“Vamos a traer de vuelta a nuestros hermanos emigrados, porque un país que es incapaz de albergar a sus hijos no puede vivir feliz.” El presidente Funes en su discurso de toma de poder del 1 de junio.
Si esto de la infelicidad es cierto, por lo menos no estamos solos. Estarían igualmente condenados a la infelicidad los pueblos de China, Cuba y Vietnam (bajo regimenes socialistas), así como países europeos como Irlanda, Italia, Polonia, Serbia, Turquía... Ni habar de India, Perú, Ecuador, México, Marruecos, Argelia y todo el resto de África y América Latina...
Todos son países con millones de sus nacionales trabajando y haciendo su vida en el extranjero. ¿Esto los convierte en pueblos condenados a la infelicidad? Y la otra pregunta: ¿Todos estos países, siguiendo la idea de nuestro residente, van a ‘traer de vuelta a sus hermanos emigrados’? ¿Todo el mundo va de regreso a sus orígenes?
No. Hay que dejar de ver la migración como un castigo y a los emigrantes como víctimas. Hay que empezar a ver -y tratar- la migración como un derecho: el derecho del ciudadano de convertirse en ciudadano del mundo y elegir libremente dónde quiere residir y trabajar.
Es obvio que este derecho no está garantizado para los millones de emigrantes salvadoreños, ni en Estados Unidos, ni en Europa, ni siquiera en México. En su gran mayoría están condenados a la ilegalidad con todas las consecuencias negativas que esto tiene para sus familias, para su seguridad social, para sus derechos humanos.
La meta, señor presidente, no es traerlos de regreso, sino de conseguir su plena legalidad. De esto depende la felicidad: del pleno derecho de gozar, como mano de obra, de la globalización y de un mercado integrado de trabajo. A esto hay que enfilar las políticas del Estado, no a la meta irreal y demagógica de revertir la migración.
La migración es un proceso irreversible. En el contexto de un proceso verdadero de integración, la migración se vuelve un factor positivo. En Europa, donde la Comunidad Europea no es simplemente un sistema de libre comercio sino de integración, cada persona goza del derecho de trabajar y residir en todos los países miembros. Los millones de ‘trabajadores temporales’ que de España, Portugal, Serbia, Turquía, Italia llegaron a Alemania (Suecia, Inglaterra, Francia) con derechos limitados, se han convertido en ciudadanos europeos residentes en Alemania, con plenos derechos laborales, sociales y políticos.
Pensar que la migración es reversible, que a los salvadoreños en el exterior hay que repatriarlos, y que esto traerá felicidad a nuestro país, es no entender el fenómeno revolucionario y dinámico de la migración y de la globalización del mercado de trabajo.
La desintegración familiar no es consecuencia de la migración como tal, sino de su forma ilegal que separa familias y no permite su reunificación. Lo que hay que revertir es la ilegalidad de la migración, no la migración. Una vez los salvadoreños tengan los mismos derechos de moverse en un mercado laboral regional como los tienen los griegos y portugueses que viven y trabajan en Inglaterra o Alemania, la migración pierde sus consecuencias negativas y desarrolla su potencial positivo.
Querer revertir la migración al extranjero es como querer revertir la migración interna que ha movido a millones de familias de las área rurales a las ciudades. Esa migración igualmente ha tenido consecuencias sociales muy duras, ha cambiado el carácter tradicional de las familias - pero igualmente ha sido motor del desarrollo.
Que tal si el presidente hubiera dicho: “Vamos a traer de vuelta a sus pueblos y cantones en Cabañas y Morazán a nuestros hermanos emigrados al Gran Salvador, porque nuestra zona Norte, si es incapaz de albergar a sus hijos, no puede vivir feliz.”
Las familias en nuestra zona Norte, si algo tienen de felicidad, es el hecho que tienen familiares en San Salvador y en Los Angeles que aportan a la economía familiar. Si no, pregunten a las familias en Torola o Cinquera que no tienen ningún migrante...
La gran mayoría de los salvadoreños que viven en Estados Unidos no quieren que nadie los traiga de vuelta al país. Quieren convertirse en residentes legales o incluso ciudadanos en Estados Unidos. Quieren el derecho de trabajar donde quieren sin perder el derecho de viajar libremente a El Salvador y de reunificar sus familias.
Suena utópico. Sí. Pero igualmente sonó utópico en Europa hace 30 años, y se está haciendo realidad. E igualmente es utópico pensar que vamos a ‘traer de vuelta’ a los salvadoreños que emigraron. La pregunta es: ¿Qué utopía buscamos hacer realidad? ¿Qué cambio buscamos - hacía el pasado o hacía el futuro? El pasado es que todo el mundo termina su vida en su país de origen y en el cantón donde nació. El futuro es la libertad de moverse libremente en un mundo integrado.
