Publicado en MAS! y EL DIARIO DE HOY, lunes 25 octubre 2021
A veces son necesarias las rupturas. Pero, ¿cómo romper con políticas obsoletas, pero sin romper con el sistema? ¿Cómo poner fin a un capítulo y pasarse al siguiente, pero sin negar el pasado y los fundamentos democráticos creados por otros?
Para abandonar lo viejo y establecido, se necesita empuje con cierta agresividad, radicalidad y determinación. El problema es que este empuje se vuelva violento y destructivo. Por eso, en la historia siempre han existido dos fenómenos contrapuestos, y a veces gana uno, a veces el otro: el empuje renovador ,que bota todo y piensa que tiene que comenzar de cero, porque todo lo anterior fue malo; y el miedo y la resistencia al cambio, porque la gente quiere preservar lo que le da seguridad y zonas de confort.
En El Salvador hemos experimentado ambas tendencias, y no con buenos resultados. Ahora estamos en medio de un experimento de cambio irracional, lleno de arrogancia en su rechazo y menosprecio al pasado. ¿Estamos condenados a escoger entre la inmovilidad y la ruptura, que rompe no solo can las malas políticas, sino de un sólo con el sistema democrático y sus reglas? Determinantemente, no.
El empuje populista de Bukele y Hermanos es peligroso, porque pretende romper con todo y crear una “nueva República”, con nueva Constitución, nuevas reglas, nueva cultura política de culto a la personalidad del líder y exclusión de todos que piensan diferente. Este empuje pudo ser exitoso y ganar tantos adeptos, porque la sociedad y la política del país se habían vueltos demasiado resistentes al cambio, a la renovación. No hubo suficiente energía renovadora. No hubo una izquierda progresista, que supiera proponer las transformaciones necesarias. Tampoco hubo una derecha liberal, que supiera proponer cómo profundizar de la democracia y las libertades. Así caímos en el hoyo de un cambio irracional, de la antipolítica y de la propaganda antisistema, que nos llevan al autoritarismo.
¿Cuál es la alternativa? Se está perfilando en estos momentos en Alemania. Lastimosamente, aquí pasan casi desapercibidas las elecciones alemanas y los cambios que sus resultados están provocando.
En Alemania terminó la era Merkel. Ella fue genial para administrar el status quo y hacerlo vivible, pero no para desarrollar políticas para los retos del futuro. Ella se retira, y la derecha conservadora queda sin propuestas de liderazgos y de transformaciones económicas, tecnológicas, medioambientales y sociales. Las recientes elecciones las ganaron tres partidos, pero ninguno con suficiente votos para gobernar solo: la socialdemocracia, que propone profundización de la justicia social, es el partido más fuerte; los Verdes, que proponen enfrentar en serio el reto del cambio climático y han más que duplicado sus votos; y los liberales, que proponen una profundización de una democracia basada en derechos civiles. Estos tres partidos, que coinciden en mucho, pero no en todo, están condenados y listos para formar una coalición y gobernar juntos. Están negociando entre ellos un plan der gobierno dirigido al futuro, una alianza progresista.
Esta nueva correlación política promete una ruptura, un nuevo comienzo, pero sin ruptura con el sistema político pluralista y el sistema de economía social que garantizaron el desarrollo de la democracia y de la económico social de mercado durante los 75 años de postguerra. El retraso de reformas y innovaciones, que bajo la dirección de los conservadores no se hicieron en los últimos 16 años, obliga al nuevo gobierno a ser radical en la formulación e implementación de políticas aptas para asegurar que Alemania tenga en las próximos décadas una industria competitiva, basada en economía y tecnología sostenibles. Este gobierno tiene que sacar a Alemania de la dependencia de las energía basada en quemar carbón, petróleo y gas - y todo esto sin costos sociales, sino por lo contrario, con más seguridad social.
Es fascinante observar cómo logran concertarse visiones compartidos del futuro entre culturas políticas tan divergentes como la tradición socialdemócrata, ligada a la representación de la clase obrera; como el empuje de los Verdes, que surgieron de los movimientos alternativos y antiautoritarios de los años 60 y 70 y hoy representan las preocupaciones de la clase media cultural; y como los liberales, que representan las aspiraciones de la clase media alta emprendedora. Observando esto, me parece que está pasando un milagro: parece garantizado que las políticas públicas se van a centrar en una nueva revolución industrial, que conciliará la economía con la ecología y lo social con la libertad individual. Todo esto promete hacerse de manera radical, pero sin romper con los fundamentos de la democracia.
No será fácil hacer funcionar esta coalición. Si logran una nueva forma de gobernar juntos, será el triunfo del pluralismo sobre lo sectario; del progresismo sobre el conservadurismo; de la política (con todos sus instrumentos: debate público, diálogo, controversia, concertación, negociación y pactos) sobre la anti política y el populismo; de la maduración sobre la confrontación y división. Enhorabuena, porque los desafíos del futuro no dejan tiempo para experimentos populistas.