El otro día le escribí en su calidad de jefe del MOP y del SITRAMS. Pero ahora me di cuenta que usted ha asumido otra responsabilidad estatal: la de poner, con fondos públicos, monumentos. Y no solo monumentos - obras monumentales. Grandes en extensión, como los monumentos de regimenes autoritarios; y desde un punto de vista estético, horripilantes.
En la Diego de Holguin (que ustedes
insisten en llamar Monseñor Romero, y para más joder denominan bulevar, aunque
es una autopista o un freeway) hay dos obras suyas: en el trébol que conecta la
autopista con la Jerusalén, un bosque de troncos de árboles de cemento, que
entiendo que es dedicado a la Deforestación; y al otro lado de este mismo
trébol, viniendo uno del bulevar de los Próceres, su obra maestra: el monumento
de la Reconciliación.
El de la Deforestación, disculpe que se
lo diga, es el colmo de los absurdo; y el de la Reconciliación, el colmo de lo
feo y cursi.
¿Por qué absurdo? Bueno, alguien que
quiere llamar la atención al problema de la deforestación, que siembre árboles
para contrarrestarla. En vez de esto, ustedes siembran troncos de concreto.
Típica obra de denuncia. Ustedes siempre prefieren denunciar un problema en vez
de resolverlo. Por esto ponen trocos de concreto en vez de sembrar un bosque.
Les sale un monumento a la deforestación, cuando necesitamos un monumento
dedicado a la reforestación, al bosque, al árbol.
¿Por qué es cursi su monumento de la
Reconciliación? Estéticamente es un horror, no sé quién es el escultor que se
prestó a esta aberración. Un gigantesco fantasma blanco, que representa la paz,
con dos figuras que simbolizan a los combatientes enfrentados. Un montón de
banderas. Pura cursilería.
Este tipo de monumentos, dedicados a
temas tan sensibles como la reconciliación nacional, no pueden concebirse en el
despacho del ministro de Obras Públicas. Para que la nación los haga suyos,
tienen que ser resultado de un debate serio de la sociedad, y de un concurso de
los mejores artistas y arquitectos del país y del mundo. Este debate de la
sociedad no se puede sustituir por una campaña populista como la suya de las
llaves que la gente aporta...
Yo soy un gran fan del concepto del arte
público, del arte urbano – de la idea de llenar la ciudad de obras de arte.
Pero para empezar, estas obras tienen que estar en los espacios públicos que la
gente habita, que son puntos de encuentro y convivencia - no en el paisaje hostil
de una autopista. Y la Diego de Holguin, por más que la llamen así, no es un
espacio urbano como los famosos bulevares, sino una vil autopista.
Segundo, el arte urbano no tiene que ser
monumental, sino al tamaño de la gente, accesible, amigable. Lo monumental es
el arte de los regimenes autoritarios. En este concepto, no somos ciudadanos y
usuarios del arte, sino súbditos y admiradores del arte. Los regimenes
fascistas y comunistas han llevado esto al absurdo. Las democracias llenan la
ciudad de obras de arte que se convierten en muebles urbanos o en juguetes para
los niños. Tampoco encargan el arte urbano al ministro de Obras Públicas, sino
al libre concurso de urbanistas, arquitectos y artistas.
Háganos un gran favor: concéntrese a
hacer obras públicas de infraestructura, que son responsabilidad del gobierno;
y no en obras de arte que no se deben hacer desde arriba y por decreto
ministerial.
Saludos, Paolo Lüers
(Mas!/EDH)