martes, 13 de noviembre de 2007

Columna transversal: BOTAN CON UNA MANO LO QUE CONSTRUYE LA OTRA

A los bichos les dicen que en vez de vagar y delinquir, jueguen fútbol. Ministros inauguran canchas en las comunidades. Hasta canchas nocturnas. Prevención. La otra mano del Estado. La mano que no pega, sino ayuda, educa, orienta. La mano amiga.

Talvez funciona así en las canchas “oficiales” del Consejo de Seguridad Pública. En las canchas que tienen mantas de “Paz Social”, vigilancia, trabajadores sociales, iluminación, comités de vecinos.

¿Qué pasa donde no han llegado los del Consejo ni de la Secretaria de la Juventud ni de “Paz Social”? ¿Que pasa si los bichos de estas colonias se creen las consignas que ven en televisión? ¿Qué pasa cuando un grupo de seis bichos de una colonia de Santo Tomás se reúne para organizar un partido de fútbol, en una cancha no “oficial”, no iluminada, no asistida, no vigilada? Un mascón en un pedazo de tierra...

Lo más probable es que los levante la policía, que los remitan a un juez de menores, que los tengan tres días en bartolina, que los acusen de “asociación ilícita” y --para que valga la pena-- de robo. Esto es lo que pasó a seis jóvenes de Santo Tomás. Los levantaron el lunes, los tuvieron en bartolinas, el jueves el juez los sobreseyó. No por falta de pruebas o por debilidad de pruebas, sino por ausencia de pruebas.

Todos son estudiantes. No tienen antecedentes. Ni siquiera tienen aspecto de mareros. Bichos comunes y corrientes que salen en su tiempo libre para echarse un mascón. ¿Cómo es posible que los agentes policiales que patrullan estas colonias, no saben distinguir entre nuestros hijos y los mareros? Todo el mundo sabe distinguirlos. A estos bichos nadie se les aparta, como lo hacen cuando ven a pandilleros. Y los policías, supuestamente entrenados y experimentados, los confunden...

Los policías dicen que poco antes de la detención de los jóvenes ellos recibieron un aviso que en esta zona unos jóvenes estaban robando en un bus. Los únicos jóvenes que encontraron en la calle, eran los seis que en este momento estaban desplazándose a la cancha para jugar fútbol. Su pecado: estar en el momento equivocado en el lugar equivocado. Aparte del pecado de ser joven y pobre, no tener carro sino andar a pie. Suficiente pecado para pasar tres días y noches en bartolinas.

A mi hijo de 14 años, a quien cualquiera que sabe un poco de jóvenes lo reconoce como un bicho de colegio bueno, lo paró la policía en Suchitoto y le hicieron quitarse su arete. Con el argumento: “Mirá, bicho, aquí no andés esta mierda, porque así solo andan los mareros.” Cuando le reclamé al jefe, me pidió disculpas y regañó a sus agentes, pero no por actuar totalmente fuera de lo legal y fuera de lo lógico, sino porque no se habían dado cuenta que se habían topado con “el hijo de don Paolo...”

A mi hijo no pasó nada. Tampoco a los muchachos de Santo Tomás. En la estación los trataron bien, hasta les dieron comida. Claro, los agentes de la estación inmediatamente se dieron cuenta que estos bichos no habían hecho nada. Pero una vez remitidos, tienen que pasar detenidos hasta la audiencia. Mala suerte.

Es más que mala suerte. Es una falla grave del sistema. Es la mano dura estropeando la mano amiga. Al final ninguna mano haciendo nada. Ni prevención ni represión.

Urge repensar el concepto de la seguridad ciudadana. Urge una policía comunitaria que tenga raíces en la comunidad, que conozca a los vecinos, que sepa distinguir entre jóvenes maleantes y sanos. Una policía que realmente tenga dos manos.

Urge revisar los códigos para poder soltar a los inocentes sin tenerlos tres noches en bartolinas. Urge borrar de la concepción policíaca la cuota de detenciones que cada patrulla debe cumplir para quedar bien.

Pero lo que más urge es una cosa mucho más de fondo. Hay que volver a la presunción de la inocencia. Hay tenemos presunción de culpa. Los bichos tienen que probar su inocencia. No puede ser que los policías y fiscales vean a cada jóven y a cada pobre como presunto maleante.

Si no, vamos a seguir produciendo pandilleros. De los seis muchachos de Santo Tomás, si les pasa esto frecuente, más de uno se va a convertir en marero. Aunque sea para sentir “protección”. Porque en esta colonia de Santo Tomás, toda la gente te dice: “A los verdaderos pandilleros, les tienen miedo los policías, no les hacen nada, y por eso se lo desquitan con los bichitos virgos.”

Claro, ¿quién quiere que lo vean como bicho virgo?