sábado, 4 de noviembre de 2017

Carta a los que vivimos en medio de gran belleza y no nos damos cuenta

Estimados salvadoreños:
Ando dando un tour por nuestro país a dos amigos que viven en: Roma. El dilema: ¿Cómo convencer a gente que viven en la capital mundial del turismo de que El Salvador es un destino válido para sus vacaciones, cuando en dos patadas pueden viajar a Grecia, a Cardeña, a Suiza, a Venecia, o a Marsella?

Ahora llevamos 6 días de viaje por El Salvador, y mis amigos están encantados. El primer día quedamos en San Salvador. Fuimos al centro, dejamos el carro en el parqueo público frente al teatro, y caminamos. Entramos a Catedral y su cripta de monseñor Romero, luego a la iglesia El Rosario, al Palacio Nacional, la iglesia del Calvario… y el mercado central. Las últimas estaciones, la iglesia en medio del marcado, fue lo más impactante. No querían salir del labirinto de colores, olores, caras, sonidos y texturas.

Los llevé al Dalia, el salón de Billar en Plaza Libertad. Bueno, plaza no había, pero el Dalia es una joya. ¡Y la gente que lo habita! Todos nos hablaron, nos contaron anécdotas y chistes. Varios me mencionaron, con gran cariño y respeto, a Leonardo Heredia, mi suegro recién fallecido, quien hace años solía jugar ahí. Nos hablaron del amor invencible que tienen al centro, al corazón roto de la ciudad, y de la decepción que tienen de los alcaldes, incluyendo el actual.

Terminamos en el Café Maktub, a la vuelta del teatro, donde unos artistas jóvenes recuperaron unos espacios anteriormente elegantes para crear un café cultural. Los romanos quedaron enamorados del centro que la mayoría de los habitantes de los mejores barrios de la capital tratan de evitar como la peste.

Las otras estaciones de rigor, subir al Boquerón y los Planes, les causaron mucho menos impacto que nuestro exótico, folclórico y caótico centro. “Bonito, pero igual que las atracciones de todos los países”, dijeron. Hasta que llegamos a la casa-finca donde nos recibió Roberto Sartogo. “Esto es calidad de vida!”, sentenciaron con cierta envidia. “En Roma solo millonarios pueden tener una casa y un jardín como este…”

Igual reaccionaron cuando los llevé, por dos días, al Lago de Coatepeque. La casa detrás de la isla, cortesía de Jaime Molina y Ana María Rochac; y la casa de don Toni Cabrales, en la isla Teopán, son tesoros que ningún turista puede disfrutar en Roma ni en cualquier destino europeo.

Luego de pasar otros dos días en El Sunzal, en una comunidad de surfeadores y otros locos, ahora escribo estas líneas en Suchitoto, donde nos alberga el Centro de Arte y Paz con su comunidad de artistas y activistas sociales. Conocer a una mujer como la hermana Peggy que fundó y dirije este centro, es un lujo por el cual vale la pena visitar El Salvador…

Falta todavía la visita a Perquín, donde Sebastián El Torogoz nos va a dar el tour por los lugares donde durante la guerra convivimos en campamentos, batallas, victorias y derrotas, fiestas y masacres.
Haciendo este viaje con mis amigos, vuelvo a reafirmar mi orgullo de este país, que de crisis en crisis y de guerra en guerra nunca se rinde, nunca pierde su ánimo de gozar de lo bello que tenemos. Perdamos el complejo de inferioridad, tenemos un país bello del cual nuestros visitantes se enamoran.

Saludos,

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(MAS! / EL DIARIO DE HOY)