domingo, 4 de noviembre de 2018

Un proyecto ejemplar en Suchitoto. Columna Transversal




En Suchitoto hay un lugar que se llama Centro de Arte para la Paz (CAP). Ocupa toda una cuadra del barrio San José, sede de un colegio de monjas antes de la guerra. Cuando Suchitoto y todas sus comunidades rurales, muchas de ellas en la sombra del cerro Guazapa, se convirtieron en teatro de guerra, las monjas se fueron. El colegio, con su capilla colonial y su hermoso claustro, quedó abandonado —por el resto de la guerra y muchos años más y comenzó a caerse lentamente… Hasta que Peggy O’Neill, una monja norteamericana que había llegado a Suchitoto durante la guerra para gestionar el retorno de los refugiados de guerra, decidió establecer ahí su sueño: un Centro de Arte para la Paz. Se fue para Estados Unidos, reunió el dinero, compró el colegio abandonado con todo y su capilla, y comenzó a reconstruir todo. Poco a poco el claustro, hermosamente restaurado, se volvió a llenar nuevamente de niños y jóvenes, de talleres de pintura, teatro, música, ajedrez, idiomas, karate, danza —y pronto de risas, exposiciones, conciertos, de un museo comunal y obras de teatro…

La mejor manera de describir el alma y el impacto social de este proyecto es contando la historia de su más reciente actividad. Alguien propuso montar en el CAP un altar de muertos para celebrar el Día de los Difuntos, retomando viejas tradiciones. La hermana Peggy encargó el proyecto a Daniela Heredia, una artista recién incorporada al Centro. Ella dijo: Tenemos que recuperar la tradición de los altares que había en las casas; la gente debe construir su propio altar y rendir tributo a su ser querido. Involucremos a la gente de los barrios y comunidades, gente que todavía carga con los muertos de la guerra —y también de la actual violencia que sufre el país.

Heredia comenzó a visitar docenas de familias y muchas de las comunidades más afectadas por la guerra y las invitó a construir altares para sus muertos, no solo las víctimas, también de sus abuelas, padres o líderes difuntos. La respuesta fue sorprendente: no solo había interés, más bien se dio cuenta de que había una imperante necesidad de reactivar y compartir la memoria de tanta muerte, pero también de tantas vidas ejemplares. Cada persona o familia tenía su propia memoria -—pero de manera muy personal, no expresada, a veces hasta obviada por ser tan dolorosa, ni siquiera compartida dentro de a familia. De repente surgió la oportunidad de hacer visibles las memorias, compartirlas —y de esta manera repartir entre todos la carga del pasado.

En el CAP se creó una fábrica de altares, hechos de cartón, sin adornos. Estos se repartieron a las familias y comunidades, quienes comenzaron a adornarlos con flores de papel, dibujos, fotos, objetos relacionados con las vidas de las personas a homenajear. En la Casa de Cultura, en el Centro del Adulto mayor y en muchas casas comunales de los cantones se reunieron docenas de mujeres para producir miles de flores para los altares y para adornar toda la capilla, que iba a albergar los altares el Día de los Difuntos. En estas sesiones de trabajo artesanal se compartieron miles de historias, las jornadas se convirtieron en eventos de narrativa popular, en encuentros de historias —y en muchos casos en sesiones de terapia grupal para enfrentar juntos las memorias dolorosas, pero también las de valentía, de lucha y de vidas ejemplares.

Poco a poco los altares terminados regresaron al Centro de Arte. La gente, junto con sus altares, trajo fotos, la silla del abuelo, los instrumentos de trabajo de los difuntos, su marimba, su sombrero —y sus historias. Ningún altar se parece al otro, cada uno representa una vida, además de un despliegue de creatividad, amor y respeto. Y por primera vez, a la vista de todos, compartido, colectivo.
Y así, luego de largos años de abandono y otros de reconstrucción todavía inconclusa, volvió a abrirse la capilla San José al pueblo de Suchitoto, ya con el campanil rescatado, con techo nuevo, con impresionantes pilares de Copinol que sustituyen las que estaban al punto de rendirse ante años de abandono y humedad. A partir del 31 de octubre, y sobre todo el Día de los Difuntos, cientos de familias, algunas de remotos cantones, desfilan por la capilla para ver los más de 100 altares, presididos el de Monseñor Romero, todo decorado de blanco.

Un encuentro de la gente de Suchitoto con su historia, con las vidas y muertes de sus mejores hijos e hijas, con las vidas truncadas, con su propia identidad marcada por la violencia, pero también por la solidaridad, las luchas compartidas, la capacidad de superar el dolor y los contratiempos. También un encuentro de la gente con su propia creatividad, su capacidad de expresarse a través del arte.
Esta es la esencia del Centro de Arte para la Paz de Suchitoto que quería compartir: por su carácter ejemplar, por su aporte a la convivencia comunal, por su capacidad de reparar el tejido social y moral dañado por la guerra, la pobreza y la violencia. Pueden visitar los Altares en Memoria en la capilla San José hasta el 18 de noviembre. Vale la pena.