Estoy en total desacuerdo. Mejor un buen pleito que un mal arreglo. Los malos arreglos sobran en este país – y miren adónde nos han llevado.
Por esto no entiendo la lloradera de muchos articulistas y otros fariseos lamentando el conflicto entre gobierno y empresa privada sobre la política fiscal. Por lo contrario: es buen momento para un buen pleito.
¿Cuál momento? Un cambio de gobierno; un nuevo ejecutivo que se pone el apellido ‘del cambio’ y anuncia que una de las cosas que quiere cambiar es ‘el modelo económico’; asumen el poder un presidente y un partido de gobierno que tienen años de pintar al empresariado nacional como una banda de evasores, contrabandistas, estafadores y explotadores; llegan a la dirección del gabinete económico intelectuales convencidos que el país necesita un Estado más grande y más regulador.
¿Cómo pensar que en este contexto la discusión sobre un pacto fiscal y una reforma tributaria no tenga que pasar por un buen pleito?
Antes de que alguien firme un mal arreglo, el país necesita un debate de fondo sobre esta temática. ¿Cuánto Estado necesitamos? ¿Qué servicios públicos queremos que nos proporcione el estado, y en qué cantidad y calidad? ¿Con qué mecanismos de control dispone la sociedad para asegurar transparencia, eficiencia y rendición de cuentas del gobierno a sus ciudadanos? Y al final de este debate, la pregunta: ¿Cómo financiar todo esto, con qué ahorros y con qué clase y qué tazas de impuestos?
El gobierno cometió la increíble torpeza de entrar en este debate diciendo que para arreglar la parte tributaria de toda esta compleja temática ya tiene los votos necesarios en la Asamblea, y que la va a implementar con y sin el consentimiento de la empresa privada y sus gremios. Vaya, ¿todavía tiene validez la estúpida y frase de los abogados “Vale más un mal arreglo que un buen pleito”?
No, este es el momento propicio para un buen pleito, no para un arreglo. Que nadie piense que evadiendo el pleito necesario sobre los principios y sobre el modelo económico podrá llegar a un arreglo un poco más favorable, con tazas de impuestos un poco más bajas.
No está en juego un puntito más o un puntito menos de renta. Está en juego nada menos que el tipo de Estado que vamos a tener. Está en juego el modelo económico y del desarrollo. Que todo el mundo ponga sobre la mesa claramente qué tipo de Estado quiere construir. Que los que tanto cuestionan el modelo económico actual, pongan sobre la mesa el modelo alternativo que proponen, con todas las consecuencias para el estado de derecho, para la seguridad jurídica, para el funcionamiento del mercado, para las libertades económicas, etc.
Dentro de este debate también la empresa privada tiene que definir con claridad sus posiciones, sus principios y sus propuestas: ¿Qué servicios demanda que el estado proporcione - y cuánto está dispuesta a pagar por ellos? ¿Cómo quitarles los frenos al crecimiento? ¿Cómo garantizar que el crecimiento económico se traduzca en desarrollo y disminución de la pobreza? ¿Y cuánto está la empresa privada dispuesta a pagar por esto?
Y así los sindicatos, las organizaciones sociales, todos los sectores...
Lo que no se vale es que el gobierno se haga pasar como un sector más. El gobierno no es un sector de la sociedad, es una institución de servicio obligada a cumplir lo que la sociedad, mediante sus mecanismos de democracia representativa, le ordena. Es una falacia hablar de una concertación entre los sectores productivos y el ‘sector gubernamental’, como si el gobierno fuera un sindicato de ministros con reivindicaciones propias. Al Consejo Económico Social muchos lo quieren entender así: un ente de concertación entre tres sectores: sector empresarial, sector sindical-social, sector gubernamental. Mientras lo conciben así, el CES no sirve para nada que confundir y despistar.
Los que quieren cambiar las reglas del juego, el modelo económico, el tipo de Estado, tienen todo el derecho de hacerlo. Pero esta batalla la tienen que dar desde su trinchera de partido (o movimiento político o sindical o lo que sea), pero no como gobierno. Para que tenga sentido el debate (o el pleito), los demás actores y sectores tienen que debatir con los partidos y los sectores sociales que quieren cambiar el modelo, no con el gobierno. Si Mauricio Funes quiere participar de este debate, que lo haga como miembro del FMLN o como Movimiento Amigos, pero no como ejecutivo...
Si lo empezamos a debatir así, no hay que tener miedo del nivel de confrontación. Es un debate, tal vez un pleito, y si es transparente y claro, al final los partidos van a tomar decisiones y asumir los costos y los beneficios de sus decisiones sobre impuestos. Incluyendo los electorales. Esto significa que en última instancia los ciudadanos van a decidir, avalando o castigando a los partidos que tomaron la decisión.
Para facilitar que este proceso funcione, primero hay que confrontar las concepciones y las propuestas. Si para esto es preciso un buen pleito, bienvenido sea. El problema en este país ha sido la falta de buenos pleitos entre gobierno y empresarios. La desgracia no viene de los pleitos sino de los malos arreglos entre gremios y gobernantes. Que bueno que esto está cambiando.
Siempre se dice que el problema del país es la polarización. Mentira: el problema que nos tiene jodido es la cultura de los arreglos, pactos, componendas.
Hay que pasar por el pleito para que al final haya, no un mal arreglo, sino una decisión política clara y transparente. La última palabra tendrá el votante en el 2012 y en el 2014 cuando tiene que respaldar o desautorizar estas decisiones.
(El Diario de Hoy)