domingo, 13 de febrero de 2011

La 'generación Y' hace la revolución

Cuando contemplamos los acontecimientos en Egipto a través de Al Yazira, BBC World y CNN, inevitablemente se nos plantean tres interrogantes:

Primero, ¿qué es lo que ha motivado a los manifestantes, en número de cientos de miles, día tras día, a salir e incluso resistir a la brutalidad policial y a la demostración de fuerza militar? ¿Es esta realmente una revolución contra el desempleo y la pobreza?

Segundo, ¿qué va a pasar ahora, después de que Mubarak dimitiera finalmente como consecuencia de la persistente presión popular?

Y tercero, ¿qué tendrían que hacer, en caso de hacer algo, Occidente, y la comunidad internacional en su conjunto, para apoyar la consolidación del ahora movimiento prodemocrático en Egipto?

Diversos comentaristas, incluido el presidente Obama y la secretaria de Estado, Clinton, han achacado a la falta de trabajo y de perspectivas económicas el principal motivo subyacente en las protestas de Egipto. Es verdad que en Egipto los jóvenes sufren un fuerte desempleo y tienen unos salarios frustrantemente bajos en los escasos trabajos de que disponen. ¿Y quién no es joven en un país de 80 millones de habitantes, donde la media de edad es de solo 24 años?

Sin embargo, es importante reconocer que la revolución la pusieron en marcha y ha sido conducida por estudiantes moderados y con un aceptable nivel de educación residentes en las principales ciudades. En contraste, el desempleo y la pobreza son más severos entre la población rural y con menor nivel de educación.

Basándome en numerosas conversaciones con los participantes, puedo asegurar que esta no ha sido nunca una revolución por el pan y el trabajo. Los pacíficos manifestantes son los egipcios de clase media, que son los egipcios de mayor educación y de relativamente mayor prosperidad económica. Si no somos capaces de reconocer las razones reales que han llevado a esta gente a salir a la calle y luchar por el cambio de régimen y por la democracia no seremos capaces de apoyarles, de hecho podríamos estar haciendo el juego al antiguo régimen o a los elementos más radicales de la sociedad egipcia.

Sin negar el papel que desempeña la economía, esta ha sido primordialmente una rebelión contra el puño de hierro del Gobierno que durante muchos años ha estado asfixiando el debate crítico y aplastando despiadadamente cualquier forma de disidencia. Al igual que las rebeliones populares de Polonia, Checoslovaquia y Hungría, que significaron el comienzo del fin del telón de acero, las rebeliones de Túnez y de Egipto están haciendo sonar las campanas del funeral de las férreas dictaduras de Oriente Próximo. Por lo que la gente está luchando realmente es por el fin de la omnipresente autoridad de la policía estatal, de la opresiva falta de libertad de expresión, de la sistemática eliminación de cualquier forma de disenso y de oposición, de la impunidad de las fuerzas policiales, causantes de la desaparición de personas y conocidas por torturar e incluso golpear hasta la muerte a detenidos a plena luz del día, sin haber sido nunca responsabilizadas por ello. "Dignidad" y "respeto" han sido y son las palabras clave de este levantamiento, mucho más que las quejas contra la "pobreza" o el "desempleo".

