La conservación de la naturaleza siempre ha tenido grandes caballeros ilusionados con las causas justas, con los derechos universales y con promulgar un mejor mundo. Son personas que yo siempre les guardaré mucho respeto. Pero hay una reflexión que hacer, ahora en nuestros tiempos, después de tener muchos años de campañas tipo ‘cuidemos los pandas, los tigres, la capa de ozono y evitemos el cambio climático’: ¿Cual ha sido el éxito? Se han ganado algunas batallas, indudablemente, pero este año nos enteramos de que tenemos muchísimas más especies en las listas rojas y que los efectos del cambio climático exigen una voluntad planetaria que -como Bali lo está comprobando- difícilmente se logrará.
Tal vez, entonces, hay que hacer un giro en la estrategia y no pensar en la conservación de la naturaleza como un derecho, una obligación moral, sino como lo plantea el informe Stern: El cambio climático, la degradación ambiental en general, son un freno para el desarrollo. Latour, en su libro ‘Las Políticas de la Naturaleza’, plantea la pregunta: ¿Qué hay que hacer con las políticas de la naturaleza? Con la suma de todos esos esfuerzos por tener agendas ambientales, programas sectoriales y esfuerzos ambientalistas, su respuesta es tajante: NADA. Simplemente hay que internalizarlas en los análisis macroeconómicos, no pueden seguirse viendo como externalidades. De nada nos vale tener programas sectoriales complementarios a la agenda del desarrollo económico. Así solo estaremos paleando los efectos y no trabajando directamente con las causas. El desarrollo pasa por tener un ambiente sano. En El Salvador, por mucho que invirtamos en programas sobre desarrollo empresarial, si no tenemos agua limpia, no tendremos empleados saludables y no habrá desarrollo.
A la hora de plantearnos el desarrollo de una ciudad, un plan de seguridad pública o una obra de infraestructura, no podemos dejar el análisis ambiental como una externalidad, compensable con sembrar arbolitos. Me parece bien que los siembren, pero no es la solución. Esta pasa porque se tome conciencia del territorio y se analice las ventajas del desarrollo de alternativas sustentables para maximizar las ganancias a la larga. La inmediatez con que se quiere planificar es enemiga del desarrollo real. Y sólo estoy hablando en términos financieros. Ya no se diga los beneficios propiamente ambientales, sociales y hasta culturales de tener en cuenta el territorio a la hora de planificar el desarrollo.
Si planeamos hacer una inversión millonaria para construir un hotel, sin tomar en cuenta que han planeado talar el bosque aledaño, el valor de nuestro proyecto disminuirá considerablemente, el microclima cambiará, el agua para alimentar el proyecto habrá que traerla de otra parte, incrementando los costos de operación. Si hay contaminación y basura en los alrededores, será poco atractivo; y si no conlleva beneficios a las comunidades de los alrededores, difícilmente será seguro.
En El Salvador no podemos seguir pensando que “esas cuestiones del medio ambiente”, ocupando el término con el que se refieren muchos políticos y empresarios al tema, es algo superficial, o es algo de ideales o de derechos. Es algo fundamental para la ganancia, el desarrollo económico y el rendimiento a largo plazo de las inversiones. La verdad es que muchas personas todavía piensan que es más rentable utilizar los recursos hasta agotarlos, y cuando ya no haya, pues siempre se podrán mover a otra actividad económica o a otro lugar. Pues, lo interesante de los recursos naturales es que se pueden acabar y de hecho así está sucediendo. Así que no habrá otro lugar donde moverse.
Los ambientalistas y todos los que nos preocupamos por el desarrollo económico de El Salvador deberíamos de unir esfuerzos. Sólo así lograrán maximizar sus ganancias a largo plazo, sólo así podrán tener un país rentable. Solo así cumpliremos con nuestro objetivo, tener un mejor medio ambiente. Amigos ambientalistas, no confundamos el objetivo con la estrategia. No es un llamado a la cobardía y la resignación es un cambio de estrategia para obtener nuestro objetivo final.