La legalización del ilegítimo intento de reelección de Daniel Ortega, rebalsó la inmundicia en la política nacional, pero no así, la resignada y pragmática paciencia del pueblo nicaragüense. De todas formas, las denuncias en las páginas de opinión de los diarios no se han hecho esperar. Tampoco las declaraciones públicas de los representantes de la clase política que, con diferentes grados de honestidad y convicción, se oponen a las ambiciones del mandatario.
Desgraciadamente, no sólo de denuncias y quejas puede vivir una sociedad. Es necesario articular explicaciones que nos ayuden a detener la descomposición política del país. Después de todo, como lo señalaba un viejo maestro, no se puede cambiar lo que no se puede explicar.
Nuestros vicios culturales
Empecemos reconociendo que los éxitos logrados por Daniel Ortega en su enloquecida carrera al absolutismo, no pueden atribuirse a un carisma o a una inteligencia que el mandatario no posee. Tampoco pueden atribuirse a su poder coercitivo, porque éste es —al menos por ahora—, limitado. Los éxitos de Ortega son el producto de las brutales debilidades culturales de la sociedad nicaragüense. Estas debilidades son, al mismo tiempo, causa y reflejo de nuestra pobreza material.
A partir de este reconocimiento, es preciso señalar dos elementos que deben considerarse en cualquier intento de explicación del drama nicaragüense. El primero es el binomio providencialismo-pragmatismo resignado que forma parte del marco cultural dentro del que opera el país.
El segundo es la persistencia en nuestra historia de una cultura heroica que nos empuja a poner nuestras esperanzas en hombres —casi nunca mujeres— a los que imaginamos dotados de capacidades extraordinarias, independientemente de la ética o moralidad dentro de la que ellos actúan. Estos dos elementos están íntimamente relacionados.
El providencialismo es un modelo teológico que ofrece una visión de Dios como una fuerza que determina la historia de los individuos y de la sociedad. El providencialismo es responsable del desarrollo y de la consolidación de una cultura política pragmática resignada, que induce a los nicaragüenses a asumir una actitud de irresponsabilidad frente a la historia. Desde esta perspectiva, el desarrollo social es percibido como un proceso controlado por fuerzas ajenas a nuestra voluntad.
Del providencialismo y del pragmatismo resignado se deriva una segunda debilidad: la cultura heroica que impera en nuestro país y que se expresa en una tendencia a aceptar el poder de personajes que, en nuestras mentes sedientas de prodigios y milagros, son capaces de hacer la historia que nosotros nos sentimos incapaces de hacer. Así pues, creemos en un Dios providencial, caprichoso y omnipotente; pero también, en seres de carne y hueso que actúan como si fueran encarnaciones, o al menos representantes de esa divinidad.
La cultura heroica nicaragüense ha sido caldo de cultivo para el caudillismo y la dictadura en la historia de nuestro país. Así lo señalaba Santiago Argüello para quien nuestro fetichismo político está enraizado en nuestro fetichismo religioso.
Por las mismas razones que Argüello deploraba el fetichismo, Bertolt Brecht calificaba de “desgraciadas” a aquellas sociedades que necesitan de héroes para sobrevivir. Desgraciadas, porque la justicia y la libertad solamente pueden construirse sobre la base de una fe secular en la capacidad de cada hombre y de cada mujer de participar en la construcción de la historia.
Prisioneros de una narrativa heroica
La victoria sandinista en Julio de 1979, abrió un capítulo histórico dominado por una narrativa que intensificó la cultura heroica de los nicaragüenses. Dentro de una lógica providencialista y determinista, el sentido de la historia de Nicaragua encontró una nueva representación y síntesis en las hazañas de los héroes de la revolución. Así, las acciones extraordinarias de personajes como Diriangén, Andrés Castro, Benjamín Zeledón y sobre todo Sandino, fueron presentadas como los antecedentes naturales de la heroicidad de Carlos Fonseca Amador, canonizado por aquel que lo llamó, “uno de los muertos que nunca mueren”.
Fonseca, a su vez, apareció como el Zeus del Olimpo habitado por los Comandantes de la Revolución y otros dioses y diosas menores. Frente a ellos, el pueblo solamente podía decir: “Ordene. Dirección Nacional Ordene”.
La poesía, la música, el arte y la literatura contribuyeron a la narrativa sandinista. Darío, por ejemplo, fue transformado, por obra y gracia de la pluma de algunos intelectuales, en el profeta de la victoria del proletariado nicaragüense.
Frente a los héroes y mártires de la revolución sandinista aparecieron los héroes y mártires de la contrarrevolución política y la contrarrevolución armada. Estos movimientos anti-sandinistas no lograron generar su propia narrativa porque no contaron nunca con el poder de la música o el de la palabra. Esto no impidió que sus líderes desarrollaran una fuerte influencia en el desarrollo del país. Esta influencia sobrevive hasta el día de hoy, porque ellos representan o dicen representar el polo opuesto al sandinismo gobernante.