Así que, ¿por qué la gente no se fue a casa incluso cuando Mubarak prometió no presentarse a su reelección y no imponer a su hijo Gamal como sucesor? En primer lugar, la gente no se fiaba del viejo zorro que había hecho tantas promesas tantas veces. Puesto que Mubarak ya había soltado a sus matones de los servicios secretos contra los manifestantes pacíficos ¿quién podía decir que no intentaría detener a los cabecillas y llenar las cárceles con quienes se interponían en su camino? Tenemos todas las razones para creer que quiso emplear su mano más dura y poner un sangriento final a la revuelta hace una semana y que trató de ahuyentar a los periodistas para poder hacerlo sin testigos. Una estrategia que solo quedó frustrada por el valor de los periodistas que inmediatamente comprendieron por qué de pronto eran atacados por "manifestantes pro-Mubarak" y por el valor de los propios manifestantes, que acudieron cada vez en mayor número. Sin embargo, ello no significa que la batalla estuviera ganada y que Mubarak se hubiera dado por vencido. Podía haber consentido que hubiera unas elecciones pluralistas en otoño en las que él no fuera candidato, pero contaba con varios compinches, como Suleimán, el jefe de su KGB, a los que podría tratar de colocar en su lugar para asegurarse de que el sistema cleptocrático que ha funcionado tan bien para la familia Mubarak siguiera funcionando hasta nueva orden. Por eso la gente siguió protestando, cada vez en mayor número, y terminó consiguiendo, el viernes, la dimisión de Mubarak.

Alrededor de cinco millones de personas han participado activamente en las manifestaciones de El Cairo, Alejandría, Suez y otras ciudades de Egipto. Lo cual hace que se suscite la pregunta de que dónde estaban los 75 millones restantes. Como dije antes, los campesinos pobres y los millones de jornaleros tenían más cosas por las que estar preocupados antes que por la dimisión del rais y su Gobierno. No obstante, serán llamados a votar en otoño, lo mismo que los demás. Y, una vez más, serán objeto de una hábil manipulación. Incluso en los últimos días, Al Ahram, el principal -y, por supuesto, controlado por el Gobierno- periódico egipcio, mostraba a las masas de manifestantes antigubernamentales en las calles con un pie de foto que sugería que millones de personas se habían reunido ¡en apoyo! de Mubarak. Dudo que se tratara de una inocente equivocación.

Mientras los candidatos que concurran a las elecciones tengan que ser aceptados por el Gobierno, mientras no haya una genuina libertad de asociación y de expresión, mientras una supervisión internacional de las elecciones no haya sido asegurada, realmente los manifestantes no tienen asegurada su victoria definitiva, pese a tener ya en el bolsillo algo tan grande como el derrocamiento de Mubarak. Lo que se necesita ahora es una Carta Magna, aceptada por el Gobierno y apoyada por todos quienes traten de participar en la política egipcia, que garantice los derechos civiles y políticos fundamentales para todas las personas y todos los partidos. Ese sería un paso creíble y tangible hacia un amplio abanico de enmiendas de la Constitución egipcia, que hoy por hoy todavía tiene como principal propósito asegurar el poder absoluto del régimen.

Los estudiantes que se han manifestado no tenían líderes. Sin embargo, se ha constituido un Comité de Sabios. Tienen la confianza de los manifestantes y se han encargado de negociar con el Gobierno. Sería conveniente que les ofreciéramos nuestra ayuda y les garantizáramos su seguridad. El objetivo tiene que ser el de capacitar a todas las fuerzas políticas para organizarse y hacer campaña abiertamente ante las próximas elecciones.

Por último, Occidente tiene que aceptar también lo que los egipcios elijan votar en sus primeras elecciones libres y limpias, incluso si un futuro Gobierno de coalición tuviera que incluir a los Hermanos Musulmanes. La democracia es indivisible. Supone el respeto a la elección del pueblo y a su capacidad de corregir una mala elección pocos años después en las siguientes elecciones. Eso es lo que Occidente tiene que defender, y no la continuación de la estabilidad, sin que le importe lo corrupta u opresiva que esta sea, ni la elección de fuerzas prooccidentales o antiislamistas. Hagamos lo que esté a nuestro alcance para dar a la gente de Egipto la dignidad y el respeto por el que han luchado tan valientemente. Dudo que ellos nos devuelvan la moneda con políticas y polémicas antioccidentales, anticristianas o antijudías.

(El País/Madrid. Frank Emmert dirige un programa de colaboración entre la Universidad de Indiana y la Universidad del Cairo e imparte regularmente la enseñanza en Egipto.)