La mentira de los Acuerdos de Paz
Manuel Hinds, 16 diciembre 2016 / EDH
Después de los Acuerdos de Paz mucha
gente pensó que en el conflicto no había habido ganadores ni perdedores.
El FMLN, que durante la guerra entera había demostrado que luchaba por
establecer un régimen comunista y por hacer prevalecer los intereses
cubanos de pronto, cuando la Unión Soviética cayó, cambió a decir que en
realidad había luchado por establecer un régimen democrático, basado en
el imperio del derecho, como quedó consignado en dichos acuerdos.
Con
el tiempo, sin embargo, hay dos cosas que han ido quedando claras.
Primero, que en realidad el FMLN perdió la guerra, y que su supuesto
apoyo al establecimiento de un régimen democrático y del derecho fue
nada más un truco, un cambio de táctica, la traslación de la guerra al
terreno político dejando como fin último la eliminación de la democracia
y el derecho para establecer un régimen tiránico controlado por las
elites del FMLN. Segundo, ha quedado clarísimo que el FMLN nunca fue un
proyecto orientado hacia el pueblo salvadoreño; siempre fue un proyecto
personal para satisfacer el deseo desmedido de las elites del partido de
figurar y obtener el poder total, político y económico.
Esto ha sido confirmado una y otra vez.
En el congreso del partido llevado a cabo hace un año, volvieron a
afirmar que la revolución rusa de octubre de 1917 sigue siendo su
inspiración, que quieren establecer una economía sin propiedad privada, y
que quieren obtener el poder total para ya no soltarlo jamás.
Todos estos eran los objetivos que el
FMLN había tenido durante la guerra, y fue por esos objetivos que Fidel
Castro los apoyó hasta que el comunismo cayó en el mundo entero excepto
Cuba y Corea del Norte. Sólo fue en ese momento, cuando fueron
derrotados en la guerra, que trataron de decir que habían ganado porque
lo que habían querido era la democracia. Sólo fue un momento porque
inmediatamente después de firmar la paz se pusieron a erosionarla con un
partido que ha trabajado y sigue trabajando para subvertir el orden
constitucional del país para poder adquirir el poder total para el FMLN.
Poco a poco el FMLN ha ido infiltrando a
todas las instituciones democráticas del país, incluyendo a todos los
partidos de oposición, para que, con un método u otro, con seducciones o
amenazas, con promesitas o promesotas, todas hagan lo que el FMLN
quiere que hagan en contra de los intereses del país. Así, el FMLN y su
gobierno logran conseguir todo el dinero que necesitan para su proyecto
de eliminar la democracia, sin tener que ceder a siquiera una condición,
sin tener siquiera que presentar un presupuesto que diga la verdad, y
sin tener que negar que el presupuesto es mentiroso en el proceso seguir
amenazando a magistrados y fiscales. El FMLN ha corroído las bases
mismas de todos los partidos y las instituciones que podrían
oponérseles.
Ahora quedan sólo dos instituciones que
defienden el imperio de la ley y los derechos inalienables de los
salvadoreños: la Sala de lo Constitucional, que ha venido haciéndolo
desde hace varios años, y la Fiscalía General de la República, que lo ha
comenzado a hacer hace unos meses. Es ahora contra ellas que el FMLN y
su gobierno están dirigiendo todos sus ataques, porque saben que es
allí, sólo allí, y en los periódicos, en donde todavía existe el deseo,
el valor y la capacidad de defender los ideales y las realidades de
nuestra democracia.
Sin enfrentar ninguna oposición, el
presidente de la república, sus funcionarios, y el FMLN siguen tratando
de intimidar a la Sala y a la Fiscalía, demostrando así una vez más que
sus objetivos nunca han sido la democracia y el imperio del derecho que
dijeron apoyar al estar vencidos al final de la guerra, sino el
establecimiento de una tiranía como la cubana y la venezolana, que ellos
siguen declarando admirar. Para ellos, los Acuerdos de Paz fueron la
Gran Mentira, la Gran Hipocresía que necesitaban construir para seguir
erosionando la democracia. El pueblo salvadoreño no puede dejar que
sigan acosando a la Fiscalía y a la Sala para lograr destruir la
Constitución que en realidad siempre han querido destruir.
* * * * * * * * * *
Los aciertos de los Acuerdos de Paz
Paolo Luers, 19 diciembre 2016 / EDH-Observadores
Coincido con mi amigo Manuel Hinds en muchos de las afirmaciones en su artículo
‘La mentira de los Acuerdos de Paz’.
Es cierto que el partido FMLN no tiene vocación democrática, y
ciertamente no está comprometido con el sistema republicano, con su
división de poderes. Es cierto que en sus ataques a la Sala de lo
Constitucional y la Fiscalía se manifiesta el menosprecio a la
independencia de estos órganos.
Pero también es cierto que los gobiernos
del FMLN son los primeros que han tenido que enfrentar una Sala
independiente. Los anteriores gobiernos de la postguerra, conducidos por
ARENA, no tuvieron que enfrentar esta prueba democrática. Más bien han
establecido mecanismos que les garantizaron una Corte Suprema, una
Fiscalía, una Corte de Cuentas supeditadas al gobierno de turno. Fue
esta falta de institucionalidad que ha facilitado al FMLN, una vez que
llegó al gobierno, poder aplicar el mismo sistema y perfeccionarlo.