Si esto de la infelicidad es cierto, por lo menos no estamos solos. Estarían igualmente condenados a la infelicidad los pueblos de China, Cuba y Vietnam (bajo regimenes socialistas), así como países europeos como Irlanda, Italia, Polonia, Serbia, Turquía... Ni habar de India, Perú, Ecuador, México, Marruecos, Argelia y todo el resto de África y América Latina...
Todos son países con millones de sus nacionales trabajando y haciendo su vida en el extranjero. ¿Esto los convierte en pueblos condenados a la infelicidad? Y la otra pregunta: ¿Todos estos países, siguiendo la idea de nuestro residente, van a ‘traer de vuelta a sus hermanos emigrados’? ¿Todo el mundo va de regreso a sus orígenes?
No. Hay que dejar de ver la migración como un castigo y a los emigrantes como víctimas. Hay que empezar a ver -y tratar- la migración como un derecho: el derecho del ciudadano de convertirse en ciudadano del mundo y elegir libremente dónde quiere residir y trabajar.
Es obvio que este derecho no está garantizado para los millones de emigrantes salvadoreños, ni en Estados Unidos, ni en Europa, ni siquiera en México. En su gran mayoría están condenados a la ilegalidad con todas las consecuencias negativas que esto tiene para sus familias, para su seguridad social, para sus derechos humanos.
La meta, señor presidente, no es traerlos de regreso, sino de conseguir su plena legalidad. De esto depende la felicidad: del pleno derecho de gozar, como mano de obra, de la globalización y de un mercado integrado de trabajo. A esto hay que enfilar las políticas del Estado, no a la meta irreal y demagógica de revertir la migración.
La migración es un proceso irreversible. En el contexto de un proceso verdadero de integración, la migración se vuelve un factor positivo. En Europa, donde la Comunidad Europea no es simplemente un sistema de libre comercio sino de integración, cada persona goza del derecho de trabajar y residir en todos los países miembros. Los millones de ‘trabajadores temporales’ que de España, Portugal, Serbia, Turquía, Italia llegaron a Alemania (Suecia, Inglaterra, Francia) con derechos limitados, se han convertido en ciudadanos europeos residentes en Alemania, con plenos derechos laborales, sociales y políticos.
Pensar que la migración es reversible, que a los salvadoreños en el exterior hay que repatriarlos, y que esto traerá felicidad a nuestro país, es no entender el fenómeno revolucionario y dinámico de la migración y de la globalización del mercado de trabajo.
La desintegración familiar no es consecuencia de la migración como tal, sino de su forma ilegal que separa familias y no permite su reunificación. Lo que hay que revertir es la ilegalidad de la migración, no la migración. Una vez los salvadoreños tengan los mismos derechos de moverse en un mercado laboral regional como los tienen los griegos y portugueses que viven y trabajan en Inglaterra o Alemania, la migración pierde sus consecuencias negativas y desarrolla su potencial positivo.
Querer revertir la migración al extranjero es como querer revertir la migración interna que ha movido a millones de familias de las área rurales a las ciudades. Esa migración igualmente ha tenido consecuencias sociales muy duras, ha cambiado el carácter tradicional de las familias - pero igualmente ha sido motor del desarrollo.
Que tal si el presidente hubiera dicho: “Vamos a traer de vuelta a sus pueblos y cantones en Cabañas y Morazán a nuestros hermanos emigrados al Gran Salvador, porque nuestra zona Norte, si es incapaz de albergar a sus hijos, no puede vivir feliz.”
Las familias en nuestra zona Norte, si algo tienen de felicidad, es el hecho que tienen familiares en San Salvador y en Los Angeles que aportan a la economía familiar. Si no, pregunten a las familias en Torola o Cinquera que no tienen ningún migrante...
La gran mayoría de los salvadoreños que viven en Estados Unidos no quieren que nadie los traiga de vuelta al país. Quieren convertirse en residentes legales o incluso ciudadanos en Estados Unidos. Quieren el derecho de trabajar donde quieren sin perder el derecho de viajar libremente a El Salvador y de reunificar sus familias.
Suena utópico. Sí. Pero igualmente sonó utópico en Europa hace 30 años, y se está haciendo realidad. E igualmente es utópico pensar que vamos a ‘traer de vuelta’ a los salvadoreños que emigraron. La pregunta es: ¿Qué utopía buscamos hacer realidad? ¿Qué cambio buscamos - hacía el pasado o hacía el futuro? El pasado es que todo el mundo termina su vida en su país de origen y en el cantón donde nació. El futuro es la libertad de moverse libremente en un mundo integrado.
(El Diario de Hoy, Observador)