Muy queridos
amigos:
Nunca voy al teatro, por miedo de aburrirme. No quiero ofender a los artistas
levantándome a media función, pero tampoco quiere, por pura cortesía, sufrir lo
insufrible...
Pero conociéndolos a ustedes como artistas
irreverentes, gente realmente creativa y cagada de chiste, no veía cómo podían
caer tan bajo. Así que me arriesgué. Rompí mi propia regla y fui al teatro.
¡Y qué sorpresa más grata! Presencié excelencia
dancística en esta fusión de bailarines y coreógrafos de El Salvador y Costa
Rica. No estaba preparado para la elegancia de Néstor Morera (de nuestra
Compañía Nacional de Danza) y de Allan Cascante (del grupo tico ‘Las Hijas de
Otro’). Mucho menos para el derroche artístico de Byron Nájera (El Salvador) y
Melissa Hernández (Costa Rica). Martha, Elsy y Guadalupe, las 3 hermanas Gómez,
demuestran lo lejos que nuestra Compañía Nacional de Danza ha llegado. Ya sabía
que ustedes son buenos, pero en este experimento de fusión con una tropa tica
independiente y audaz, se ve su verdadero potencial. Una expresión artística
del potencial del Asocio Público-Privado. La compañía estatal junto con
independientes en un teatro privado.
De danza no sé mucho, a pesar de que me enamoré de una
bailarina y vivo con ella desde entonces. No tengo la más mínima idea si lo que
yo ví en esta obra tiene algo que ver con sus intenciones coreográficas. No me
importa, yo la danza contemporánea, igual que la pintura moderna y abstracta,
nunca la trato de ‘entender’. La danza, si es mal hecha, me aburre y no me dice
nada. Si es bien hecha, me causa fuertes sensaciones.
Esta su obra me causó, en cada movimiento, en cada
gesto, en cada elemento mímico, en cada solo... una sola sensación: ternura.
Nunca he visto una cosa tan coherente, tan fluida, que
de miles de formas complementarias expresa... ternura. Yo no entiendo porqué
esta cosa se llama ‘Desplazados’, ni quiénes en cada escena son desplazados y
quienes salvadores, si es que existen. No sé y no me importa. Yo vi, durante
una hora, en los más diferentes movimientos de todos ustedes, hombres y
mujeres, gestos de ternura. Siempre cuando uno de ustedes toca a otro, el
movimiento termina en una acaricia. Un toquecito de caricia. Ningún gesto
grande, pero miles de gestos pequeños. Incluso los movimientos que comienzan
con rupturas medio violentas, siempre terminan con otro toquecito de caricia.
Yo vi una hora cargada de energía, un derroche de
movimientos acrobáticos, muy veloces, pero que siempre redundan en... elegancia
y amor.
Obviamente no sirvo de crítico de arte. Nunca he
ejercido esta pajística. Solo quería, porque ustedes me regalaron tan
generosamente su amistad, expresarles lo que me transmitieron esta noche:
energía y ternura; fuerza y elegancia; excelencia y amor. Suena a cursilería. Y
así es cuando es panfleto. Pero a veces, pocas veces, es arte genial.
Gracias por este regalo,
Paolo Lüers