Antes de tener que hablar, escuché las
historias de horror que contaron y analizaron los otros invitados, colegas muy
experimentados de Colombia y México: periodistas asesinados, medios atacados,
silencio impuesto... Pero a la vez eran historias de esperanza, porque contaron
cómo los colegas y los medios se unieron para defender nuestra profesión, para
exigir a los gobiernos que rompan con la impunidad.
Luego hablaron los colegas de Honduras:
39 periodistas asesinados en los últimos 5 años; impunidad total; miedo y, como
resultado: silencio ante la corrupción y sobre todo, ante los vínculos entre
policía y crimen organizado. Pero lo más desconcertante: la profunda división
del gremio, reflejando la extrema polarización del país. Y dependiendo a quién
asesinaron - a un periodista que apoyaba el golpe contra Zelaya, o a un colega
identificado con la resistencia contra el golpe-, cada muerte fue llorada por
la mitad del gremio y silenciada (o incluso aplaudida) por la otra mitad...
Cuando al fin me tocó hablar sobre el
periodismo en El Salvador y los riesgos que enfrentamos, casi les pedí disculpa
a mis colegas de Honduras, México y Colombia por no poder compartir historias
de horror. Les dije que en El Salvador vimos morir a demasiados compañeros
periodistas durante la guerra, como para tolerar que en tiempos de paz sigan
matando a colegas, y como para permitir que nuestras diferencias nos inhiban a
actuar como gremio, unidos y solidarios...
Les conté que en El Salvador nuestras
diferencias políticas y sobre cómo hacer periodismo son reales, las debatimos
con pasión, pero en la guerra aprendimos dos cosas (y pagando un altísimo costo
humano): que solo juntos nos podemos defender; y que la única protección no es
el Estado (porque normalmente de sus “autoridades” proviene la amenaza) sino
solamente la sociedad, cuando reconoce la calidad y la credibilidad de nuestro
trabajo.
Me atreví a improvisar una tesis: para
explicar porqué en El Salvador, desde los Acuerdos de Paz, no tenemos violencia
contra periodistas. Ni la policía, ni las pandillas, ni nadie nos mata. Tenemos
todo tipo de violencia, pero no esta violencia infame que sofoca la libertad de
prensa e impone silencio, como pasa en amplias regiones de México y de
Honduras. No tenemos esta flagelo en El Salvador, porque los periodistas,
durante la guerra y en el proceso de paz, nos pusimos las pilas y jugamos un
papel importante y valiente, creando transparencia, ejerciendo crítica y
denuncia, expresando las aspiraciones de la ciudadanía – y porque la sociedad
reconoce este papel clave del periodismo, y por ello protege a nuestra
profesión y no permite que nadie la intente de callar, ni con balas, ni con
otro tipo de represión. Y hasta las pandillas respetan este consenso no
escrito.
Quiero pensar que estoy en lo correcto
con esta tesis. No significa que el periodismo nuestro sea ideal. Falta mucho.
Pero la guerra nos hizo aprender las lecciones que ahora en Honduras y en México están obligados a aprender.
Tampoco significa que aquí no existan
peligros para la prensa y el ejercicio de su libertad. Existen, y siguen
proviniendo del los gobiernos, sean de derecha o de izquierda, que no quieren
transparencia, no toleran crítica, chantajean a los medios, y niegan acceso a
información. En El Salvador, los peligros para el periodismo no provienen del
crimen organizado. Quien lo sostiene, distrae la atención del problema que se llama
gobierno.
La experiencia nos dice: Para garantizar
que la sociedad nunca más permita violencia política y contra los periodistas,
tenemos que mejorar la calidad de nuestro trabajo, consolidar nuestra
credibilidad y unirnos a pesar de nuestras diferencias. Hay tiempo para
pelearnos entre nosotros, y tiempo para pelear juntos contra las fuerzas que
atentan contra la libertad de expresión.
Los colegas de Honduras nos aseguraron
que van a ir en esta dirección, superando las tentaciones del periodismo militante
que les ha impedido a unirse contra los peligros, y también a mejorar su
trabajo.
(El Diario de Hoy)