La derrota del FSLN en 1990 desarticuló el poder de este partido pero no puso fin al peso de la cultura heroica de la revolución. Y aunque la simbología y el discurso de los que se alimenta esta cultura han perdido brillo, su fuerza sigue siendo considerable porque es la única narrativa política que existe en el país.
El poder de Ortega se deriva de esta narrativa. El poder de Alemán no podría existir sin ella porque su fuerza radica en una identidad que lo hace aparecer —a pesar de compartir cama con Ortega— como la antítesis del sandinismo en el poder. En este sentido, Ortega y Alemán son los beneficiarios de lo que Max Weber llamó la rutinización del carisma. Este concepto se usa para explicar la manera en que la gracia (gratia) de los héroes, puede ser gradualmente sustituida por una burocracia estatal, sobre todo si en ésta se logra concentrar el derecho al uso de la fuerza.
El resto de la clase política nicaragüense se mueve confusamente entre los polos del sandinismo y del anti-sandinismo representados por Ortega y Alemán. El Movimiento de Renovación Sandinista (MRS) y el Movimiento por el Rescate del Sandinismo, para citar dos ejemplos, hacen uso de la etiqueta que marca la dinámica política nicaragüense, pero no tienen la fuerza que tiene Ortega para producir los milagrosos favores y las portentosas acciones —legales o ilegales— que se espera de los héroes y superhombres en el poder.
Ninguno de estos movimientos ha sido capaz de articular una narrativa diferente a la que nutre el poder de Ortega y Alemán. Peor aún, la alimentan cuando condenan el re-eleccionismo de Ortega por ser incongruente “con el ideario de Sandino y el pensamiento de Carlos Fonseca Amador”, como si no existieran otros referentes éticos, políticos y teóricos más elaborados, más sólidos y, sobre todo, más universales e incluyentes.
Montealegre, por su parte, compite pobremente en este mundo dominado por gente que, como dice Edén Pastora para justificar la permanencia de Ortega en el poder, “han volado verga toda su vida”, independientemente de la ética o moralidad dentro de la que han actuado.
Frente a los “vuela verga”, Montealegre no tiene posibilidad de competir, porque un banquero es la representación clásica del anti-héroe. Por eso es que luce ridículo cuando levanta la voz para amenazar a los pactistas…antes de visitarlos para negociar con ellos.
Mientras tanto, la juventud nicaragüense sigue aplastada por una narrativa que logra sostenerse por nuestra incapacidad para crear nuevos significados. Hablo de lo que Josefina Vigil llama “la generación pasmada”, la generación que participó en la defensa del proyecto sandinista en los 1980s.
Hablo también de la juventud que no vivió esa década pero que de todas formas sufre hoy las calamidades de ese período. A esta juventud se le va a imponer, según el Ministro de Educación, la obligación de visitar y venerar las fotos del recuerdo que forman parte del Museo de la Victoria creado por la Alcaldía de Managua. En el anuncio oficial de la inauguración de este museo, se menciona que la exposición de fotos de los héroes de la revolución está organizada en “ocho estaciones”. El actor principal de este Vía Crucis es Daniel Ortega, “Daniel de América”, como lo llamó una vez Rosario Murillo para la sorpresa y risa de la izquierda latinoamericana.
¿Qué hacer?
Quebrar con el providencialismo, el pragmatismo resignado y nuestra cultura heroica, requiere de millones de acciones concertadas, porque millones somos los y las nicaragüenses que tenemos que cambiar nuestra manera de hacer política para salvarnos como país.
Podríamos aprender a rezar al Dios que llevamos en nosotros, al Dios que forma parte de nosotras. Podríamos aprender a pedir a Dios, pidiéndonos a nosotros mismos.
Las universidades y las escuelas podrían promover en la juventud un sentido reflexivo de la política y poner fin al activismo estéril que nos desgasta como sociedad.
Las organizaciones de la “sociedad civil” podrían generar un discurso político que no use la idea de la democracia como contraposición al sandinismo, porque esto perpetúa la narrativa dominante; y porque lo contrario del sandinismo no es necesariamente la democracia. Puede ser la dictadura económica adornada con elecciones en las que las élites se disputan el derecho a hacer lo que les da la gana.
La clase política nicaragüense podría apoyar el surgimiento de nuevos liderazgos extraídos de la juventud que hoy vive aplastada por el peso de una visión política anclada en un pasado que debemos superar.
Finalmente, los intelectuales podríamos contribuir a la superación de nuestros vicios culturales, promoviendo una apreciación crítica de nuestra historia, y de los hombres y las mujeres que han participado en su desarrollo. Eso o callarnos.
(Confidencial, Nicaragua)