Hasta que llegó, por accidente, la actual Sala y mandó a parar…
En
lo que no coincido con Manuel Hinds es en la apreciación de los
Acuerdos de Paz. No es cierto que el FMLN, en las negociaciones de paz,
haya engañado al otro bando de la guerra y al pueblo salvadoreño,
diciendo que ya no va a buscar transformaciones del sistema político ,
social y económico. Mucho menos es cierto que el FMLN insurgente (que no
hay que confundir con el actual partido FMLN) haya perdido la guerra.
Si la hubiera perdido, ni ARENA, ni la Fuerza Armada ni los Estados
Unidos hubieran aceptado la desmilitarización del país, la reducción y
depuración de la Fuerza Armada, la incorporación de la insurgencia en el
sistema político, la amnistía, ni muchos menos el desmontaje de todos
los cuerpos de seguridad y la creación de una nueva policía con amplia
participación de cuadros del FMLN.
Todos los actores internos y externos del
proceso de negociación tenían claro que el Acuerdo de Paz significaba
precisamente esto: el traspaso del conflicto bélico al terreno político y
electoral. Siempre perduraría el conflicto, pero ahora como conflicto
político, bajo las reglas de la democracia y de la ley. El Acuerdo de
Paz no significaba que las fuerzas en pugna tenían que abandonar sus
posiciones ideológicas. Tenían que dejar las armas y el uso de la
violencia para imponer sus respectivas ideologías, y usar, dentro del
marco constitucional redefinido en 1992, la lucha política, electoral, y
el ejercicio de la libertad de expresión, organización y manifestación.
No tiene sentido denunciar ahora lo que
Manuel Hinds llama “la traslación de la guerra al terreno político”.
Esto fue precisamente la esencia de una paz sin ganadores y perdedores. Y
era lo correcto hacerlo. Lo único posible. El mismo presidente
Cristiani dijo: Una de las causas de la guerra fue que a la izquierda se
había cerrado el espacio político dentro del sistema.
Quien revisa los documentos y los
discursos del FMLN en este período de transición se da cuenta que sus
dirigentes siempre lo han dicho: La lucha no termina, lo que termina es
la guerra, la violencia política, y lo que sigue es la lucha política,
social y de ideas. De paso sea dicho: Los dirigentes de ARENA dijeron lo
mismo – y ambos estaban con todo el derecho. Esta era la lógica de los
Acuerdos de Paz. Es por esta razón que, sabiamente, ambos bandos se
pusieron de acuerdo de dejar fuera de los Acuerdos de Paz la parte
económica. No porque no había contradicciones y contraposiciones
ideológicas, sino para canalizarlas dentro de las nuevas reglas de la
competencia política, electoral y social.
Una vez insertada dentro de la nueva
realidad de pluralismo, inclusión política, respeto a los derechos
humanos, la izquierda salvadoreña se comenzó a dividir sobre la esnecia
de la paz lograda: Unos aceptaron la democracia representativa, el orden
constitucional-republicano y el pluralismo creados por la guerra y los
Acuerdos de Paz, y los asumieron – otros los aceptaron sólo como nuevas
condiciones y modalidades de lucha, pero siempre buscando erosionar esta
Constitución y el pluralismo para establecer un régimen de ‘democracia
directa’, sin división de poderes, de corte socialista. En última
instancia, la disyuntiva de a izquierda fue: ¿Nos incorporamos dentro de
un sistema pluralista, luchado por más justicia social, o buscamos una
hegemonía de clase y partido – en fin, una dictadura?
Lastimosamente no se dio una división
limpia, creando dos partidos: uno comunista y uno socialdemócrata, sino
la división se dio de forma paulatina. Primero salieron 2 de las 5
organizaciones que habían formado el FMLN histórico (ERP y RN), para
formar el Partido Demócrata, y negociaron con ARENA el ‘Pacto de San
Andrés’. Luego salieron los Renovadores de Facundo Guardado, años más
tarde los que formarían el FDR, y de último el grupo de Héctor Silva.
Siempre fueron divisiones de cúpula, y el FMLN restante, que en esencia
es el Partido Comunista, se quedó con la marca y con las bases. Un
bloque socialdemócrata, que hubiera podido disputar al FMLN la
representación de la izquierda, nunca se articuló.
El FMLN actual es esencialmente la
refundación del Partido Comunista, superando las división entre FPL y PC
que en los años 70 se había dado sobre la cuestión de la lucha armada.
No es casualidad que en el FMLN depurado surgiera como figura principal
Schafik Handal, el líder del PC, y que las cabezas restantes de las FPL,
Medardo González y Salvador Sánchez Cerén, se ven como discípulos de
él.
Y ahí regreso a las coincidencias con
Manuel Hinds: El FMLN actual busca remover los obstáculos que le impiden
perpetuarse en el poder – y en este momento la barrera principal es la
consolidación de órganos del Estado independientes, que defienden la
Constitución. El FMLN estaba bien contento con la herencia de ARENA: un
Estado con órganos corruptos o corruptibles; y toda su ira se concentra
contra la Sala, que rompió con este esquema, y contra una ciudadanía que
logró arrastrar a ARENA, ya en oposición, a comprometerse con la
institucionalidad
(El Diario de Hoy)