¿Cuál es el papel de la oposición en una democracia liberal como la que enmarca el sistema político de El Salvador? Esta pregunta está recibiendo mucha atención en estas últimas semanas, después del triunfo del actual presidente en las elecciones de febrero de este año y mientras los dos partidos hasta esas elecciones mayoritarios están inmersos en un proceso que todavía no sabemos si será de reinvención o de suicidio. Ellos definirán su futuro en la una o la otra dirección si reflexionan sobre un punto que Enrique Ghersi, politólogo peruano, recordó a su audiencia en un seminario realizado hace poco por Atlas Network en República Dominicana sobre la libertad en Latinoamérica.
El Dr. Ghersi notó cómo en la región hemos olvidado la gran diferencia que hay entre la política electoral y la gran política. La primera se enfoca sólo en colocar personas en cargos públicos, mientras que la segunda se enfoca en definir la agenda de país —las políticas que el país debe aplicar para lograr el desarrollo—. Ambas no necesitan coincidir. Así, por ejemplo, hay presidentes que gobiernan con la agenda de su rival en las elecciones, como sucedió con Mario Vargas Llosa, que perdió las elecciones contra Alberto Fujimori pero impuso la exitosa agenda que diversos presidentes han aplicado en los últimos treinta años. Mauricio Macri ganó las últimas elecciones presidenciales en Argentina pero ha gobernado con las políticas que heredó de Cristina Kirchner, por lo que no ha logrado sacar a su país del desorden en que ella lo dejó.
Por supuesto, a veces el que fija la agenda coincide con el que ocupa la presidencia. Pero a la larga, las preguntas surgen: ¿Quién ha sido el político más hábil, el líder más capaz, el que tiene la banda presidencial, o el que marca la agenda del país? ¿Qué partido sirve más al país, el que pone a una persona en la presidencia o el que orienta las políticas nacionales?
Obviamente, los dos temas son importantes, la agenda y la persona del presidente o del alcalde o de los diputados. Pero el objetivo principal de los partidos políticos debería ser poner la agenda nacional, para que sea luego llevada a cabo por algún político propio o de otro partido. Al fin y al cabo, esto y que el proceso sea democrático y enmarcado en el imperio del derecho es lo que le importa al pueblo, no si Perico o Zutano son o no son el presidente, incluso no si el que gobierna es el partido X, Y, o Z. El pueblo salvadoreño ha demostrado que está dispuesto a votar por cualquier partido si es que cree que este va a implementar las políticas y las reformas que desea. De hecho, el proceso de cambio que se está llevando a cabo ahora en el FMLN y ARENA puede ser exitoso si produce agendas atractivas de país, o un suicidio si sólo se trata de pleitos por un poder que ni siquiera tienen.
Si es sólo lo último, los que pierdan el poder del partido del que se trate se van a convertir en los peores enemigos de los que lo ganen, y se asegurarán de que éstos pierdan en las elecciones nacionales para que la gente diga “todo hubiera sido mejor si el que perdió hubiera ganado”. La unidad de estos partidos necesitan para influenciar al país sólo puede lograrse con un consenso en una agenda de país, no con fanatismos personalistas.
Los partidos ahora en reinvención deben estar conscientes de que una agenda nacional no puede armarse diciendo que “el partido apoyará al gobierno en lo que considere bueno y no lo hará en lo que no lo considere así”. Eso es bueno pero no es suficiente. La agenda requiere armar una visión entera de país y convencer a los votantes de que es la mejor para El Salvador y de que el partido es el mejor para aplicarla.
Los partidos ARENA y el FMLN tienen una gran oportunidad en este momento porque poseen un número grande de alcaldías y de curules, a través de las cuales, si hacen bien su trabajo, pueden convencer al país de estas tres cosas. Pero sólo si hacen bien su trabajo, en armar la visión y en aplicarla en donde pueden. Ya deberían de dejar de pelearse y comenzar a hacer algo positivo.