Hay una tendencia mundial al periodismo-espectáculo que en México está tomando carta de naturalización a gran velocidad. Lo periodístico de hoy es aquello que genera "tráfico", tiene rating, mueve masas y es tema de conversación en los camiones y los cafés. Se trata igual un asunto de una niña muerta en circunstancias extrañas, como el caso Paulette, la salida del armario de una cantante pop, o un tema de narcotráfico. La historia periodística ya no es aquella que nos revela algo nuevo, distinto o sorprendente, sino la que nos mantiene pegados al televisor, a la pantalla o a la Blackberry. Lo importante no es la veracidad de los hechos, sino la capacidad de sorprendernos más veces en menos tiempo. Lo que trasciende no es lo que dijo el narcotraficante, mucho menos las preguntas que le hizo el entrevistador, sino que está ahí, en la foto de portada, al lado del periodista, banalizando la información. Pero lo más patético y paradójico es la lógica del periodista banalizándose a sí mismo. A la clase política la ha perdido el dulce encanto de su propia voz: escucharse en los medios ha hecho que dejaran de escuchar a los demás. A los periodistas de hoy nos está aniquilando la fascinación por la imagen propia.
El periodismo está siendo víctima de sus propios medios. El medio está imponiendo la lógica al periodismo y hoy el performance se volvió más importante que el contenido. La entrevista de Scherer con el narco Zambada desnudó, de manera por demás impúdica, esta nueva realidad del periodismo. El performance de la Proceso es la puesta en escena, en una sola portada, del periodismo rendido, no ante el narco, que en este caso es circunstancial, sino ante la lógica el espectáculo. Hay quien dice, entre ellos el propio director de la revista, que esta portada será histórica. Será la menos tristemente célebre como icono del periodismo mediatizado. El espectáculo es lo de hoy.
(El País/Madrid)