca había un retén de las FPL, con cientos de camiones y buses atravesados para bloquear el paso.
“No hay paso,” dijeron los guerrilleros, “regrésense para San Salvador.” Hernán pidió hablar con el jefe de la unidad, le dijo quienes éramos y para donde íbamos. El tipo nos escribió un salvoconducto en una hoja arrancada de un cuaderno escolar: “Compañeros, estos periodistas son compañeros en misión importante para la revolución. Brindarles todo el apoyo. Firma Comandante XY, Frente Paracentral.”
Con este papelito pasamos todos los retenes guerrilleros. Los del ejército los pasamos con las credenciales que llevaban Gustavo y Hernán del Comité de Prensa de la Fuerza Armada COPREFA. Los soldados que revisaban estos papeles pensaban que éramos miembros del COPREFA. Casi se cuadraban.
Saliendo de San Miguel en la Ruta Militar hacía Santa Rosa de Lima, a dos minutos de haber pasado por el retén en frente de la Tercera Brigada, escuchamos en un noticiero que en el contexto de la captura de los dos comandantes del ERP y del periodista venezolano estaban buscando a otro periodista venezolano llamado Hernán Vera. Los dos manejaban una célula clandestina de periodistas salvadoreños e internacionales en apoyo logístico y de inteligencia al ERP.
Gustavo dijo: “Ya van a salir todos los nombres. Nelson conoce el mío y el tuyo, Paolo. Vamos a tener que entrar al frente los tres.”
El contacto con el frente nororiental era en las minas de San Sebastián, cerca de Santa Rosa de Lima. Llegamos a Santa Rosa de Lima. Un último retén militar. “¿Adónde se dirigen?” – “Al Amatillo, a la frontera.” – “Ahh, tienen miedo, periodistas culeros, váyanse a la mierda...”
Cuando agarramos la calle de polvo para San Sebastián, Hernán dijo: “Vaya, si ya no nos topamos con otra patrulla, estamos bien.” Era fácil de traducir: “Si en este trayecto, que no lleva a ninguna parte sino a tierras bajo control de la guerrilla, nos encontramos con una patrulla, estamos muertos.”
A menos de un kilómetro de Santa Rosa de Lima nos encontramos con una patrulla. Vestían uniforme del ejército, pero fusiles FAL. Eran guerrilleros y nos escoltaron a las minas.
Allí había un grupo grande de combatientes, preparando el ataque a Santa Rosa de Lima. Pidieron instrucciones por radio. Respuesta: “Que manden a Hernán al puesto de mando en el norte de Morazán, con todos los equipos de video. Los otros dos, que regresen a San Salvador.”
Los dos tuvimos grandes ganas de hacer lo contrario, pero los guerrilleros tenían sus órdenes. Y punto.
El punto crítico del viaje de regreso era cómo hacer que nadie nos viera salir de la calle de las minas a la Ruta Militar. ¿Cómo íbamos a explicar de dónde salimos? Nadie nos vio. Pasamos el mismo retén en la entrada de Santa Rosa de Lima. “¿Y el otro culero?”, pregunta el soldado. “Se fue para Honduras. Nosotros le vamos a hacer huevo aquí,” dice Gustavo. “Suerte, culeros.”
En San Miguel, en la casa de unos familiares de Gustavo, vemos noticiero. “En el caso de los periodistas venezolanos vinculados al ERP, las autoridades están buscando a un microbús Volkswagen color naranja, placas.... Además están buscando a un tercer periodista involucrado, de nombre Paolo y nacionalidad alemana...”
Decidimos seguir en la mañana con el mismo carro. “Las unidades militares no van a estar buscando carros, tienen problemas más vitales en qué pensar,” dijo Gustavo. Yo, el novato, el recién introducido al mundo de la clandestinidad y subversión, dije: “Vaya, ustedes sabrán...” Aunque ya no estaba tan seguro...
Así terminó mi primer día en El Salvador, el primer día de la guerra. El día siguiente llegaríamos salvos y sanos a San Salvador, nos desharíamos del carro y yo me refugiaría en el Camino Real, fingiendo demencia. En los noticieros del 12 de enero dirían que el tal Paolo no era alemán, sino un fotógrafo italiano llamado Paolo Bosio. Entonces, este mismo día iría a COPREFA, me acreditaría de corresponsal y iría a cubrir el resto de la ofensiva. Aunque el credencial revolucionario de Zacatecoluca lo quemé antes de salir de las minas, le hice honor hasta el final de la guerra en 1992.