domingo, 16 de septiembre de 2018

Carta sobre la corrupción: Ver el bosque, no solo los árboles podridos

La corrupción es un cáncer. Puede matar la democracia. De acuerdo. Pero no nos damos cuenta que la medicina que recetamos puede ser más mortal que la enfermedad.

¿Por qué ahora estamos hablando todos de la corrupción? Es porque ahora hay más transparencia; hay más investigación; hay juicios; hay un presidente confeso y condenado, y otro prófugo; hay más vigilancia ciudadana; y porque leemos sobre la corrupción todos los días en los periódicos.

¿Estos son muestras que el país se está hundiendo en corrupción – o más bien que al fin estamos empezando a superarla? El país parece asumir lo primero. Hay un clima de sospecha generalizada: Para muchos, toda la política, todos los partidos, los partidos enteros, todos los funcionarios son corruptos, incluyendo los futuros que todavía no han tenido oportunidad de mostrar de qué son hechos.

Es cierto: La corrupción es sistemática, como hemos visto en los casos Saca y Funes. Diseñaron un sistema de robo. ¿Pero es cierto que sea sistémica, como muchos nos quieren decir? Sistémico en el sentido que incluso los hombres y mujeres de buenas intenciones que asumen cargos políticos, necesariamente terminarán corruptos, porque el sistema los corrompe.

Es cierto: Todos los partidos políticos han tenido diputados, funcionarios, dirigentes corruptos. ¿Pero son corruptos los partidos, todos enteramente, y todos por igual? No.

Las medicinas contra la corrupción son: transparencia, vigilancia ciudadana, sólidas instituciones que la investigan, persiguen y enjuician. Necesitamos más de estas medicinas, y más eficientes. ¿Pero será buena medicina la sospecha generalizada? ¿Será buena medicina la descalificación general de los partidos, de la Asamblea Legislativa, del sistema de justicia? No.

La sospecha generalizada y la deslegitimación sistemática de las instituciones y los partidos, de la clase política en general, son tan erosivos para la democracia que la misma corrupción. Profundizan los resentimientos populares, dan oxígeno a la anti política, y en última instancia abren espacio para movimientos autoritarias y anti institucionales.

Hay discursos irresponsables que atizan este fuego. Algunos los usan por ingenuidad, otros por interés. Para los partidos emergentes, para tener éxito, lo más rentable es arremeter contra todo: el sistema, la clase política, el establishment, ‘los mismos de siempre’ – contra la política misma. Si fuera solamente Nuevas Ideas que emplea este discurso redentor, no lograría erosionar la confianza de la gente en el sistema democrático e institucional del país. Pero a veces también caen en este discurso otros partidos emergentes, como Vamos y Nuestro Tiempo, igual que movimientos ciudadanos que con buenas razones se organizan para denunciar las deficiencias institucionales.

Si además tenemos una embajadora de Estados Unidos, un fiscal general y medios que diariamente hablan de la corrupción, pero no saben proyectar que la crisis se debe precisamente a que al fin la estamos enfrentando, el resultado es fatal: Lo que en realidad es la fiebre producida por la lucha contra la corrupción, es percibida como la fiebre de la agonía fatal del sistema.

Es en este ambiente que vamos hacia las elecciones presidenciales. En este ambiente de sospecha generalizada corremos peligro que ningún candidato, aun cuando proponga las soluciones correctas, tenga credibilidad. En una situación donde es urgente que los incipientes esfuerzos de transformar, limpiar y abrir los partidos adquieran fuerza y logren cambios, existe el peligro que se estrellen contra el muro de la incredulidad generalizada.

Los movimientos autoritarios y demagógicos no necesitan que los ciudadanos les crean. Lo único que necesitan es que los ciudadanos ya no crean a nadie y en nada. Así se genera la situación absurda que las propuestas más indecentes de repente puedan competir en igualdad de condiciones – o incluso con ventaja, siempre cuando logren explotar y movilizar las frustraciones y los resentimientos que con sobradas razones tiene la gente.


¿Qué hacer? Ver el bosque y no solo los árboles podridos. Exigir transparencia, instituciones sólidas e independientes, mejores políticas públicas. Y más sensatez. Creamos en nuestro poder ciudadano para producir cambios en los partidos e instituciones, en vez de delegarlo a redentores.


Saludos,